El trance de Marcos, el sacerdote carismático

El trance de Marcos, el sacerdote carismático

Indiana

25/02/2019

A los 17 años de edad Marcos era sin dudas el joven más apuesto y atractivo de su pequeña comunidad, incluso para los varones, porque además poseía una personalidad magnética, una enorme simpatía que lo hacía adorable apenas conocerlo y una espiritualidad que siempre había ejercido a tiempo completo, confiriéndole una aureola de santo desde su más tierna infancia.

Desde niño jugaba a oficiar misa, lo cual nunca fue motivo de bulying por parte de ninguno de sus pequeños amigos, pues todos los atributos-virtudes que conformaban su personalidad siempre imponían “al natural” un gran respeto e interés en todo cuanto decía y hacía.

Le encantaban todos los rituales de la religión católica y había estudiado la carrera sacerdotal desde que la edad se lo permitió, siempre tutelado por “los mejores” y siempre avezado alumno, y es que no podía ser de otro modo para cualquiera que lo conociera, casi tan pronto como lo conocían.

Marcos en nada se parecía a un charlatán, pero siempre hablaba con gran pasión sobre todo cuanto hacía, muy especialmente en torno a sus estudios sacerdotales, y aún más especialmente en la época en que estudiaba formalmente el exorcismo a fin de alcanzar este ordenamiento.

Así, inesperadamente, un día un padre de su comunidad acudió desesperado a Marcos, solicitándole sus buenos oficios como exorcista para su hija apenas púber.

Tan pronto esto le fue requerido, Marcos se hizo de una vez con todo lo que se necesitaba para practicar un exorcismo, aparte de los particulares conocimientos requeridos para ello. Sería su primer exorcismo real y su aplicación requería la máxima perentoriedad, pues la joven poseída se hallaba en trance desde hacía ya una semana. Todo esto sólo servía para emocionar aún más al siempre emocionado Marcos, ávido de poner en práctica todo cuanto había aprendido sobre exorcismos en el seminario.

A gran velocidad salieron de la casa de Marcos aquella noche, casi a la medianoche.

Marcos tenía claramente en su mente todas las oraciones requeridas en los casos de exorcismo, las cuales eran lo más importante que se requería, y también se había hecho de todos los elementos y objetos requeridos para practicarlo según las instrucciones del rito establecido por la iglesia católica desde 1614, el “Rituale Romanum”, luego actualizado en 1999: el sobrepelliz, el alba con la cruz bordada, la estola morada, la cruz y el agua que sería bendecida durante el rito.

Marcos ya rezaba algunas oraciones en el camino, todas en latín, el cual había aprendido muy bien en el seminario con su eminencia el Cardenal Francesco Simone, quien ya estaba muy mayor pero lúcido. Había llegado a Venezuela relativamente joven, a los 35 años de edad, y amaba a la tierra venezolana tan profundamente como a sus nativos.

Entre oración y oración, Marcos había intentado comunicarse con el Cardenal Simone llamándolo a su celular, pero sólo repicaba un montón de veces y finalmente caía la contestadora automática. Entonces Marcos rezaba aún más, y volvía a llamar al Cardenal. Deseaba vehementemente informarlo sobre la marcha de lo que estaba ocurriendo y contar con su valioso apoyo a distancia, pero en varios intentos urgentes y agobiante la comunicación no se lograba establecer.

Un operativo de varios cuerpos de seguridad del Estado sobre la vía, simplemente parecían un absurdo en el contexto de la situación que Marcos y el desesperado padre de Elisa estaban viviendo. Por suerte no fueron retenidos para nada y sólo habían tenido que aminorar la marcha del vehículo hasta pasar la alcabala móvil, pero psicológicamente aquel obstáculo en el camino había contribuido, y no poco, a incrementar las tensiones.

Ya en la casa paterna de Elisa, muy bien arreglada y aseada al máximo a todas luces, pronto hubieron de subir a la segunda planta en la cual se encontraba la habitación que ocupaba la jovencita poseída.

La puerta del cuarto de Elisa constituía un obstáculo considerablemente mayor que la alcabala que acaban de pasar Marcos y el padre de Elisa, aunque en principio no tan angustioso, pues ya se encontraban en el sitio donde se requería que estuvieran con la mayor urgencia.

Parecía que aquella puerta no se podía abrir normalmente.

Entonces los dos hombres pusieron todas sus fuerzas y empeño para tratar de acceder a la habitación donde se encontraba Elisa, tras lo cual la puerta se comenzó a abrir, pero no podía cejarse en empujarla con gran fuerza para continuar abriéndola.

Y es que tan pronto comenzó a abrirse esta puerta, parecía que en su interior estuviera en plena efervescencia una espantosa tormenta, como alguna que pudiera darse en alta mar en cualquier época de la historia de la humanidad, con todas las furias oceánicas desatando el más insoportable castigo sobre uno, indefenso humano ante las incontenibles fuerzas de la naturaleza.

