La rebelión de los peones

La rebelión de los peones

Tete

19/11/2023

Todo indicaba que la partida daba a su fin. El rey estaba a punto de ser derrotado, humillado por un grupo de peones. El peón negro que ejecutaría la sentencia, miró a su compañero y guiñándole un ojo procedió a capturar al rey blanco. Sonrió para sí, un simple peón había vencido, un insignificante peón que apenas podía mover un paso al frente cada vez, y esta reflexión lo llevó a cuestionarse lo injusto de su papel en aquel juego.
Este pensamiento se apoderó de él, le arrebató la cordura. En la siguiente partida, se enfrascó en discusión con sus semejantes, era necesario replantear el juego, hacerlo más equitativo en cuanto a movimientos se trataba. No todos estaban a favor de rebelarse, aunque reconocían que no les habían tratado bien desde un principio.
Consiguió hacerse oir, planteó lo que hasta ese momento nadie se había atrevido a plantear: «Queremos ser damas y movernos como nos de la gana». El silencio más absoluto se hizo, seguido de un multitudinario aplauso.

La noticia corrió como la pólvora por los tableros de todo el planeta, las manifestaciones no se hicieron esperar. «Queremos ser damas y movernos como nos de la gana», repetían una y otra vez bandadas blanquinegras de peones indignados. El peón negro había llamado a la sublevación de sus compañeros, ninguno de sus iguales volvería a jugar partida alguna en las mismas condiciones.
El juego estaba paralizado, a espensas de que el conflicto quedara resuelto. Jugadores de todo el mundo empezaban a mostrar su preocupación por el problema. Nada se podía hacer.
Torneos cancelados, dieron paso al olvido que se apoderó del juego. Generaciones de niños dejaron de combatir, de batirse en duelo mental, de plantear estrategias que consiguieran dar con el rey de su adversario postrado ante ellos. Batallas de neuronas sin sangre, sólo frente a frente la mirada, la templanza, tras esto la dulce victoria o la amarga derrota.
Los peones empezaban a cuestionarse el motivo de su sublevación, ahora todo carecía de importancia. Ya no había motivo para nada, ya no había nada.

En su remota fortaleza el señor Fadia conservaba aún el tablero de ébano y marfil que sus ancestros le legaron. Jugaba a diario con su prole de niños inquietos.
Aquel día llegó un mensajero con noticias del exterior.
-Majestad malas noticias os traigo.- Sentenció con tono solemne.
-Proceded- dijo el soberano.
El mensajero relató aterrado el destierro del juego de la faz de la tierra, a excepción del reino de los objetos olvidados en ningún lugar del planeta se conocía de la existencia del ajedrez.
El rey tras meditar largo tiempo, llamó a su consejo de sabios. No estaba dispuesto a permitir que el juego-ciencia se perdiera para siempre sin antes intentar hacer algo para rescatarlo. Jamás había intervenido en el olvido de ningún objeto hasta ese momento, pero la pérdida lo sumió en una tristeza desconocida para él. Se sintió en la necesidad de hacer algo.
Tras meses de deliberación y de estrategias descartadas, el menor de los hijos del rey que andurreaba aquella mañana por el salón del trono, entre saltos y piruetas exclamó:
– Debéis aceptar las peticiones de los peones, haced lo que os piden.
Todos se miraron asombrados, hasta ese instante ninguna propuesta había prosperado.
Así pues, una comisión de sabios se dispersó por todo el planeta.
El peón negro que inicio la revuelta sonrió cuando el anciano le comunicó la decisión del consejo. Había conseguido salirse con la suya. A partir de ese instante los tableros volvieron a tomar posesión en los hogares, retomaban su lugar privilegiado en la sala de juegos.
Después de tanto tiempo en el olvido, nadie recordaba las reglas anteriores, nadie sabía como se había jugado en tiempos remotos a aquel juego que de forma peculiar invadía la rutinaria vida de los poblados.

Dieciséis peones fueron transformados en damas, podían mirar a su oponente directamente a los ojos, contemplar su gesto desafiante. A ellas unidas dos más en retaguardia, protegidas a ambos flancos por el rey y un alfil.

Nunca hasta entonces se había concentrado tanto poder en un tablero, imposible defenderse con tal ofensiva. Todas atacan, todas mueren.

