—Amigo, la extraño. He perdido seis vidas intentando alcanzar el amor; esta vez fue el sentido.

— ¿Punzó?

—Ella se llevó la peor parte, intenté brillar, pero solo conseguí arder. Ahí estaba su sangre, dejando huellas en el andén, quise detenerla; pero la duda se clavó en mi devoción.

—Necesitas soltar, no digo que lo olvides ¿Qué seríamos los hombres sin memoria?

—Tío, te estoy diciendo que la extraño, y me pides soltar. Quiero salvarnos.

—No, no a ella. Tienes un temor atravesado en el pecho; de un amor catastrófico, seguro que sí, y eso amigo mío, es un fruto podrido, no significa que debes llenar tu folio con siluetas vacías por haber sido avergonzado en el pasado. Quizá la extrañas, pero en alguna realidad no lo haces, y no te va tan mal.

— ¿Soy un vagabundo no?

—En fondo todos lo padecemos. Los doctores lo son, traicionando su juramento. Las putas lo son, saciando más de lo que deberían. Los monjes lo son, buscando respuesta a cómo obrar cuando solo hay una salida y se está entre el vacío o volverse. Los que buscan en la basura lo son. Los que no también. Todos andamos sin rumbo intentando comernos el mundo, o que él nos coma, da igual cuál llegue primero, el éxtasis tiene distantes respuestas, y distantes placeres. Algunos dirán que no; que ellos son los suficientemente sanos, no creas, todos padecen al menos un dolor pesado.

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