Juan el Paíño

Hubo un error en el Registro. Fueron unos años muy difíciles los de la posguerra, donde el caos, tras casi tres años de duros enfrentamientos entre los dos bandos, el republicano y el sublevado, dejó miles de oficinas convertidas en verdaderos amasijos de escombros. Reconstruirlas fue, en muchos de los casos, misión imposible, y aquellas que quedaron con opciones para reconvertirlas en lo que eran antaño, muchas volvieron a tomar vida con funciones distintas a las que acometían en sus orígenes.

Jan vio su luz primera una semana después del fin de la guerra civil, justamente el sábado 8 de Abril de 1939. Juan Ignacio Santos Riupérez, padre del protagonista de esta historia, Jan, seguía la tradición familiar que tanto enorgullecía a Los Paíños, apodo con el que eran conocidos tanto él como sus seis hermanos, cuatro varones y dos hembras, y el padre de todos ellos; el más antiguo de los que se recuerda con tal mote en la familia era el tatarabuelo de Juan Ignacio, bisabuelo de su padre. Tal tradición era bautizar a los hijos varones con el nombre de Juan, aunque a todos se le complementaba el primer nombre con un segundo, de ahí que existiera en la misma familia Juan Ignacio, Juan Pablo, Juan José, Juan Adrián, Juan Pedro, Juan Antonio, Juan Aurelio, Juan Luis… en fin.

Recuerdo que, siendo yo un chiquillo, mi madre me contaba uno de sus trabalenguas que decía:

«Cinco juanes en una casa,

¿cómo se podrán llamar?

Juan el chico, Juan el grande,

Juanito, Juanillo y Juan.»

Tal vez tal chascarrillo era debido a esta familia… no sé.

El día que Juan Ignacio Santos Ruipérez, el Paíño, y Manuela Martín Martín, su esposa, acudieron a la calle Pompeya para que su segundo hijo fuera anotado en el Registro Civil, Mercedes Álvarez, la encargada de tales anotaciones, una corpulenta señora que jamás levantaba sus gafas más allá de la punta de su nariz y de la que se decía que mantenía una infiel relación con el jefe de la policía local, estaba teniendo un mal día. Debido a su desapacible estado, inscribió con error el nombre del pequeño que pasaba a ocupar el último nacido en el pueblo, y donde debió escribir Juan, por alguna extraña razón se saltó la u y escribió Jan, por lo que el niño pasó a figurar como Jan Braulio Santos Martín. El error cometido por Mercedes no fue descubierto hasta el día del bautizo, pues tanto Juan Ignacio Santos Ruipérez como Manuela Martín Martín, firmaban con las huellas dactilares de sus pulgares y las letras para ellos eran como para un servidor un escrito árabe.

El párroco de la localidad, don Carmelo, leyó ante los padres del que iba a ser bautizado la Partida de Nacimiento del bebé y, cuando de su boca salió Jan (Yan) Braulio Santos Martín, el ilusionado matrimonio, en primera instancia Juan, corrigió al cura:

—Se ha equivocado usted, Padre, el niño se llama Juan, no «Yan».

El cura no pudo ocultar su asombro, por lo que mostró a Juan y a Manuela la Partida de Nacimiento, acto del que se arrepintió cuando ambos, sonrojados, dijeron ser analfabetos.

Por más que los enojados padres lo intentaron, el error de Mercedes no pudo ser subsanado, vaya usted a saber por qué, y el niño pasó a ser el primer Jan (Yan, que no se olvide cómo se pronuncia) que se había conocido en el pueblo. La costumbre se quebraba y, como un garbanzo negro, Jan, lejos de saber qué ocurría a su alrededor, rompía con una tradición familiar que se remontaba en el tiempo hasta donde el más viejo de la familia podía recordar.

Como sus padres no lucharon por enmendar el error de doña Mercedes, Jan convivió con ello, y a ello se acostumbró. Pero pasaron los años y , con la muerte del general Francisco Franco, cayó el régimen dictatorial, dando lugar al nacimiento de una nueva España, la España democrática. La Constitución renacía el 6 de diciembre de 1978, y Jan, que por entonces estaba a meses de hacerse cuarentón, decidió que no se había hecho justicia con él al haber tenido que estar toda su vida soportando un nombre que no le correspondía… y se propuso firmemente borrar el estúpido Jan que leía en todos sus documentos, pues, aunque en su casa siempre fue llamado Juan, en su cartilla escolar, en su ficha de la piscina, en su nombre en el censo y, más tarde, en su carnet de identidad, en su carnet de conducir, en su pasaporte y en todo documento donde figurara su nombre, aparecía el erróneo Jan en vez de Juan, como él se llamaba, como él se presentaba, con el nombre que él se identificaba y del que se sentía orgulloso, nombre que, a pesar de lo común del mismo, era seña de identidad de Los Paíños. El error de doña Mercedes debía perecer, y tras muchos viajes al Registro Civil, a la Jefatura de Policía, al Juzgado de Primera Instancia, al Ayuntamiento y etcétera, pudo, para todos los efectos, ser por fin, tras casi un año de continuo mareo burocrático, Juan Braulio Santos Martín. La olvidada u ocupó, cuatro décadas después, el lugar que le pertenecía, los pocos esfuerzos de sus padres por subsanar el fatídico error de doña Mercedes cayó pronto en el saco de las cosas insulsas y, aunque no fue olvidado, fue perdonado… y la familia conocida como Los Paíños dejó de tener su garbanzo negro.

Cierto día, recordando Juan Braulio todo lo que había dado lugar el error de doña Mercedes, pensó: «La importancia que puede llegar a tener una simple letra».

Juan Braulio murió joven. Una excesiva ingesta de alcohol y conducir bajo sus efectos el día de la boda de un amigo fueron las principales causas de que concluyesen sus días. Solo tenía cuarenta y cuatro años. Su familia y sus amigos perdieron a un ser muy querido, y una buena persona pagó con el más alto precio despreocuparse, una sola vez, de su responsabilidad, pues él nunca fue un hombre bebedor. Pero murió siendo él, el auténtico Juan Braulio, uno más de Los Paíños varones que mantenían la tradición de llamarse Juan. Jan había muerto cuatro años atrás.


FIN


N. del A: «Juan el Paíño» es, ante todo, una historia ficticia. Aunque en este relato se citen fechas, datos e, incluso, algún nombre real, la trama que en él se desarrolla ha sido producto de la imaginación, pues si en algún lugar de España hubo o hay una familia que pudiera encontrar alguna coincidencia con todo lo detallado, sepa que únicamente la casualidad ha tenido algo que ver en ello.


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