​Archipiélago profundo

Verano

Cap. 1.

Corría el verano del 2014. Gesell. Sonaba en aquel entonces la melodía inconfundible de la cumbia argentina. Barata, comercial e ideal para mirar el bello cuerpo de las chicas al bailar, creyéndose poder llegar a ser presidente con ese simple movimiento: levantar la cola más arriba que su cabeza.

Éramos cuatro muchachos. Yo era el más feo de todos, pero con ese «chamuyo», bueno o malo, lograba sacar algún que otro beneficio óvenes.

Rodrigo y Agustín. Hermanos de sangre, rugbiers y creídos, pero fieles al grupo como el fernet a la coca, iban al frente del mismo marcando territorio y determinando el lugar. –Acá. -Y ese era el mejor, rodeado por esas chicas con ojos llenos de sexo y atrevimiento.

Martín, el tranquilo e inteligente del grupo, se encargaba de conseguir los descuentos y “frees” para el ingreso a los boliches.

Los hermanos habían ofrecido la camioneta del padre como medio de transporte. –La más fachera del grupo –decían ellos. Una Jeep negra. Ya que contábamos con cuatro valijas, un poco de comida, las bebidas y nuestra propia humanidad, nos pareció una buena idea aceptar el Jeep. Pusimos todo el equipaje en el amplio baúl y cinco horas más tarde, estábamos varados frente a lo que fue durante quince días nuestra casa, nuestro hogar.

La casa formó parte de una herencia del padre de Martín, luego de que a su abuelo le agarrara un infarto. Seguramente porque se enteró que la esposa lo engañaba con el peluquero. Gracias peluquero.

Casi como un acto instintivo, al entrar por la puerta del garaje, decidimos los dueños de los cuartos. Pasamos a ordenar la comida y las bebidas en la heladera, la ropa en el perchero. Organizamos la famosa “vaquita” para comprar alcohol. Dos mil pesos en alcohol y mil quinientos para la comida. Mentalidad juvenil.

Se acercaba la noche y yo la comencé gritando como loco acompañado de los chicos -Las palmas de todos los guachos arriba. -con cara de desquiciados. Ese era el comienzo de nuestro ritual. El comienzo para destapar el primer fernet de la temporada. Agustín tomó su celular y empezó a llamar a todas sus amigas que se fueron a veranear a Gesell para invitarlas a nuestra casa.

-Llama a Carolina, Agus. -dijo Rodrigo -¡La de tetas grandes que esa entrega seguro!

-¡Hoy la ponemos todos! -agregó Martín -¡Maxi, prende la compu y ponete uno de Damas gratis!

Inmediatamente después que Agustín finalizara sus respectivos llamados, que con suerte nos llevarían a buen puerto, nos pusimos a disfrutar del Fernet con coca, el primero de muchos de la noche.

Llegadas las veintidós, habíamos terminado de acomodar la casa, que sería nuestro refugio y cárcel durante los siguientes quince días, para tratar de ocultar nuestra pereza y que nuestras esperadas invitadas se sientan confortables.

Los comentarios no tardaron en llegar.

-¡Las botellas arriba de la mesa! ¡El fernet que no lo toquen, 120 pesos me lo cobró éste chino culo roto!- dijo Martín.

-No sé quién es el boludo Martín, vos que le compraste, o el chino… -acotó Rodrigo.

La alarma del celular nos indicó el horario previsto. Las 11 de la noche. La hora ideal, la esperada por nosotros. La hora para ver a nuestras amigas llegar; vestidas de esa manera tan peculiar, acompañadas de un par de botellas de alcohol.

No se hicieron esperar. Once y cinco suena el timbre. Todos nos juntamos, hicimos una ronda que duró unos 20 segundos y repetimos una vieja frase nuestra: -¡A romperla!

Yo salí corriendo casi como en una competencia para la puerta, giré mi cabeza para mostrar una sonrisa muy peculiar a mis amigos, perfecta para aquella situación, como si ése fuere el momento en el cual cambiarían nuestras vidas. En parte lo fue.

-¿Quién es? –dije, cómo si no supiera quién cristo era.

-¡Caro y compañía! –gritaron todas aquellas mujeres dichosas de sus cuerpos perfectos e inocencia nula.

