Te dormís a la siesta sin querer. Cuando te despiertas el sol te está quemando medio cuerpo. Ponés los pies en el piso y lo primero que percibes con autenticidad es un milimétrico y agudo dolor de cabeza. Tenés que planchar la ropa que no lavas hace una semana; ésa que usas todos los días y, que para colmo, es envidia porque parece nueva. Entras al baño, te mojas la cara y te repasas los dientes con la punta de tu dedo más agujereado. Tomás un mate medio caliente y medio frío que refuerza la amargura y la acidez de un estómago vacío y convulcionado por una película de casi tres horas.

¡Mierda! No hay agua.
El sol entra más a la casa. El sol quema un poco más. Pinta infierno Santiago del Estero para este verano neo-neo-neo-liberal. No hay vacaciones, igual, vos y yo ya estamos acostumbrados, pero tampoco somos boludos.
¡Mierda! Florida. Paraíso.
Te largas a la calle. Las flores se distorsionan sin ninguna poesía por veredas hechas mierdas; en un punto, esto está bueno, porque lo contrario inspiraría mediocres versos de alguno que también se larga a pata desde el sur. Calle Independencia es gas y ruido y autos de chetos folclóricos y hermosas tortillas que serían el fetiche festín de algún convertido filósofo griego, que adoptó la vida salvaje una noche que decidió saltar el muro de la metrópolis y comenzó a escribir con la pluma con la que se limpia el traste.
En la sexta cuadra, la caminata se vuelve pesada e infinita, y aún lejos del edificio penitenciario, digo, del profesorado.
Hay que cabalgar. Aspirar metáforas de cáncer. Después, subir (toda una imagen ¿no?), las sucias escaleras y cruzar los baños que a un radio de once metros largan un olor a orina de aquellos y, que ahora que lo pienso, explicarían muchas cosas de la Dueña de sonrisa encefálica.
Creo que te duelen las rodillas. Ahora caminas más despacio. Intento acercarme, pero no puedo. Todo me puede menos vos. Porque cada vez que piensas en mí creo que en verdad estoy aquí, y trato de hacer lo mismo que vos, de escribir con la mente; una mente que no tengo.
No es la primera vez que pasa, que me pasa.
Soy un mal personaje, lo sé, pero me olvido. Mejor me inhabilito la boca con la bolsa de plástico que me dieron cuando estaba en T89k.k., Circuito 00053217, a tres años de Algarra II.
Después de dos horas vuelvo (ahora), y te encuentro regresando, y te encuentro, cagada de frío y cruzada de brazos.

Cómo es que logras actuar así, si sabés, que de vez en cuando, vos, por alguna razón que todavía no comprendo, te conviertes el personaje de tu propio relato, que parece mío, pero que es tuyo, y solo tuyo.

Sé que comenzaste a caminar más rápido. Te adelantaste a mí, me cruzaste sin amor. Pero esa sos vos. Toda mentira.

Veo que te pierdes, que te desvaneces —la fotografía depende de dónde se te mire—, entre las rojas y verdes luces kilométricas de esta calle quebrada y oscura.

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