La habitación era muy amplia y no tenía más que un armario, una mesa, una silla y la cama. Eran las ocho de la mañana y algunos pájaros trinaban de vez en cuando. Tom se levantó con dificultad, no sabía dónde se encontraba y al abrir la puerta de la casa estuvo a punto de toparse con el cuerpo estático de una mujer. Ella volteó y lo miró con asombro y nerviosismo. No sabían qué decirse. Tom miró el horizonte blanco y notó que estaba en pijama. “Te vas a enfriar—dijo reaccionando de su sorpresa Anne—, será mejor que te pongas algo caliente si quieres salir a pasear”. Tom movió la cabeza y regresó a buscar un abrigo y unas botas. Dudó mucho en salir, pero al final se decidió. La mujer estaba más lejos. Tom vio los abedules, los pinos, los robles y las montañas más allá.

—Es muy bonito este sitio, ¿verdad?

—Sí, siempre vengo aquí para quitarme el estrés del trabajo

— ¿Siempre?—preguntó Tom y quiso saber en dónde se encontraba esa cabaña campirana, pero no sabía cómo preguntarlo. Su cabeza estaba mal y se sentía como si hubiera nacido esa mañana.

—Sí, siempre, porque la ciudad me agota. Mi trabajo me agobia un poco y la única solución es venir aquí y desconectarme.

Tom se acercó y miró el rostro de Anne. Ella era pecosa, con el pelo rojo y los ojos verdes. Se le veía la piel blanquísima. Ella se detuvo y le dijo a Tom que escuchara el canto de los pájaros. El viento soplaba sin fuerza y se notaba que la primavera con su calor apasionado derretía poco a poco el recubrimiento blanco de la tierra. En algunos sitios se veían la hierba y la tierra húmeda.

—Vamos a dar un paseo, Tom.

Él escuchó su nombre por primera vez y trató de recordar aspectos de su vida, sin embargo, no acudía a su cabeza ninguna imagen del pasado. Se detuvo con indecisión.

—Tal vez esto te parezca absurdo, pero he de confesarte que no sé quién eres y me ha sorprendido mucho saber que soy Tom.

—No te preocupes, Tom—dijo ella con voz suave—, después de todo lo que ha pasado es un milagro que estés despierto, vivo y que andes.

En ese instante, Tom notó que cojeaba y le dolía un poco la espalda, además respiraba con agitación.

—Tuviste un accidente, Tom, caíste con mucha fuerza, te golpeaste la cabeza y estuviste una semana delirando. Es una suerte que te hayas levantado. ¿En verdad no recuerdas nada?

—No, en verdad. Te lo juro. Y…no sé ni siquiera cómo te llamas.

—Soy Anne, te traje aquí con ayuda de un hombre para tratar de salvarte la vida.

—Eres una persona muy buena, Anne. Te lo agradezco mucho. No sé cómo recompensártelo, pero conforme vaya recuperando la memoria iré buscando la forma de compensarte todas las molestias que seguramente te he dado.

—No, te preocupes, Tom. Lo hago sin ningún interés. Pienso qué me habría pasado si me hubiera encontrado en tu situación.

—Pero, ¿cómo sucedió?

—No lo sé, Tom. Lo único que sé es que ibas bajando por aquellas colinas, luego alguien te disparó y empezaste a correr, resbalaste y te golpeaste muy fuerte. Quien te seguía pensó que habías muerto y se largó.

—Entonces tuve mucha suerte, pero ¿por qué alguien habría de perseguirme para matarme, Anne?

Anne se encogió de hombros y para no presionar a Tom porque no sabía en qué condición se encontraba, le indicó que fueran rumbo al lago. Estaba cerca y había partes en las que ya se veía el agua. Algunas plantas en su prisa por compartir el buen tiempo con algunos animales, se habían puesto erectas y esperaban la visita de los insectos para reproducirse. Vieron algunas ardillas y un alce que se quedó inmóvil mirándolos mientras masticaba algo.

— ¿Tienes hambre, Tom?

—Sí, Anne, ¿Cuánto tiempo hace que no pruebo bocado?

—Te he mantenido con sopas y un poco de pan remojado. Tengo más cosas por allí guardadas que nos podrían servir. ¿Te apetece una tortilla?

