Cuando Rodrigo dejó escapar un ahogado grito de placer, se giró, suspiró y quedó mudo al lado de Malena. Quería abrazarla y manifestarle su agradecimiento por la eléctrica sacudida de placer que había sentido en todo el cuerpo, pero ella estaba mirando su móvil y, como no le gustaba que la interrumpieran cuando se comunicaba con su amiga Lorena o con alguno de sus admiradores, prefirió cerrar los ojos y fingir que dormitaba. No era muy tarde y la luz anaranjada del atardecer entraba por la ventana para colorear los pálidos muros. Malena se levantó y Rodrigo pudo ver la espalda desnuda de su apetitosa amante. Disfrutó el espectáculo de los glúteos grandes y firmes que se estrellaron dejando escapar un chasquido de carne joven. Suspiró y deseó con toda el alma que esa imagen se le quedara grabada para siempre. Oyó el chorro de la regadera y creyó ver el vapor que salía por la rendija de la puerta. A Malena le gustaba bañarse con agua caliente y luego entumecerse bajo la gélida cascada de la regadera abierta a toda presión. Era emocionante sentir su cuerpo de hielo cuando volvía a la cama. Estaba mirándola en el techo como si viera una película para adultos y no notó que ella estaba parada frente a él esperando que volteara. Cuando dejó de tener sus fantasías en el fondo blanco de cal, se le apareció el cuerpo de Malena erguido y enrollado en una toalla rosa. Estaba inmóvil como una estatua, hasta sus ojos carecían de movimiento. Rodrigo se espantó un poco porque esa actitud presagiaba algo malo.

Sucedió lo que temía. Malena le dijo que tenían que hacer una dieta y se tendrían que abstener del sexo como si estuvieran en celibato. Rodrigo no podía entender a qué venía esa tendencia de prescindir de la fornicación, que entre otras cosas, era lo único que le había dado fuerzas para mantenerse al lado de Malena. No pudo discutir mucho y sus férreos argumentos fueron derrocados en cuestión de segundos porque Malena le dijo que había cobrado consciencia de su naturaleza femenina y que los hombres habían construido la sociedad durante miles de años y era el momento del sexo débil, que era el nombre de un libro de Simone de Beauvoir y no la denominación que se le había dado por siglos a las mujeres.

Se levantó de la cama, se duchó meditabundo y se vistió. Quiso darle un beso prolongado de despedida a Malena, pero ella sólo le ofreció la mejilla y su brazo estirado en dirección a la puerta. Bajó las escaleras con inercia y le pareció que conforme pisaba los escalones se iba alejando a años luz de su amada. Lloró de amargura y cuando la puerta de entrada al edificio se abrió, una empapada de rayos solares lo cegó, sus lágrimas se le quedaron colgando como dos gotas de baba. Se alejó despacio por la calle. Miró por última vez la ventana del piso donde había sufrido, maldecido, chillado y bramado de placer. Los recuerdos empezaron su marcha atrás. Se apareció ante él la imagen de Malena ajustada dentro de su vestido blanco, montada en sus altos tacones, con su boca al rojo vivo por el efecto del pintalabios, su eterno pelo rizado desprendiendo destellos por el gel y la laca y, por último, sus ojos semi cerrados, marca de una somnolencia eterna que tenía desde la adolescencia. Llevaban dos semanas sin encontrarse y ella tenía el aspecto de un atleta que ha estado sometido a un fuerte entrenamiento. Lo malo era que la actividad física que practicaba Malena era el sexo.

Rodrigo había aceptado, hacía mucho tiempo, que ella se acostara con otros, a él no le importaba porque había encontrado una solución para ofuscar su enamoramiento. “Si Malena no quiere ser mía para siempre—se dijo—viviré con amor fornicándola, como un hedonista, hasta que ella no pueda prescindir de mí”. Lo malo es que ella lo había aceptado por lástima. Había visto en él a un ser débil, simple, comprensivo y fiel. Se lo llevó a la cama por compasión como se lleva un muñeco de peluche abandonado en una caja de juguetes, pero se acoplaron bien y la rutina se encargó de mantenerlos juntos, hasta esa tarde en la que Malena había decidido que llevaría una vida libertina revolcándose con la mayor cantidad de hombres que pudiera sólo para humillarlos. No era una ninfómana ni mucho menos, pero su popularidad entre los hombres le había vedado el derecho al matrimonio, ya que nunca se encontraba sola y siempre aparecía algún pretendiente que la cortejara. Rodrigo había sido una especie de fuga de esa atmósfera opresora. Fue lamentable que el pobre no se diera cuenta a tiempo porque para su amante él sólo representaba una forma de distracción que le daba descanso mientras se reponía de las decepciones que le acarreaban los otros.