En ese mismo instante se llevó a cabo la última cruzada de miradas entre todos los chicos y abrí la puerta.

Cap. 2.

Entraron a nuestra casa las chicas deseadas por todos nosotros. Caro, Luli, Sol y Sofía. Me sentí Maradona después de convertir el gol contra los ingleses, o Bilardo después de ganar la copa del mundo.

Cada una de ellas era un homenaje a la belleza, dispuestas a matarnos lentamente con sus miradas, sus voces melódicas y sus cuerpos jóvenes envidiables por cualquier chica de su propia edad o aún mayor.

Rápidamente se hizo la división de bienes:

-Me quedo con Caro –dijo Rodrigo.

-El que le mira el culo a Luli le rompo la cara –aseguró Martín.

-Sol está increíble chabón –dijo Agustín.

-Estoy en los cielos, Sofi está hermosa, amigos –dije.

-Maxi, tené cuidado, creo que su novio está en Gesell también –agregó Martín

Cuando Martín comentaba algo, era para tenerlo en cuenta, nunca hablaba de más. Nunca hablaba porque sí. Era Martín, el inteligente del grupo.

Abrimos la botella de vodka que trajeron las chicas mientras que nos ubicábamos en una mesa redonda que teníamos en el medio del comedor. Rodrigo muy amablemente se ofreció para traer el jugo de naranja, indispensable para preparar el famoso Destornillador.

Había botellas de todo tipo: Cerveza, fernet, vodka, whisky; todo lo que se necesita para emborrachar a un grupo de jóvenes idiotas.

Yo comencé como siempre una conversación proponiendo jugar a las cartas, a lo que todos aceptaron con entusiasmo.

En la mesa, empezando por mí, de izquierda a derecha, se sentaban: Martín, Agustín, Caro, Sofía, Sol, Luli y Rodrigo. Tenía en frente a Caro y Sofi. Caro con sus dotes femeninos, apretados por ese escote que le quedaba tan bien; y Sofi con su cara celestial que realmente me encantaba. Rodrigo no paraba de mirarle los senos a Luli, envidiables hasta por la propia Caro; y Martín hablaba sobre qué iba a estudiar en la facultad el próximo año. Un desentendido del plan para lograr algo con Luli.

Luego de aquella apreciación, tomé el mazo de cartas y expliqué rápidamente un juego el cual lograría que todos gozáramos de una borrachera como pocas para la hora en que tendríamos que salir al boliche. Así fue.

En el medio del juego crucé innumerables veces miradas con Sofi, lo cual me dio algo de confianza para pedirle que baile conmigo y luego darle un beso en el pasillo que conectaba al comedor de los cuartos.

A Luli le aburría la manera en que Martín explicaba su metodología para aprobar sus próximas materias de la facultad, por ende, descartamos la posibilidad de que ellos terminaran juntos aquel verano. Pero, sin embargo, él logró robarle un par de risas. Un gran giro en el juego de seducción.

Rodrigo parecía ir muy bien con Caro: algún que otro roce bajo la mesa, risas cómplices mientras ponía en ridículo a su hermano.

Sol era la devota del grupo, pero Agustín se las arregló para sacarle algún tema de conversación, y por lo pronto, varias miradas.

Cap. 3.

Luego de que todos comenzáramos a patinar nuestras palabras al hablar, que Agustín lograra darle un beso a Sol, y yo volviera con Sofi al comedor, teníamos que darle los últimos “besos” a las botellas de vodka y whisky que habían quedado sobre la mesa para arrancar la famosa ida a las dos de la mañana hacia el boliche. Cada uno de nosotros estaba pensando en volver temprano para poder tener sexo con nuestras respectivas parejas recién formadas.

Las chicas tuvieron su última reunión en el baño para arreglarse antes de salir. Nosotros aprovechamos para agradecer a Dios las curvas que dibujaban los vestidos en los cuerpos de ellas. Agustín sacó un cigarrillo de marihuana para fumar en el trayecto. Nos reunimos nuevamente en el comedor. Cada una se juntó con su pareja y luego partimos para el garaje de la casa.

Subimos al auto hablando de todo un poco. Sofi se sentó sobre mí en el asiento trasero. Estábamos ubicados en el medio del mismo. Nos acompañaban Agustín, Luli y Sol, mientras que adelante charlaban Rodri, Caro y Martín.