Las partidas se desarrollaban a velocidad de vértigo, su dinamismo sorprendía a contrincantes ávidos de capturas. El resto de las piezas parecían insignificantes, perdieron su valor. Los caballos se aburrían en sus escaques. El jaque mate llegaba y ellos apenas habían sido tocados.

Al principio todo era muy divertido, actividad frenética de manos que movía impulsivamente damas de un lado a otro del tablero prendiendo a su presa, siendo conscientes de la brevedad de su momento.

Esta agilidad en el juego supuso su tragedia, tan pronto como se instauró fue olvidado. Demasiada adrenalina no reposada. Demasiadas damas ansiando el poder, demasiadas damas para derrotar a un rey.

Los peones vestidos con largas túnicas y abalorios propios de las damas de alta alcurnia, se miraban unos a otros atormentados por la fugacidad con la que desaparecían del tablero. Apenas duraban lo suficiente como para mostrar al mundo su estatus en el campo de batalla. Apesadumbrados rememoraban su insignificante pero omnipresente rol en tiempos ya pasados. Contemplaban aterrados su nuevo destierro.

De nuevo malas noticias en el reino de los objetos olvidados, el ajedrez poco a poco se iba desvaneciendo en la memoria de aquellos a los que antes entretenía, condenado irremediablemente al peor de los castigos.

El hijo pequeño del monarca apesadumbrado al ver la muesca de preocupación en la cara de su anciano padre, resolvió actuar por su cuenta. Simulando ser uno más de los muchachos que por las tardes ocupaba las calles de la aldea más cercana al reino, con su tablero bajo el brazo, se plantó buscando un contrincante. Jugarían como siempre se había jugado.

Lo miraban extrañados, preguntándose qué hacía allí aquel crío sentado frente al tablero lleno de escaques vacíos y cuyas piezas no habían sido desplegadas aún. Un campo de batalla desierto esperando ver aparecer a sus tropas por el horizonte.

Hicieron un círculo en torno a él, en silencio sin pronunciar palabra. Un rostro sereno dejaba ver la madurez que su cuerpo ocultaba. De pronto una cría se hizo hueco entre la multitud, desplazando a quienes le impedían el paso. Miró al pequeño príncipe sentado en la solitaria mesa con su tablero desplegado y una mirada provocadora. No lo pudo evitar, acepto el reto.

Se dieron la mano atentamente deseándose buena partida como manda el código no escrito de buenas costumbres. De su pequeña cajita de madera tallada comenzó a sacar piezas, una a una fue colocando en su lugar torres, alfiles, caballos dejando para el final el matrimonio regente de los reinos monocromados. Como colofón, las filas de peones disfrazados a los que fue desprendiendo de sus pintorescas vestimentas y colgaduras dejándolos desnudos, descubriendo su original figura.

-Jugaremos a mi manera,- dijo tajante el pequeño. Y como si de una clase magistral se tratara relató a los allí presentes las nuevas normas del juego, destacando el papel de las recientes figuras a las que ahora llamarían peones.

El nuevo proceder sorprendió a quienes observaban, preguntándose si eso que el crío había relatado era posible, intentando imaginar en su cabeza cómo serían los nuevos movimientos. No dio tiempo a mucho, comenzó el príncipe mostrando el camino a su adversario, movió el peón blanco que defendía a su rey.

La cría estaba fascinada con la partida, se jugaba despacio, sopesando cada movimiento, sin damas acechantes por matar o morir. La multitud observaba en silencio la batalla, atentos a la apertura de las piezas por el tablero, asombrados al ver el papel de alfiles y torres en la táctica de cada adversario por apresar y derrotar al rey. Los peones en su discreto papel, cuando no avanzaban sigilosos cumplían a la perfección su función defensiva.

Tras un duro enfrentamiento y para sorpresa de todos, la pequeña niña gritó alterada y llena de felicidad: ¡Jaque mate!.

El hijo del regente tomó la mano de su oponente apretándola afectuosamente:

-Buena partida- y se dispuso a guardar las piezas en la cajita de madera.

La niña interrumpió su labor diciéndole:

-No guardes nada, no hemos terminado aún, esta vez jugaremos a mi manera.- y dicho esto vistió de nuevo a los peones con los trajes prestados, disfrazándolos de damas de la corte.

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