El último día de vacaciones se escondía tras el bosque de pinos que rodeaba el campamento, cada vez más cerca, hasta atraparnos y entonces la distancia borraría la dulce inocencia de aquel primer amor, certero e irremediable, de niños en tránsito hacia la madurez.

Para autentificarlo, con el escalofrío de la pureza que esa edad otorga, un fugaz beso, apenas un roce de labios desatando una revolución en el alma, vello erizado y confusión total de neuronas.

Luego despedidas mojadas en lágrimas, coches que se alejan. Final de verano y en tu memoria ese campamento y aquel morenito ocupando para siempre el mismo lugar.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS