Arropándome, tanto mi boca como mis lenguas quedaron petrificadas y todos por fin descansamos.

Por más ímpetu que puse para lamer su agua salada, prohibida para mí, no lo logré.

¿Por qué la deseo tanto? ¿Será porque anhelo ser vencido y ella es la única capaz de procurarme la sensación de sumisión? Sé que por muy enfurecido que me presente ante su magnificencia, termino sucumbiendo a sus encantos y a sus bufidos estimulados por nuestros brutales abrazos.

¡Qué iguales! ¡Qué antagónicos! Ella nunca duerme. Engaña a todos con sus amaneceres y atardeceres, regalándonos hipnotizantes reflejos en sus infinitos ojos, ora azul marino, ora azul turquesa.

Y a ellos, ¿por qué les embarga cómo me abate? ¿La creen su aliada? ¡Qué ilusos! Olvidan cuando se enfurece y sus embestidas no las perciben hasta que es demasiado tarde, cuando les envuelve con suavidad impidiéndoles respirar, les zarandea y les escupe.

¡Qué traicionera! Aparenta ofrecerte todo y en verdad te lo arrebata.

Yo en cambio no pretendo engañar a nadie; soy como soy: provoco alaridos cortándoles la respiración al quemar sus pulmones hasta apagar sus vidas, que no la mía.

Entonces, ¿por qué insisten en interponerse? ¿Por qué hacen caso omiso a mi fijación por ella, a la pasión que despierta en mí? ¿No entienden nuestra propia naturaleza? Si ellos son capaces de todo por conseguir su amor, ¿por qué creen que el nuestro es distinto? Él todo lo puede, más que yo, más que ella y, ante todo, más que ellos.

¿Qué instinto les obliga a aferrarse a su tierra? ¿No quieren admitir que sus posesiones no les pertenecen; que soy yo quién las comparto? ¿Obvian el pacto al que llegué con sus ancestros?

Lo admito: admiro su valentía y su arraigo; ahí prosiguen aún sabiendo que estoy aparentemente dormido, aún sabiendo que mi despertar provocará su fin.

Conozco su devenir. Somnoliento les observo asentados en la palma de mi mano, donde todo está escrito. Aparentan normalidad, aunque el temor aflore por sus poros cuando me escudriñan en la oscuridad, creyendo que no les veo.

¡Oh, no! ¡Resurge! ¡Mi sueño concluye! ¡Tengo que hacer algo! ¡Ya sé! Intentaré advertirles con mis patadas para darles esperanza, proporcionándoles algo de tiempo, esa preciada dimensión que a ellos se les acaba.

Tapo mi boca para aplacar mi bostezo. ¡Imposible! Mi esencia me exige llegar hasta ella, arribar en el corazón que me clama.

¡Guau! Presiento que este despertar se propagará más allá del horizonte, que mi rugido se perpetuará en la atmósfera y en la historia escrita por quienes consigan sobrevivir.

De mis labios brota el temido: ‘¡Buenos días!’ Las aves responden batiendo sus alas contra el viento, la población dejando tras sus largas zancadas chillidos estridentes. ¿Y ella? ¡Mírala, haciéndose la distraída!

¡Qué ganas tengo de poseerla! ¿O será ella la que me posea? ¡Qué más da! ¿Lo conseguiré? No hay ninguna duda. Nada ni nadie tiene la capacidad de erigir un muro que me impida alcanzar a mi amada.

FIN

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