La manera en que nos calentaba tener una chica arriba nuestro se veía reflejado en nuestro miembro, y ellas lo sabían perfectamente, parecían entender muy bien cómo hacerlo. Agustín prendió el cigarro de cannabis y giró la primera ronda.

Teníamos todo bajo control. Las lomas de burro parecían entender nuestras intenciones, entre toqueteos y miradas. El efecto de la marihuana nos hizo reír e inhibir vergüenza alguna, sentirnos más.

Llegamos al boliche. Martín se había ocupado de conseguir los respectivos descuentos para los chicos y los “frees” para las chicas. Sumó mil puntos con Luli, demostrándole que era capaz de hacerla disfrutar del lugar sin tener que pagar su acceso.

Ellas pasaron por la puerta principal. Nosotros pagamos en la entrada con el bendito descuento y nos reunimos con ellas en una especie de balcón.

La música, el alcohol, el calor, los shorts cortos de las chicas y nuestros propios pensamientos jugaron durante toda la noche. Pasamos de ser cuatro chicos, a ser los monarcas de ese gran pueblo, las jóvenes.

A mitad de la noche, ya todos mis pensamientos y acciones estaban alineados con los de Sofía, y decidí llevarla a la casa donde estábamos anteriormente riéndonos de nuestros propios besos. Saludamos a nuestros respectivos amigos, salimos del boliche y nos tomamos un remís en la esquina del mismo.

Llegamos a casa, nos besamos durante todo el camino existente desde el comedor hasta el cuarto y cuando cerré la puerta del mismo, la desvestí, me acosté en la cama y ella se apoyó suavemente sobre mí. Su cara era perfecta, demostraba inocencia y perversión a la vez. Los sentidos jugaron un papel protagónico. Rozó mi pene con su entrepierna, seguimos seduciéndonos entre caricias y miradas. Pusimos nuestras fantasías sexuales en juego. Caí en el laberinto de sus curvas perfectas, su cuerpo armonioso. Sus expresiones eran excitantes, sus gemidos aún más. No encontraba explicación lógica en mi cabeza para entender aquel momento, solo sentí. Cuando todo terminó, nos acostamos mirándonos fijamente a los ojos, creí haber tocado el cielo con las manos. No me quería ir de su lado.

Marcadas las seis de la mañana, llegaron los chicos. Para la sorpresa de ninguno, Rodrigo llegó con Caro y disfrutó uno del otro durante lo que quedaba de la mañana. Los demás se fueron a dormir solos, pero lograron besar a sus chicas, lo cual dejó la posibilidad de que puedan seguir conociéndose aún más.

Me levanté junto a Sofía. Agarré las llaves de la camioneta que estaban sobre la mesa del comedor y manejé hasta su casa. Quedaba a veinte cuadras de la mía.

Cuando llegamos me dio un beso y se bajó de la camioneta.

-La pasé muy bien, te quiero ver de nuevo –dijo mirándome fijamente a los ojos.

-Sos hermosa rubia –dije con una sonrisa- Si no te quisiera ver de nuevo, estaría loco. –añadí.

Se rio y se fue. Me quedé mirándole pocos segundos su cola, sus piernas mientras se alejaba, y volví conduciendo hasta la casa.

Cap. 4.

Entrando lentamente por la puerta del garaje, fui hasta mi cuarto. Me quedé pensando en la silueta de Sofía y dormí hasta las cuatro de la tarde del mismo día.

Cuando salgo de la habitación veo a Rodrigo insultando a quién sabe quién porque no encontraba las llaves de la camioneta, las cuales había dejado sobre la mesa de luz de mi cama luego de despedir a Sofía.

Fui a buscarlas y las mantuve en mi mano alrededor de diez segundos con cara graciosa. Con mi otra mano me señalaba el pene. Juego de chicos

-Acá están boludo, las a garré para dejar a Sofi en la casa. –dije

-¡Yo te voy a cagar a trompadas pelotudo! ¡¿Por qué carajo no avisas?! –gritó Rodrigo.

-Y, no te podía cortar el polvo con Caro, y hablando de eso, ¿Dónde carajo está? ¿Te la comiste con la pija? –dije riéndome en fan de sobrarlo.