El rebobinado de la película de su vida siguió su marcha atrás y se vio con Malena en la fiesta de un compañero de trabajo en la que se ofreció a enseñarle los mejores pasos de salsa. A Malena le encantó esa cualidad que era lo único excepcional de Rodrigo, pues en todo lo demás era parco. Leía poco, su carácter era muy simple, le gustaba pasearse solo mucho tiempo y cuando tenía algún problema se le acentuaba su intraversión. Malena lo llevaba a su casa y le manifestaba su entusiasmo, pero Rodrigo se encargaba de que una hora después ella lo viera como parte del mobiliario de su habitación.

Andando por la acera, Rodrigo sabía que estaba cruzando por una etapa nueva en su vida. Tendría que dejar de pensar para siempre en Malena y buscar una sustituta. Sería muy difícil y no tenía ninguna esperanza de lograrlo. Le dio un fuerte escalofrío cuando comprendió que tendría que andar por un largo pasillo de recuerdos que, al final, lo llevaría a una habitación en la que la depresión sería su peor enemiga. Se preguntó si quería a Malena y la respuesta fue contundente: “¡Claro que sí! ¡Estaría dispuesto a todo por permanecer a su lado!”. Era verdad, pero Malena no lo permitiría jamás, incluso si no lo hacía ella, sería alguno de los tantos hombres que ahora ocuparían a tiempo completo su vida. Apretó los puños y se fue directamente a un bar a tomarse una copa. Se emborrachó y llegó al trabajo con los ojos de cotorra a la mañana siguiente. No tuvo muchas cosas que hacer ese día y se fue a su casa a buscar un remedio para la resaca. Por la noche tuvo un sueño.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—¿Cómo que nada? ¡Mira qué cara tienes!

—Pues, la de siempre, ¿no?

—No, Rodrigo, te digo que no estás bien. ¡Dímelo ya!

—Es que será ridículo que tome esta actitud.

—¡Ya no le des vueltas! !Di lo que tengas que decir!

—Es que cuando te dan tus ataques de ansiedad y me comienzas a preguntar sobre nuestra relación tengo que estar al cien por ciento atento, en cambio tú, llevas no sé cuánto tiempo atada a tu cacharro chateando con tu “Lorena” y ya ni siquiera sientes que estamos haciendo el amor.

—Oye, no lo tomes así. Era una información urgente la que me comunicó. No volverá a suceder.

—¡Claro! Pero, ¿cuántas veces me lo has dicho ya?

—No seas pesado. Ya me quitaste la inspiración. Será mejor que lo dejemos aquí.

—¿Que lo dejemos? Mira, siempre he sido un hombre consciente de mis necesidades. Sé que soy un ser sexuado y por lo tanto requiero de la actividad reproductora para encontrarle sentido a mi vida, no es que el deseo de follar me lleve a desear a cada mujer y la fuerza de la lívido me obligue a correr detrás de cada falda, pero como hombre normal requiero del sexo, al menos, una vez por semana. Eso lo entiende cualquiera, pero tú…

No pudo continuar con lo que quería decir en su sueño porque un ruido muy fuerte lo despertó. Abrió los ojos y se concentró en lo que sucedía a su alrededor. Era la vecina que estaba discutiendo con su marido. Vio el despertador y notó que faltaban veinte minutos para que sonara la alarma, su inconsciente quería que durmiera un poco más, pero la voz de la realidad lo obligó a levantarse. Se fue directamente a la ducha y cuando salió se preparó un café. Tenía presente la sensación de su sueño, pero bien comprendía que tenía que librarse de los recuerdos de Malena. Se hizo a la idea de salir con alguna compañera de la oficina, alguna de sus viejas amigas, que eran muy pocas y la mayoría se había casado, o una chica nueva que conociera en un bar. “Lo voy a lograr—se dijo como si estuviera participando en un concurso de la televisión—, sobreviviré”. Se arregló y fue a su oficina. La jornada pasó sin novedades. Se empezó a germinar en Rodrigo una rutina que lo llevaría a refugiarse en la comida. Los recuerdos de Malena iban esfumándose gracias al gran esfuerzo que hacía viendo películas de acción por las noches, almorzando bastantes cosas que le sirvieran de placebo y concentrándose en olvidar. Al mes ya había borrado una gran parte del volumen de historias relacionadas con Malena, además su imagen se comenzó a diluir. Ya no era tan material como antes, ahora parecía una fotografía plana sin las virtudes que le había dado la naturaleza y su voz se oía como un lejano eco. Era cierto que en sus sueños volvía a presentarse hermosa, deseada y cariñosa, sin embargo, cada vez iba siendo más fuerte esa melancolía que despertaba la abstinencia sexual y lo hacía ver sólo una parte del cuerpo de Malena. Eran sus caderas cuando se ponía de espaldas para recibirlo. Al final, fue lo único que apareció en los largos viajes por su mundo onírico, pero se hizo confusa y cambió tanto que Rodrigo se desprendió completamente de ella. Muy pronto su vida cambió de tono y cobró un poco de brillo, las preocupaciones desaparecieron por completo y la tranquilidad motivo más el aumento de peso. No había encontrado a una mujer que sustituyera a su ex amante, pero no tenía necesidad porque el estímulo de la barriga lo satisfacía por completo. Había ganado muchos kilos y seguía enterrando su pasado con grandes copas de helado, tartas, dulces, carne de cerdo, patatas fritas y hamburguesas en abundancia. Hacía su trabajo con más paciencia, no se estresaba y llevaba siempre una lonchera para comer en los momentos en que algún detalle de su vida anterior lo amenazaba con despertar los sentimientos ya dormidos. Dejaron de importarle las mujeres, siguió viendo películas, paseando solo y leyendo cada vez menos.