Tom movió la cabeza y decidió no hablar mucho para no ocasionarle problemas ni a Anne ni a su cabeza que estaba ocupada en desatar un ovillo enredado que no le ofrecía ninguna referencia de sí mismo y su pasado. Se miró las manos con cuidado como si fuera la primera vez que las veía. Anne le seguía los movimientos de reojo y mantenía un paso lento para que su compañero pudiera seguirla. Llegaron a la casa y se metieron frotándose para calentarse. El viento húmedo era muy frío y desagradable cuando soplaba en ráfagas. Durante la subida de una pequeña pendiente habían soportado en la cara y las manos el fuerte halo que el invierno todavía emitía como tratando de quedarse en las montañas. Anne preparó una tortilla y dijo que el pan se había terminado. Tom se sentó y cogió un tenedor, pinchó con prisa el huevo y se lo llevó a la boca. Su estómago reaccionó de inmediato. Era un hombre corpulento. No muy alto, pero el buen comer lo había hecho un hombre muy resistente. Seguramente había perdido peso esos días en los que había estado luchando con la inconsciencia. Anne le dijo que más tarde iría a conseguir más víveres, que el pueblo más cercano estaba a unos veinte kilómetros y que no tardaría mucho en volver. Le recomendó a Tom reposar o pasear si lo deseaba, pero que no se alejara demasiado de la cabaña. “Sería una lástima que te extraviaras Tom—le dijo tomándolo de las manos con un gesto amistoso—. No soportaría que te perdieras por allí”. Él le prometió no salir y en caso de hacerlo no se alejaría más de veinte metros. Ella se subió al coche y se fue. Tom la vio alejarse y se metió de nuevo a la cama. Estaba cansado por el esfuerzo. Se quedó acurrucado bajo la manta esperando la vuelta de Anne. Ella le gustó. Hizo un esfuerzo enorme por encontrarla en su memoria. Deseaba sinceramente que fuera su mujer o su novia. Tenía la esperanza de ser un buen profesionista con una mujer atractiva y con un matrimonio feliz, sin embargo no acudió a él ningún recuerdo o sensación que se lo pudiera confirmar. Se quedó dormido. Era tarde cuando Anne volvió. Tom se había despertado a las siete. Comió algunas cosas que encontró en la alacena y esperó la vuelta de la mujer a quien comenzaba a desear con intensidad. Decidió que sería lo primero que le preguntaría, pero cuando tuvo a Anne enfrente no pronunció ni una sola palabra. Anne le explicó que se había tardado porque había visitado al doctor para saber qué hacer en caso de que las cosas dieran un vuelco inesperado. Ella no quería que se repitiera de nuevo la inconsciencia. También había visitado la comisaría para saber si alguien sabía algo sobre el agresor. Tom no podía articular las palabras, se le atascaban las ideas y estaba preparando la pregunta crucial. Al final, la oyó y comprendió todo lo que contó. Levantó la mirada que había tenido clavada en el piso y después le preguntó si ellos tenían una relación. “No—contestó ella—, claro que no la tenemos porque tú eres mi hermano”. Hubo un silencio gélido. Tom miró desconcertado el rostro de Anne y lamentó que eso fuera así. Las horas siguientes trató de recordar a sus padres, su infancia, las cosas que habían vivido él y su hermana, pero todo era estéril. No había la más mínima esperanza porque, aparte de no recordar, sentía fuertes dolores de cabeza. Se acostó agotado. Cuando se despertó Anne estaba preparando el desayuno. Se sentaron juntos y conversaron un poco.

—He dormido muy bien, Anne, me siento cada vez mejor, ¿cuándo podremos volver a la ciudad? Creo que si logro ver mi piso y fotos de nuestra familia, podré recordar con más rapidez.

—No sé cuándo será eso, Tom. El doctor me ha recomendado que pasemos unas semanas aquí y después intentemos volver. Ten paciencia.

—La tengo Anne, en verdad, solo que me gustaría saber más de mí. Me siento como un estúpido.

—No seas tan severo contigo mismo, Tom. Recuerda que podrías haber muerto. Es un milagro que estés recuperándote. Ya habrá tiempo para verlo todo. Lo importante es que ahora te recobres las furzas. Vamos a dar un paseo.