-Cerrá el culo que está en el cuarto, estaba buscando las llaves porque la quiero llevar a la casa. –Me dijo mientras me arrebataba las llaves de las manos.

Aparecen Agustín y Martín, quienes habían acomodado su cuarto mientras escuchaban la conversación que tenía con Rodrigo.

-¡Acá aparecieron los que se estaban cogiendo ja ja ja! -grita Rodrigo –Bueno voy a dejar a Caro en la casa, ahora vengo y comemos algo. –agregó y se fue a buscar a Caro a la habitación para llevarla a su casa, sin antes pasar por el garaje y deleitarse un poco más.

Con Agustín y Martín arreglamos un poco el desastre de la noche anterior y tomamos un poco de plata de la “vaquita” para comprar algo de comida en el supermercado. Mientras caminábamos nos encontramos con Sol, una de las amigas que estuvo con nosotros la noche anterior, mejor dicho, con Agustín.

-Ey ¿cómo estas Agus? –pregunta Sol sorprendida de encontrarnos cerca del supermercado.

-Cómo va Sol, ¿todo bien? Acá andamos, yendo a comprar algo para comer. –dijo Agustín buscando apoyo por nosotros

-¡Qué bueno!, yo igual, che, ¿Por qué no compramos algo todos juntos y vienen a comer a casa?

-¿Con quién estás parando? –preguntó Martín

-Con las chicas de ayer, menos con Sofi, ella está con los viejos a 5 cuadras nuestro. –Contestó Sol.

-Bueno, pasémosla a buscar y comamos todos juntos. –Agregué.

-Dale, bárbaro, vamos a comprar y la pasamos a buscar. –dijo Sol con entusiasmo.

Habíamos terminado todas las compras: fiambre y unas cervezas para beber, porque en la costa es así, el hígado no tiene respiro.

Caminamos las respectivas doce cuadras desde el supermercado hasta la casa de las chicas. Me adelanté y le pregunté a Sol la dirección de la casa de Sofía.

Con dicha información en mente, caminé cinco cuadras, me topé con la esperada casa de mi querida y toqué timbre. Para mi tranquilidad, me atendió ella, ni su madre, ni su padre.

-¿Qué haces acá? –Preguntó sorprendida con esa sonrisa blanca y hermosa.

-Hola rubia, te paso a buscar para que comamos todos juntos en la casa de las chicas, nos encontramos a Sol en el súper y estaría copadísimo que vengas conmigo. –Respondí ya con el corazón latiendo a mil.

La costa tiene eso, los adolescentes se enamoran a cada minuto de lo físico, lo provisorio. Pero en este caso no. Me había enamorado de su mirada, su voz, su risa, sus ideas, su hablar, su caminar seguro.

Cap. 5.

Regresé acompañado de Sofía a la casa de las chicas, y cuando toqué el timbre, me atendió Caro.

-¡Qué linda la parejita eh! -Sofía rió, pero no pronunció ninguna palabra. Me gustó.

Nos sentamos todos juntos. Las chicas preparaban los sándwiches y nosotros, como siempre, hablando sobre cómo disfrutamos tocar sus cuerpos la noche anterior.

-Y ¿te la garchaste, boludo? –me preguntó Agustín.

-Se, ¿Por qué no le preguntas a Rodri?, parece que sigue teniendo la pija al palo de la chupada que le pegó Caro recién ¡ja ja! –respondí mirando a Rodrigo con gracia.

Las chicas nos llamaron para comer.

Parecíamos lobos con cuatro caperucitas para comer. Una verdadera utopía. Yo no pude haber disfrutado más la compañía de Sofía, mis amigos tenían a sus chicas y estábamos empezando a relacionarnos cada vez más con ellas.

Hablamos un largo rato en la sobremesa sobre cómo serían nuestros próximos días en la costa. Nuestros deseos, “objetivos”, alusiones.

Nos sentamos en el sillón del comedor con los chicos a ver un partido del campeonato de verano por la televisión. Mientras tanto las chicas se arreglaban para luego ir a la playa a aprovechar el poco sol que iluminaba la tarde.

Rodrigo se fue al cuarto con Caro para seguir lo que habían empezado cinco minutos antes de comer.

