30 51 23

Nunca me interesaron las apuestas ni los juegos de azar es más, tampoco gané nada las pocas veces que lo intenté, por lo tanto no sé muy bien cuál es el motivo real de mi negación, si el de no querer jugar o el de no querer perder.

Recuerdo el día en que aposté a la carrera de galgos durante las vacaciones en Villa Gesell, – antes de que ese tipo de competencias se prohibieran definitivamente-. Había elegido al atigrado galgo Nº8. Mi favorito salió a la pista a gran velocidad, y en medio de la carrera se distrajo y desvió su elegante marcha dirigiéndose hacia la tribuna. Allí permaneció sentado y distendido como un espectador más, mirando al 5 y al 3 que se disputaban el primer puesto. Lo acaricié con ternura y olvidé rápidamente la apuesta perdida, aunque no pude evitar recibir las carcajadas y burlas de mi familia por la elección fallida.

En otras vacaciones fuimos con amigos al casino de Mar del Plata, y mientras ellos desparramaban fichas sobre los números y cábalas habituales con una determinación ganadora sorprendente yo, más conservadora, me concentré colocando las mías en la primera docena. A la voz de “ No va más” la ruleta comenzó a girar y en cada vuelta la pelotita blanca rebotaba en el 3, en el 6 , en el 12, …y caía indefectiblemente en la segunda y tercera docenas. Llena de rabia y frustración llegué a la conclusión de que no volvería a pisar esos ámbitos de perdición.

Pasaron los años y desperté una mañana pensando y repitiendo en voz alta 30 51 23 . No era 3 0 5 1 2 3, ni 305 y 123. Era 30 51 23.Recité esos números mientras tomaba una ducha, durante el desayuno, y seguí repitiéndolos camino al trabajo. Me detuve frente a un local de lotería y entré decidida. Iba a jugar tres billetes a cada cifra. Sin duda la suerte cambiaría esta vez! Qué otra cosa podía imaginar.

Mientras esperaba me atendieran, descubrí una pizarra donde estaba escrito el significado de los números: 30. Santa Rosa, 51. serrucho, 23. mariposa. Quedé petrificada, no podía creerlo. Salí del local sin comprar nada. Me sequé las lágrimas y llegué al trabajo como zombi. Soporté así toda la mañana.

Por la tarde tenía una cita prevista con mis hermanas para retirar las cenizas de mis padres. Las llevaríamos al parque cercano a nuestra casa de la infancia.

Las señales de aquel día habían sido claras y llegaban desde lejos para esta ceremonia íntima, profunda. Mi madre se llamaba Rosa. Recuerdo a mi padre carpintero, trabajando en su taller y guardando allí un enorme ramo de rosas para sorprenderla cada 30 de setiembre.

Emocionada, no comprendía todavía el por qué de la mariposa ….

Llegamos al parque. Mientras caminábamos las tres en silencio sobre el césped húmedo, les transmití el mensaje cifrado de la mañana. Nos miramos conmovidas y felices porque ellos de algún modo estaban con nosotras. No sabíamos en qué lugar íbamos a esparcir sus cenizas y casi sin pensarlo dije : donde pase una mariposa! Y pasó una mariposa amarilla frente a nosotras y sin que le importara mojarse bajo la llovizna quedó revoloteando a nuestro alrededor y se posó sobre un árbol. Ese era el lugar mágico donde ellos querían estar y allí los dejamos amorosamente en paz.

La mariposa permaneció sin moverse sobre el follaje durante mucho tiempo, durante todo el tiempo que estuvimos sintiéndonos en familia conectados los cinco en otra dimensión.

Desde aquel día apuesto porque la vida siga siendo el mejor juego de azar.

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