Entre historias de asesinatos, peleas callejeras y violencia doméstica intento hoy diluir mi ración de ansiedad diaria. Harían falta miles de psicólogos, psicoanalistas y terapeutas emocionales cargados de «prozac» y mierdas similares para poder controlar tanta locura.

No nos escuchamos, no nos amamos lo suficiente los unos a los otros. Hay que decir ¡basta! y parar con racicionio, con sensatez y con cariño esta rueda que amenaza con aplastarnos a todos. Ya no tenemos tiempo de jugar con nuestros hijos, de dialogar con nuestra pareja, de escuchar a nuestros mayores, de parar nuestro cronómetro para darnos cuenta que existe gente a nuestro alrededor, gente con sentimientos, con problemas como los nuestros. No hay tiempo ni para escucharnos a nosotros mismos y vamos por la vida aplastando a los demás, dando empujones y poniendo tiritas de mala calidad a nuestras relaciones sociales y personales.

Vamos derechitos al suicidio colectivo y esto hay que pararlo.

Hoy en día si dices «te quiero» a un amigo o un hermano o incluso a un hijo adulto, la gente te mira raro y piensa que tienes una depresión. No te digo ya si te metes a ahondar en el sentido de la vida o hablas de búsquedas interiores, de buscar la esencia dentro de tí mismo y de tratar de «mantener a raya» al ego. La gente aparenta que no te escucha y dice para sí o con el de al lado «que eres un friki» y no te vuelve a dirigir la palabra.

Lo más sano es ir todo el día con el ceño fruncido, saltar con el cuchillo en la boca a la menor insinuación que te hacen o apuntarte a clases de boxeo para lanzar tu ira contra un saco en el mejor de los casos. Hay que tener los dientes afilados, las uñas largas y una nociones de defensa personal para poder circular por este mundo sin que te aplasten. ¡Y luego dicen que hay mucho fóbico social!. Con lo tranquilo que está uno solo en casa y con la tele apagada, sin enterarse de lo que pasa en el mundo.

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