Esto hizo que Marcos se adelantara a colocarse el sobrepelliz, el alba y la estola morada, así como entrelazar un rosario entre los dedos de su mano izquierda, como para darse más fuerza en edio de aquello.

De pronto sonó el celular de Marcos: el Cardenal Simone estaba devolviendo su llamada.

Marcos hubo de echar un poco hacia atrás y soltar la puerta, que se cerró estrepitosamente.

Tuvo el suficiente aplomo para informar lo más concisamente posible al cardenal todo cuanto estaba ocurriendo, incluyendo lo más reciente, y escuchar sus instrucciones o recomendaciones.

Lo primero que debía hacer sería rezar la oración específica que introduce el gran poderío de Jesucristo ante los demonios, e inmediatamente después salpicar la renuente puerta con el agua bendita, para lo cual tenía que bendecir previamente, allí mismo, el agua que había traído. Segundos o minutos que sumaban demasiado en medio de aquella situación tan apremiante.

En efecto Marcos rezó aquella oración e igualmente salpicó la puerta con el agua bendita, tras lo cual por fin pudo acceder, no sin dificultad, a la habitación donde estaba Elisa.

La valentía de Marcos y el padre de Elisa tenían que estar siempre en primer plano, pues sólo el sonido del viento dentro de la habitación producía un grande terror que helaba la sangre.

Ya adentro de la habitación era menester tener especial cuidado con todos los objetos que daban vueltas a velocidades vertiginosas, como cabalgando sobre un remolino también demoníaco que bien podría recordar el famoso descenso a través del “vortex Maelstrom”, y todos los terrores que sólo su lectura siempre nos infundía imaginándonos todo aquello.

Cada uno con un escudo improvisado para protegerse de aquella cantidad de objetos que daban vueltas a grandes velocidades, Marcos y el padre de Elisa por fin lograron colocarse al lado de la cama sobre la cual Elisa se erguía desafiante y desnuda, su cuerpo lleno de yagas purulentas y costras que se le desprendían con el viento huracanado, mientras gritaba todo tipo de maldiciones y cantidad de gestos impúdicos hacía con su cuerpo, que contorsionaba como en cópula frenética, y sí, demoníaca, a la vez que se frotaba obscenamente sus genitales y demiurgos horrendos parecía que le salían de allí, aparentemente causando un hedor insoportable que llegaba a nuestras narices a pesar del viento.

El padre de Elisa era un hombre joven, pero bastante mayor que Marcos, sin embargo, su cara de desesperación, angustia y terror contrastaban grandemente con la del joven Marcos: severa, pero que además parecía denotar el mayor aplomo en medio de aquel caos aparentemente incontrolable que reinaba en la habitación donde se encontraba Elisa.

Ataviado con todos los atuendos requeridos para el exorcismo, objetos y elementos necesarios en mano, e investido de la autoridad que le conferían sus conocimientos sobre expulsión de demonios adquiridos en el seminario, Marcos procedió según el “Rituale Romanum” actualizado y avalado por el Cardenal Simone a distancia.

Tras pronunciar cada frase en latín de las oraciones correspondientes, y a la vez salpicar con agua ya bendita a la criatura poseída, ésta se contorsionaba aún más, centellas y explosiones se producían sobre su cuerpo, y humos de colores diversos y fétidos brotaban de él. Pero la criatura parecía ceder o acaso retroceder ante las prácticas del ritual, aunque a la vez mayores maldiciones eran pronunciadas por ella, y terribles convulsiones iban sucediendo a las grotescas contorsiones.

Poco después, animales que jamás había visto ojo humano alguno, pero que acaso podrían compararse con gusanos y alimañas ponzoñosas y horrendas, comenzaban a emanar del cuerpo de la criatura como en forma de “cascadas secas” y hediondas. Aquella habitación parecía haberse convertido en una porción del infierno de Dante, quizás más terrible aún si eso fuera posible, y un caos estruendoso la colmaba como para que estallara de un momento a otro.

Pero al fin, súbitamente, la criatura hasta hacía nada erguida, desnuda y desafiante se desvaneció sobre su cama, todas las yagas desaparecieron, como todos los animales que hace poco brotaban de su cuerpo, ningún hedor había ya, y en su lugar un olor a incienso que nadie había encendido armonizaba perfectamente, casi musicalmente, con el cuerpo sano de Elisa que ahora yacía serena sobre su cama arropada con ternura por su padre.

Apenas los objetos tirados por todas partes podían dar cuenta del caos imperante en la habitación hasta hacía unos instantes.

Exhaustos el padre de Elisa y Marcos, sus caras relajadas daban fe de que sus espíritus se habían aquietado por completo, y claro, ya nada perturbaba el ambiente, aunque Marcos desde entonces se retiraría definitivamente del “sacerdocio amateur”, poco después se casaría y formaría la familia que siempre quiso tener.

Finalmente, no sé cómo puede escribir con tantos detalles este sueño mío de hoy.

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