Largos años olvidada, la casa ha permanecido con puertas y ventanas selladas apretando dentro el secreto que dio origen a tanto dolor. Pero hoy muy temprano, apenas comenzaba a despertar el sol, una llave ha roto el mortal silencio al introducirse en la cerradura de esa puerta que, en otros tiempos, era la antesala de la felicidad.

Un imperceptible cosquilleo ha recorrido sus cimientos al reconocer aquellos pasos, tal vez un poco más cansados, pero aún llenos de esa especial energía con la que ella inundaba cada espacio. Poco a poco todo se ha ido llenando de luz y como antes, sus hermosas canciones han dado calor a cada rincón. No cabe la menor duda, es ella, sus movimientos ya no son tan rápidos, quizá su voz no suena tan extraordinariamente clara pero su esencia, la magia que la acompañaba, no la ha abandonado.

Durante todo el día se ha dedicado a ventilar, sacudir, limpiar y adornar con flores, devolviendo su identidad a la pequeña casa. A media tarde, cansada y feliz, se ha sentado un breve momento, la mirada puesta en el camino casi oculto por la vegetación que ha crecido a su libre albedrío. Bebe un té con mucho azúcar para borrar cualquier resto de amargura porque, una vez limpio el hogar, también hay que limpiar la mente, el alma.

Tras recuperar el aliento, aún le queda tomar un baño y así completar la última limpieza. Todo renovado. No pensar en el paso del tiempo y sus estragos, en las cosas ocurridas, en lo que fue y podría haber sido, en que la vida no es justa, en el destino…

Ha llegado el momento.

Aparece puntual, como siempre. En esos primeros instantes solo pueden proyectar una mirada ciega de ojos inundados y corazones a punto de estallar. Tal vez no ven la edad de sus cuerpos, tal vez no les importa, ya no hay prisa, sus manos recuperarán la destreza para volver a trazar mapas en la piel, recontar lunares, añadir marcas al inventario de incidentes… Y hay tantas cosas que contar… y tantas cosas que callar…

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