Malena, al igual que Rodrigo, también tuvo un sueño al día siguiente de la separación.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

—¿Cómo que nada? ¡Mira qué cara tienes!

—Pues, la de siempre, ¿no?

—No, Malena, te digo que no estás bien. ¡Dímelo ya!

—Es que será ridículo que tome esta actitud de nuevo.

—¡Ya no le des vueltas! !Di lo que tengas que decir!

—Es que cuando te dan tus ataques de lujuria y me comienzas a preguntar sobre nuestra relación tengo el ardiente deseo de dejarte, en cambio tú, llevas no sé cuánto tiempo atado a mí como un perrito faldero y ya ni siquiera tienes atenciones que me hagan sentir mujer.

—Oye, no lo tomes así. Es porque tú me menosprecias. No volverá a suceder.

—¡Claro! Pero, ¿cuántas veces me lo has prometido ya?

—No seas pesada. Vamos a olvidarlo, por favor. Sabes perfectamente que soy tu esclavo y que haría cualquier cosa por quedarme a tu lado.

—¿Cualquier cosa, dices? Mira, siempre he sido una mujer consciente de mis atractivos. Sé lo que represento y lo que puedo lograr, para mí el sexo no es el mejor recurso para encontrarle sentido a la vida. Siento mi cuerpo y mi feminidad, deseo tener hijos, pero también siento la necesidad de luchar por los derechos de todas las mujeres. Hemos sido sometidas durante siglos y ha llegado la hora de darle la voltereta. Desde este momento seré yo quien abuse de los hombres, o del así llamado por ustedes: “El sexo fuerte”, que no lo es porque todos son unos maricones.

Malena tampoco pudo continuar con lo que quería decir en su sueño porque un ronquido muy fuerte la despertó. Estaba junto a ella un hombre que le había ofrecido un puesto en una institución pública. No era muy joven, pero sí atractivo. Le había hecho el amor de forma precipitada y se había quedado dormido. Por la mañana, Malena comenzó su camino hacia adelante, quiso olvidar lo que había vivido con Rodrigo, pero los recuerdos en lugar de desaparecer se iban haciendo más consistentes. Recordaba mejor el olor de su piel, la suavidad de sus manos, su cuerpo esbelto pero fuerte y su actitud mansa de siempre. Le parecía oír su voz por las noches y hasta llegó a hablar con él de forma inconsciente. Un día se sorprendió hablándole desde la ducha y se extrañó mucho de que él no estuviera recostado en la cama escuchándola. Decidió enterrar las memorias de Rodrigo con la ayuda de otros hombres. Se esforzó muchísimo y al final lo único que logró fue convertir la imagen de su ex amante en un monumento al que le hacía culto comparándolo con todos los abusadores y peleles que se la llevaban a la cama. Salía victoriosa de todos los encuentros, pero eso implicaba que recordara más a Rodrigo. Humillaba a cuanto hombre la tocaba y sus víctimas llegaban a los límites de la impotencia después de haber sufrido la experiencia traumática con ella.

Dos años después se encontraron por casualidad. No se reconocieron. Pasaron uno junto al otro como dos desconocidos. Rodrigo pesaba más de cien kilos y sus mofletes eran tan grandes que sus ojos parecían los de un chino enfadado o miope, caminaba muy despacio y no ponía atención en las personas que se cruzaban en su trayecto. Malena estaba demacrada, el abuso del cuerpo le había dejado holgada la piel. No tenía la consistencia de antes, su carácter se había estropeado, se había vuelto rencorosa. Estaba muy flaca y ya no era tan pretenciosa al arreglarse, le faltaba, por asombroso que pareciera, confianza en sí misma, pero ella se negaba a aceptarlo. Buscaba con ímpetu los brazos de su ex amante, sin embargo, su orgullo la volvía necia y no quería ir a rogarle que volviera con ella. Por las noches, se revolvía entre las sábanas recordando los encuentros con Rodrigo, recriminándose por la forma en que se compadecía de él dejándolo hacer sin recompensarlo con amor. Ahora sentía remordimientos y sabía que era tarde para dar marcha atrás. Era imposible regresar las páginas de su historia y, más aún, iniciar una nueva relación con el único hombre que le había agradecido sus favores y estaba dispuesto a quedarse a su lado. Siguieron cada uno por su brecha. Rodrigo cada vez más pesado y ella cada vez más decepcionada de los hombres y seca del cuerpo.

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