Siguieron caminando en dirección del lago y Tom fue guardando las imágenes en su memoria. Al ver una cabaña abandonada sintió un fuerte piquete en la espalda. Gritó con sorpresa y cuando Anne le preguntó por la razón de su grito dijo que la vieja casa se le hacía conocida. No es posible—le dijo Anne temblando de miedo—. Lleva abandonada muchos años. Tom insistió y la convenció para que le echaran un vistazo. No fue muy difícil forzar la puerta y al entrar los dos tuvieron la sensación de que alguien había estado unos días en ese lugar. Había restos de comida y unas latas de cerveza. Tom dijo que tenía la sensación de conocer muy bien ese sitio. Anne no quiso saber más y se llevó a Tom de nuevo a la casa. Tom estaba nervioso, sacó la escopeta que había encontrado debajo de la cama de Anne y dijo que iba a cazar liebres. Cuando salió, Anne se echó a llorar y decidió llamar al jefe de policía.

—Sí, inspector, se lo juro. Está recuperando la memoria de forma asombrosa. Puede ser peligroso. Necesito que esté al pendiente. Hoy ha visto la choza y…—Ya no pudo decir más porque se lo impidió el llanto.

— ¡Cálmese! ¡Cálmese, Anne! No se deje llevar por esos sentimientos. Sé lo duro que es para usted, pero tiene que seguir con el plan. Todo depende de usted ahora.

—Lo sé, lo sé inspector—dijo con voz ahogada—, pero es muy difícil, no creo que logre aguantar. No duermo. Sus ronquidos me alteran y sus movimientos bruscos me aterran, no sé si está fingiendo.

—Ya se lo dije Anne, estaremos cerca, solo tiene que llamarnos. Descanse ahora y esté alerta.

Tom volvió con dos liebres y las comenzó a limpiar. Había algo en su mirada que había cambiado. Anne descubrió con su intuición que el usar el cuchillo le despertaba sensaciones y recuerdos agradables. Comieron y se acostaron pronto. Por la noche, Tom se levantó sudando varias veces. Anne estaba tensa y cada vez que lo veía salir de la casa cambiaba de postura para defenderse en caso de que fuera necesario. A las tres de la madrugada se quedaron dormidos.

El sol ya había empezado a derretir la nieve. La naturaleza se veía activada por la energía y los animales salían de sus madrigueras para conseguirle alimento a sus retoños. El lago comenzaba a habitarse y el paisaje cobraba un aspecto muy vivo. Anne miró con atención a Tom. Estaba destapado con un brazo colgando y respirando con fuerza. Un poco más tarde se levantó y fue a ver a Anne, ella notó que tenía ojeras.

— ¿Qué tal has dormido, Tom?

—La verdad no muy bien. He tenido un montón de pesadillas—dijo frotándose los ojos como si le molestara algo.

— ¿Qué tipo de pesadillas?

—Vi algo que me puso muy nervioso. Había una pendiente muy prolongada. Empecé a correr hacia abajo. Alguien me disparaba con una escopeta. No sentía miedo, pero de pronto empezaba a rodar y recibía un golpe muy fuerte.

— ¡Ah! ¡Qué sorpresa! ¿Sabes que eso sucedió de verdad?

— ¿En serio? Y ¿por qué alguien querría matarme, Anne?

—Es que hubo un problema, Tom. Tú tenías un socio. Ese hombre desapareció. Se llama James Carter. Tú trataste de encontrarlo y alguien que no quería que lo hicieras trató de eliminarte.

—No, no entiendo nada, Anne. ¿A qué socio te refieres? ¿Qué tipo de trabajo hago? ¿Por qué desapareció ese tal Carter?

—Mira, tú y James Carter tenían un negocio de compra y venta de coches. Un día James Carter tuvo un problema y alguien lo quiso matar. Tú investigaste, me lo contaste todo. Luego supiste que el asesino estaba buscando a Carter. Él se vino a esconder aquí, pero el criminal lo encontró y lo asesinó. Tú viste el lugar donde lo enterró y luego saliste corriendo. Fue por eso que recibiste el golpe y los disparos.

—No es posible. No recuerdo nada de eso, Anne. No sé quién es Carter, no recuerdo haber vendido coches en ningún sitio y menos al hombre que me disparó y me hizo caer por el barranco. ¿Por qué no me mató?

