La cama a la que le robaron los sueños.
El colchón de una infancia olvidada.
A los pies, el plumier que atesoraba el arcoíris de pintar la alegría.
A su lado, el muñeco Nenuco, que hizo las veces de hijo cuando aún no tenía dientes.
Reposando en la almohada, el billete de ida, desde la Luna a Plutón.
Entre las sábanas, asoman los calentadores de mi profesión frustrada y el tabique desviado, que tan desdichada me hizo y la luna se lo llevó, cumpliendo mi mayor deseo.
Pegado a una pata, el cristal que tatuó en mi mano la inicial en sangre de mi primer amor. Y esparcidas en la alfombra, las fotografías impresas de mentiras convenientes.
En la colcha está tejida la «R» que no pronunciaba mi hermano, la mala cara de mi hermana, la incomprensión de mi madre y la indiferencia de mi padre.
La lamparita de noche refleja en el techo el fondo del mar donde tiré las llaves del trastero, para poder seguir adelante.
Hoy no hay trasteros, ni desvanes… hoy, sólo queda la amarga memoria de los gritos, que ensordecí. Desavenencias sin diálogo, distancias sin kilómetros, besos sin roce y mucha sangre tatuada en las venas, sin una gotita de amor.
Hoy quisiera recuperar la llave del trastero de mis días.

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