Me encuentro en una mesa vacía mirando las luces de una ciudad desconocida, en la oscuridad, preguntándome qué es esto, qué son las nubes que se mueven, que viajan para ir lejos de aquí, me pregunto si irán a un lugar mejor, donde la gente sonría al verlas.

Qué es esta falta de apetito, estos escalofríos, este cansancio que parece infinito, esta ansiedad que me come lentamente alejando a todos a mí alrededor, inclusive a mí misma.

Vacía, disuelta en un espacio comunitario, corrompido por mi cuerpo medio muerto y mis ojos llorosos (¿Cómo puedes pensar que yo no te quiero cuidar?), me rompo frente a una taza de té, sintiéndome extraña, insegura de toda la seguridad que construí. Quiero volver a ser una niña, donde mi éxtasis estaba en los días donde salía a jugar bajo el sol, o aquellos días que llovía y creaba una guarida secreta imaginando en mi mente, que estaba en una jungla salvaje.

Extraño el sabor del té, las carcajadas inocentes, los llantos imprudentes, las mentiras de los adultos. Si me estás escuchando, quiero que sepas que tengo miedo, de crecer, de no ser, de ser demasiado, de volver a un punto neutro donde las cosas no se puedan arreglar, donde los errores sean demasiado pesados como para volver a empezar. Lidiar con este silencio exquisito, pero solitario, perdido, destruido por el siglo XXI.

¿Estás ahí? ¿O solo eres un cuerpo inerte como el de los demás?, protegido por las mentiras de tu cabeza, de tu corazón, de tu conciencia.

El frío no se va, ni con mantas, ni con sonrisas.

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