<<“Unos ligeros golpes me sacudieron. Intenté abrir los ojos, no pude. Ella me tenía abrazado de tal forma que no podía moverme. Pretendí besarla, pero no lo conseguí, mi cuerpo inerte no obedecía, en cambio, sus cálidos labios lo hacían impetuosamente, ardí en deseo, pero no pude devolverle el beso”>>.

Ella, sujetando fuertemente su cuerpo, le susurraba, con vehemencia, apasionadas palabras de amor que él, ya no podía escuchar, que tampoco podía entender y aún menos podía corresponder. Permaneció enganchada a su cuerpo, hasta que por fin consiguieron desasirla de su aferrado desafío.

¡Te he dejado una nota ahí dentro! – le susurró ella, mientras se dejaba guiar por una mano amiga, que la asía con firmeza y la separaba de él con dulzura, a un rincón de la sala.

Dos empleados de la empresa funeraria, con gesto adusto y lóbrega vestimenta, volvieron a colocar la tapa de madera que cerraba el féretro.

<<“Oí el canto de un ave que entonaba una canción de despedida, con su último piar me sumergí en la profundidad de mí, eterna, noche”>>.

La misiva; letras unidas con amor formando el mensaje, quedó sobre el lado izquierdo de su pecho, justo encima de su corazón. Las frases emergían del papel y se paseaban por el interior del confortable cajón engalanado con suaves telas de seda roja y remaches dorados.

«Sé. que jamás te llegará esta carta. Sé, que jamás leerás estas palabras. Sé, que jamás tu alma se regocijará en la ternura con la que las escribo. Sé, que jamás volveremos a cogernos de la mano. Sé, que jamás apretaremos nuestros cuerpos hasta fundirnos en un solo ser. Sé, que jamás nos volveremos a encontrar”.

“Hoy estoy triste y sin duda lo estaré durante mucho tiempo, quizás esta tristeza me acompañe el resto de mi existencia, pero, aun así, me siento feliz por haber compartido mi vida contigo, por haber disfrutado, junto a ti, la salida del sol cada mañana, por haber despedido a tu lado aquellos mismos días (muchos de ellos bajo la clara luz de la luna), por haber desafiado a las adversidades y haberles ganado la partida. Me quedo con la satisfacción de haberte conocido, de haber formado parte de ti y de seguir amándote”.

La rama superior de un pino cubría, con su sombra, un agujero recientemente cavado en el suelo, con precisa profesionalidad, descendieron el féretro y cubrieron el nicho con tierra.

<<“No lo noté; estaba inerte. (Se produjo un ligero golpe seguido de un suave balanceo cuando zarandearon el ataúd). De pronto, me sentí envuelto con un liviano manto. Me rodeó una atmósfera silenciosa. Me dejé arrastrar y me extinguí, perdiéndome, en la caverna invisible de lo etéreo”>>.

Una ráfaga de aire levantó la hojarasca, como en una ensoñación el aroma de su amado se filtró por su nariz despertando sus emociones y provocando en ella el alivio de su pena.

© 2019_María Teresa Marlasca

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