—Estabas en un sitio de difícil acceso. Te encontraron unos cazadores por casualidad. Me tenías preocupada Tom. Pensé que jamás volvería a verte. Creo que tus sueños o, pesadillas, nos ayudarán a encontrar la clave del asunto, Tom. Tienes que contármelo todo, por favor. ¿Qué más viste en tus pesadillas?

—No, mucho, Anne. Todo era muy rápido y no lograba reconocer nada. ¡Espera! Sí, eso es… ¿Recuerdas la cabaña del lago? Pues la vi, pero no como cuando entramos tú y yo allí, sino mucho antes. Estaba yo comiendo cosas, bebiendo cerveza, esperaba algo. Luego…No sé, hay un fragmento muy vago y después la persecución.

—Tendrás que concéntrate para irlo recordando todo. Tom.

Tom se levantó y se puso el abrigo y salió hacia el lago. Anne lo siguió. Hicieron el recorrido muy rápido. Tom caminaba como siguiendo un rastro que no quería perder. Llegaron a la cabaña vieja, abrieron la puerta. Tom empezó a buscar algo y no lo encontró. Mira—dijo preocupado mientras le mostraba a Anne un armario viejo—, aquí había una pala. No está. Anne se encogió de hombros, pero su respiración se agitó. Salieron y Tom levantó la cabeza, parecía que estaba buscando algo. Anne empezó a temblar un poco.

—No. Imposible. No lo puedo recordar. ¿Sabes, Anne? Tengo la sensación de que cerca de aquí hay algo que debo encontrar, pero no sé exactamente qué es. La sensación es muy rara. Es como si antes de las pesadillas, eso ya lo supiera. ¡Qué raro!

—No te preocupes, Tom, todo irá aclarándose según lo vayas recordando. Vamos a la casa. Hace un poco de frío. No sería bueno que tuvieras una recaída.

Tom se echó a andar en silencio. Iba muy ensimismado. Caminaba con la vista pegada al piso. Anne lo vigilaba y con toda su intuición trataba de sacarle algo que le permitiera orientarse mejor en el asunto. No hablaron en todo el trayecto. Comieron en silencio y por la tarde Tom se fue solo a la cabaña vieja. En su ausencia, Anne, estuvo tratando de armar el rompecabezas que tenía. El acertijo era muy difícil y, a pesar de que conocía todas las piezas, no lograba ordenar todo para que la estampa del crimen se definiera. Decidió llamar al jefe de policía.

—Sí, inspector, le digo que lo está recordando con rapidez. Es posible que de pronto se le venga todo a la cabeza y entonces será demasiado tarde. Necesito protección.

—Sí, Anne, lo entiendo. Dígame, ¿hay algún sitio en el que podrían acomodarse mis guardias?

—Pues, lo más cercano es la casa de la señora Emma Wells, que ya falleció, necesitaríamos una orden para entrar en ella y eso podría llevarse mucho tiempo.

—No se preocupe. Yo sé cómo resolver eso. Hoy mismo por la noche. Estarán dos guardias allí. Y dígame, ¿qué tan lejos está de usted?

—Pues, bastante…

—Pero ¿es posible vigilar con unos binóculos?

—Me temo que no, inspector, Necesitarán un catalejo muy potente para poder vernos.

—De acuerdo, Anne, ya nos encargaremos nosotros de todo. No dude en llamar si sucede algo que esté fuera del plan, ¿está claro?

Anne colgó y al darse la vuelta vio a Tom. Estaba inmóvil, parecía tranquilo, pero en su cara se reflejaba un aire de sospecha.

— ¿Con quién hablabas?

—Con el inspector de policía. Dice que está muy bien que empieces a recordarlo todo. Eso nos ayudará a resolver el caso y él atrapara a la persona que quiere eliminarte.

—Tengo que decirte algo importante.

— ¿De qué se trata, Tom?

—Es que tengo la sensación de que sé en donde se encuentra enterrado Carter.

Anne se dio la vuelta y se fue caminando. Tom quiso seguirla, pero decidió no hacerlo. Ella regresó minutos después. Tenía los ojos enrojecidos.

—Te noto rara, Anne, ¿has llorado?

—Sí, Tom, es que apreciábamos mucho a Carter y su muerte nos ha impactado a todos.

—Pues, creo que estoy cerca de descubrir cuál es su paradero, incluso es posible que vea al asesino en mis sueños. Es cuestión de esperar, Anne. Estoy seguro de que resolveremos esto y volveremos a nuestra vida normal.

—Espero que así sea, Tom.

Tom quiso abrazarla para consolarla, pero ella lo rechazó y se fue a descansar. Se metió en la cama y se cubrió con la manta. Tom decidió ir por liebres. Notó que ya quedaban sólo tres cartuchos en una cajita de cartón. Pensó que la próxima vez que Anne fuera al poblado cercano le pediría que trajera más parque. Volvió con un pequeño ciervo. Se puso a limpiarle la piel, se deshizo de las vísceras y encendió una hoguera para preparar la carne asada. Se imaginó que volvía al pasado y que era un cazador que vivía en un enorme bosque y no tenía más preocupaciones que la de comer y cazar. Estuvo girando al pequeño ciervo para dorarle la carne y el proceso de espera lo sumió en un túnel de meditación. Empezó a ver cosas inexplicables. Unos padres agresivos que todo el tiempo estaban briagos, unos amigos crueles que se burlaban de él, luego el abandono de la casa materna y unas cuantas aventuras. Estaba contento de haber recordado los primeros años de su vida, pero no encontró a Anne. Esperó a que ella saliera para comentárselo. Cuando llegó Anne se sorprendió de ver la hoguera y la carne ya hecha.

— ¡Oh, Anne! Creí que nunca te ibas a despertar. Mira, he cocinado un ciervo pequeño.

—No me apetece la carne, Tom. Come tú solo.

—Pero, Anne, lo he traído para ti, además he recordado mi infancia, necesito contártelo.

Anne se sentó a su lado y aceptó un trozo de pierna. La carne estaba muy blanda y sabía muy bien. Anne comió con apetito. Tom sin reparos comenzó a describirle lo que había recordado, estaba contento de saber que se había fugado de su casa, pero le comentó que no la recordaba. “Es que me mandaron a casa de la tía Helen, Tom—le dijo chasqueando la boca mientras comía—, por eso no me recuerdas en esa etapa, pero después nos encontramos”. Tom sonrió con sinceridad y le prometió a Anne que haría todo lo posible por recordarlo todo. Dijo que se sentía muy agradecido y hermanado con ella. Cuando terminaron de comer fueron a dar un paseo. Rodearon el lago y se fueron en sentido contrario de la cabaña vieja. Inconscientemente Tom fue siguiendo una vereda, se dirigió hacia el bosque y continuó en dirección a las montañas. De pronto, se paró en seco y dijo que era por allí donde se encontraba lo que debía buscar. Tardó mucho tiempo dando vueltas, pero no logró conseguir el recuerdo que necesitaba, tampoco encontró pistas que lo condujeran a él y, al final, desistió.

—Estoy seguro de que era allí, Anne. Mañana regresaremos a buscar, Te juro que por allí debe estar Carter.

—Gracias a Dios, Tom. Es muy probable que pronto descubramos el sitio. Ojalá y logres recordarlo todo. Así la policía podrá ayudarnos a resolver esto.

Anne no dijo nada más cogió el teléfono y llamó al inspector. El policía le pidió referencias del lugar y dijo que mandaría un equipo especial con perros para localizar el cadáver de Carter. Por desgracia, no pudo organizar la búsqueda para ese mismo día y prometió hacerlo al día siguiente.

La noche pasó tranquila. Tom empezaba a recordar cosas de forma vertiginosa. Le comentó a Anne que había estado preso por robar con unos amigos dinero en una gasolinera. Ella le dijo que era inocente y que los impertinentes de sus amiguitos lo habían dejado solo. Según la versión de Tom todo era de otra forma, pero previendo que le había mentido a su hermana sobre la realidad de los hechos, decidió no protestar. Tom descubrió que le gustaba tocar la guitarra. Cantó la canción “Labios como azúcar” imitando la voz de Echo and the Bunnyman, luego empezó a aullar y se le despertó el deseo de ingerir alcohol.

—No. Lo siento mucho, Tom. No tengo nada de alcohol, ni siquiera una miserable lata de cerveza. Ya te traeré la próxima vez que vaya al pueblo.

