El día fue de un gris plomizo y mi ánimo esta desbastado en un sofá muy acogedor. La nieve cae, copiosamente, desde hace mucho tiempo. Beberé el último vino y el viejo reloj siempre está marcando el tempo. No queda más que comer, hace días termine con la última rodaja de pan. Las ráfagas de viento suenan y los postigos golpean contra la ventana. El fin me ha encontrado y quiere entrar. Los días son largos y las noches más aun. Esta cabaña es el lugar más desolado del mundo pero ya no me importa, estoy sentado frente al hogar y observo como el último trozo de quebracho, arde en el mismo infierno. Por la ventana alcanzo a ver como el blanco, helado, envuelve todo el paisaje. Con otro sorbo de vino siento el suave amargor de esperar mi destino. La nieve ya está a unos 40 cm del piso y el frio observa la agonía de la madera en el fuego, lo puedo oler, lo espero llegar. El candelabro consume la última vela y da una tenue luz que agiganta las oscuras figuras en las paredes. El libro está abierto, pero no logre volver a terminarlo, ya no puedo ver sus letras, es lo único que me queda en este lugar. No quiero volver a levantarme, ya no tengo fuerzas. No tengo hambre, no tengo sed. Ya no espero que nadie me rescate, no llegaran, no saben que estoy aquí. El reloj esta al alcance de mi mano y sigue marcando el tempo, estoy pensando en detenerlo mientras termino mi vino. Ya no quiero escucharlo, no necesito saber la hora. Miro la última llama de fuego, que se nubla ante mí, y pienso en mi libro. El libro que me acompaño desde siempre, desde la niñez, y es parte de mi. Esos extraordinarios relatos, las páginas que vivieron a mi lado cada momento, es lo único que me acompaña en este solitario final. La madera del hogar ya es solo cenizas, pero aun siento que irradia un tenue calor. Mi libro se irá también. Lo acostare en las brasas. Estaré a su lado. Me levanto del sillón haciendo una insoportable fuerza con los brazos y de rodillas ofrezco las historias más sentidas de mi vida. Se irán conmigo. Me acuesto a su lado y el fuego comienza a revivir con más fuerza que nunca. Mi rostro arde junto a él. Un destello de luz me obliga a cerrar los ojos y el olor a quemado llega a mis pulmones, lo siento como una brisa fresca y extraña. Sé que el final se acerca. El calor se está alejando y a lo lejos escucho el sonido del reloj que nunca se detiene. Ya todo termina, la soledad y el dolor se irán para siempre. Quiero ver por última vez, pero la luz es insoportable, todo es blanco. Siento una suave opresión en mi pecho y un nuevo calor en mi hombro, oigo la más dulce voz… – Papá, dice el doctor que te vas a poner bien y en poco tiempo, vamos a volver a casa.

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