«Nunca reniegues de tus raíces»

Escuché esas palabras siendo un inocente niño que no alcanzaba la media docena de años. No iban dirigidas a mí, pues se las decía mi vecino Santiago —en paz descanse— a Domingo, su hijo.

Por aquel entonces no supe bien el significado de aquellas palabras, entre otras cosas, porque ‘raíces’ para mí eran los pies de la planta, lo que crece bajo tierra y hace de sustento dotándola de minerales y de agua, permitiéndole así su desarrollo —tal explicación no habría podido darla en aquel entonces—.

Domingo y yo éramos amigos —ya no lo somos, pero no viene al caso contar el porqué—, y pasábamos juntos muchas horas entre juego y juego. A mi amigo creo que tampoco le supo a mucho las palabras de su padre, y me atrevería jurar que las olvidó casi al instante, aunque no voy a ponerme a investigar ahora si acierto en mi conjetura, porque, como dije antes, ya no es mi amigo.

Lo cierto es que yo he recordado toda mi vida aquella, para mí, emblemática frase. Y la he repetido tantas veces que la hice mía. Y traté de inculcársela a mis hijos, aunque no sé yo si me sirvió de algo. Por ello, he dado y sigo dando sumo valor a mi forma de hablar y a mis costumbres, y siento un enorme orgullo al decir el nombre de mi pueblo, y el de mi provincia, y el de mi región —hoy autonomía, ¡qué más da!—, y me identifico con mi gente, con los que no cruzaron la imaginaria frontera del progreso cultural y se estancaron en añejos y erróneos modismos.

«¿Adónde ‘vai’ ‘ustede’?»

Mezclar en una frase hecha el trato de usted y el tuteo, es algo tan común en mi tierra que pasa totalmente desapercibido. Muchos ni siquiera se percata de ello.

Cecear es harto complicado de aprender si te faltan las raíces. Alguna que otra vez he oído algún actor ejerciendo tal labor y, la verdad, fallaba más que un servidor hablando japonés… con la boca llena de pan. En mi tierra no se dice «me guzta eza zandía». No por cecear, todas las eses las volvemos zetas. Ni mucho menos. Y es algo tan complicado, que solo lo hará bien el nativo, el que tiene las ‘raíces’ echadas en mi tierra, el que es como yo.

«Er campo, el hombre, e ‘jigo », son tres modos distintos de usar el artículo ‘el’. Dudo que sea fácil su aprendizaje.

Entre los menesteres de explicar el dialecto que hablo, podrían darme las uvas, y tal vez el grosor del libro superase al de Don Quijote de la Mancha, pero abstengo mi gana lectiva, pues no era tal mi intención, y prosigo.

La sencillez es, quiero suponer, el mayor rango distintivo de mi gente. No nos cuesta saludar, aunque hay de todo, pero se hace con asiduidad, y somos besucones, ¡qué caray!, los besos son gratis y el cariño lo da el roce; y entre los genes tenemos uno que debe ser el de la solidaridad; y confiamos en la vecina, que es nuestra amiga, para dejarle la llave de nuestra casa, porque ella hace lo mismo; y somos de fiestas con guitarras, palmas y cantes; y nos reímos hasta de nuestra sombra; ¿usted ha oído decir que somos muy flojos? Le aseguro que eso es una leyenda, pero, si nos hemos ganado esa fama por dormir la siesta, yo voy a seguir durmiéndola. Le recuerdo, amigo lector, la frase con la que di comienzo a este intrínseco ‘sermón’: «Nunca reniegues de tus raíces».

Serafín Cruz’19

serafincruz1962@gmail.com

5 abril 2019

Edicción electrónica y única. Escrita en Lepe, Huelva, c/ Alhelí, 42



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