—Está bien, hermanita, y será mejor que vayamos juntos. Creo que ya va siendo hora de que salga de aquí. Me siento mucho mejor.

—Como tú digas Tom. Si quieres mañana, después de buscar la tumba de Carter, nos vamos en el coche para que conozcas ese poblado. No tiene nada de interés, pero una distracción te vendrá bien. Ahora será mejor que nos acostemos.

Anne no sabía a qué hora llegaría el equipo de policías al lugar que le había indicado al inspector. No pudo conciliar el sueño pensando en lo que pasaría al día siguiente. Pensó en un arma que no se notara y que fuera efectiva en el momento preciso. También reconstruyó todos los caminos que la llevarían a la escapatoria si tenía que huir. A las siete de la mañana estaba a punto de dormirse cuando un salto brusco de Tom le cortó el sueño.

— ¡Ya sé dónde está!— gritó Tom—. Levántate, tenemos que ir hasta allí. Además sé dónde está la pala y la pica.

Anne perdió el habla, sus ojos estaban a punto de saltársele. Se negó a salir, pero Tom le rogó que lo acompañara. Anne hizo unos preparativos para ganar tiempo y salió detrás de Tom que la remolcaba como a una niña que no quiere ir a la escuela. “Es por allí—decía Tom sin parar—, lo he visto todo. Recuerdo la cara de Carter, la ropa que llevaba puesta y el sitio dónde el criminal hizo la fosa. Ayer estuvimos muy cerca de allí”. Siguieron en dirección contraria a la cabaña vieja. Anne miró en dirección de la casa de la señora Emma con la esperanza de que los policías, que se suponía debían tenerla bajo vigilancia la vieran. Incluso se cayó dos o tres veces para que los que la miraban sospecharan algo. Siguieron adelante por la pendiente y se introdujeron en el bosque. Subieron con dificultad y llegaron a una pequeña planicie, luego giraron a la derecha y se fueron metiendo poco a poco en la espesura de vegetación.

“Allí es—dijo Tom con cara de esperanza—Te lo dije. Es allí, mira, donde está ese montículo. La pala y la pica están ocultas detrás de esos arbustos de bayas. Voy por ellos. No te vayas y llama a la policía, seguro llegarán cuando desenterremos a Carter. Lo tienen que ver ellos”.

Anne iba muda, con un dolor fuerte en el estómago se tiró al suelo y se puso a llorar. Tom empezó a trabajar con determinación, usó la pica para aflojar la capa de tierra de la superficie y luego empezó a sacar todo con fuertes paladas. Escarbaba con energía. Echaba con fuerza las porciones de tierra y se fue hundiendo en la zanja. Cuando calculó la profundidad se dijo que tenía que sacar la tierra con cuidado para no dañar el cuerpo de su amigo Carter. Llegó hasta el cuerpo y le gritó a Anne para que se acercara. Ella estaba paralizada por el terror. De haber estado en otra situación Toma lo hubiera comprendido todo, pero estaba ocupado limpiando el cuerpo de Carter. De pronto se oyeron unos pasos. Eran unos policías acompañados de unos perros. Se acercaron a Anne, le preguntaron si se encontraba bien. Tom se asomó para ver a los guardias e indicarles que ya había encontrado el cuerpo, pero una sensación horrible lo anegó. Era como si hubieran sumergido su cuerpo en ácido sulfúrico. Dio un salto y echó a correr, en su precipitada carrera recordó que quien le había disparado había sido su supuesta hermana Anne, que Carter era en realidad un empresario al que había chantajeado. La carrera de su memoria era más rápida que la de sus piernas y empezó a maldecir. Su voz se reflejaba en el eco del pequeño valle. Los perros llegaron hasta él y le impidieron seguir su fuga.

“Por fin recibirás tu merecido, maldito asesino—le gritó Anne, escupiéndole con desprecio”. Tom trató de liberarse, estuvo a punto de arrebatarle una pistola a uno de los policías y maldijo su mala suerte al recibir una patada en las costillas. Lo inmovilizaron y le pusieron las esposas. Unos minutos más tarde llego el inspector. Se disculpó por la tardanza y consoló a la pobre mujer que lloraba sin parar.

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