Por la ranura de la puerta solo entra un poco de luz y mi cama parece cada vez más pequeña, como si de un momento a otro mis pies pudieran quedar a la vista, encojo los dedos y cierro los ojos. La puerta se abre un poco, suficiente para que la luz llegue a tocar un costado del bote donde dejamos la ropa sucia; pero muy poca para poder distinguir que es lo que se mueve sobre él. Volteo, la oscuridad reina y las siluetas de mi imaginación pueden nacer, me cubro con las sabanas y siento como me miran desde fuera, me ahogo con mi propio aliento, rogando por que el sol salga.

Levanto un poco las sabanas, lo suficiente para poder respirar, pero solo un poco para no verlo a él; se que nadie me cree, incluso he llegado pensar que son las sombras de mi imaginación, pero no hay noche que no me vigile y no importa que tanto lo niegue se que al oscurecer volveré a encontrarlo; rezo un poco para calmar mi mente y sentirme protegido, mantengo los ojos cerrados siempre, tal vez por unos minutos me duermo, pero no tardo en despertar, abro los ojos y enfoco la mirada exactamente donde lo puedo encontrar; algunas veces es una sombra enorme con una forma difícil de describir, pero se mueve, de verdad lo hace; otras veces es solo un bulto en una esquina que pareciera respirar. Hoy quiso ser algo parecido a una araña a los pies de mi closet, me volteo para darle la espalda, uno, dos, tres… y vuelvo a voltear, ha caminado un poco, unas cuatro patas más arriba.

Cierro los ojos, tan fuerte como todas las noches, pienso en mi mamá y en todos los consejos que me ha dado, rezar, ya está hecho, pensar en lo que haré al amanecer, en proceso, despertar, desayunar, no hablar de esta noche, ni de ninguna de las anteriores, fingir que soy tan bueno como todos piensan para crear mis propios demonios y esperar que no oscurezca nunca más.

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