Me abandoné al sueño. Mi rincón feliz. Imaginaba que la crisálida era mi Palacio de Cristal, donde estaría a salvo; libre de las miradas carcajeantes y las voces penetrantes que me insultaban.

Aquí sí me siento bonita. Abrazada a Morfeo rememoro el momento de mi concepción. Desde mi burbuja percibía felices a mis padres; ansiosos por tener en sus brazos a su pequeña larva.

En mi redondo envoltorio nada podía ocurrir pero mi caparazón eclosionó dando vida a un espantoso ser y, aunque mis padres me miraban con amor, la decepción imprimió su rostro de una oscura tristeza.

Comía y dormía… comía y dormía… Hasta que fui lo bastante mayor y comenzó mi tormento. La primera vez que pude ver mi aspecto en el espejo, solo pude emitir un lamentoso — ¡Oh Dios mío, soy un ser horrible! ¡Soy una oruga asquerosa! Y me desperté.

Corrí hacia el espejo que me escupió mis complejos. No era una oruga pero era fea, muy fea y desagradable.

Incapaz de enfrentarme al día, me volví a la noche de mi cama.

Me encontré dentro de la crisálida; una vez más a salvo.

Cuando rompí la membrana y desplegué mis brazos ensombrecí al sol y fue la sonrisa de mi corazón la que le dio calidez al mundo.

Todos me admiraban. Todos me alababan. Mi cuerpo albergaba todos los colores del arcoiris.

Me dotaron con una fragilidad poderosa y una belleza efímera como efímero es el mundo de los sueños.

En ese momento tomé la decisión más importante de mi corta vida.

Permanecería para siempre en el plano onírico y me convertiría en esa bonita mariposa que luciría hermosa ante el espejo.

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