Martín se fue a conversar con Luli en la cocina mientras ella limpiaba los platos. Se ve que le tocaba a ella esta vez. En la costa es así, se turnan para limpiar los platos sucios.

Agustín se quedó mirando el partido conmigo mientras Sol y Sofía seguían arreglándose en el baño.

Abren la puerta del baño. Se escucha la voz de Sol llamando a Agustín para preguntarle cómo le queda el vestidito. -Casual, hermoso. -me atreví a gritar. Fue gracioso.

Llamé a Sofía para que me acompañara afuera a fumar un cigarrillo y le dije todo lo que me pasaba por mi cabeza en relación a su existencia, y que me encantaría que me acompañe a la playa ese mismo día a la noche, para charlar y beber algo. Ella aceptó mi humilde invitación y me besó.

Esa misma noche, los chicos se fueron a nuestra casa y yo aproveché ese momento para pasar a buscar a Sofía por la suya.

Caminamos hasta la playa jugando con nuestras pisadas en la arena, nos besamos y abrazamos para mantenernos conectados. Estábamos ella y yo. Lo que estaba bien y lo que estaba mal. Lo que enamoraba y lo que provocaba. Encontramos un pedazo de tronco a la orilla del mar, que seguramente lo iban a utilizar para armar una fogata. Nos sentamos sobre él. Sus ojos, sus labios, sus pecas, que quedaban estupendas con su bronceado y, por cierto, ese vestido blanco, el cual resaltaba tan bien todo su cuerpo jugaban en mi cabeza. Creí que no besarla era pecado, no tocarla era perder.

La cerveza se terminó y así nuestro encuentro en la playa. Nos fuimos caminando para mi casa, donde se encontraban los demás.

Cap. 6.

Aproximado a la puerta, sentimos que la fiesta había comenzado. Música, risas, gritos de mujer, Rodrigo gritando borracho. Porque nunca iba a ser una fiesta si Rodrigo no demostraba sus cualidades musicales estando en aquel estado.

Entramos con Sofía. Como era de esperar, todos ocupados en su objetivo por disfrutar la noche. Apenas unos pocos voltearon a ver quién había entrado por la puerta. Tomé de la mano a Sofía, le di un beso y le dije que luego nos veríamos.

Busqué a los chicos, nos saludamos, les conté lo bien que la pasé con ella y luego nos pusimos al día con el fernet.

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La noche siguió desarrollándose. Martín vomitó tres veces. Rodrigo no paraba de reír por el modo en que Caro no se jactaba de cómo él le dejó la tanga corrida. Agustín estaba en algún lugar de la casa besando a Sol. Yo, por lo pronto, me estaba imaginando toda una vida con Sofía mientras ella tomaba vodka con Speed.

Qué escenario, qué película creé con aquella preciosa mujer. Casi perfecta, si no fuera porque era joven e ingenua, pero tenía alma.

Luego de aquel lapsus conseguí incorporarme de la silla, la cual me ataba por los efectos del alcohol, a mi destino: esa dama de cristal, inerte de todo mal y problemas.

-Creo que te amo. –murmuré casi silbándolo.

-Maxi, estás en pedo. –dijo con su voz tan seductora. Ella había notado como el fernet dentro del vaso había ingresado a mi cuerpo casi más rápido que Usain Bolt en las olimpiadas. – Pero sos lindo.

Entendí que no fue lo más astuto que pude decir para aquel entonces, pero lo sentía. Había fabricado un espacio en mi corazón para que ella pueda colonizarlo. Pertenecía a ella.

“-¡Arruinaste las vacaciones pelotudo!”. Así fue el saludo de bienvenida para las palabras que expresaban el amor que le tenía a Sofía por mis amigos.

Fundamentaban sus insultos por este simple hecho: No habría posibilidad alguna de poder estar con distintas mujeres si yo seguía viendo a Sofía en las fiestas que organizábamos. Ellos estarían obligados a estar con sus amigas, y no era lo planeado desde un principio.

La noche era el único momento donde podía verla, sentirla, contarle mis fantasías, porque ella todos los días tenía un compromiso con su familia.

Los mensajes por celular no servían. No era lo mismo estar junto a ella pudiendo disfrutar de su cuerpo y besarla, que expresarle eso mismo vía mensaje. Necesitaba que me haga reír, que me hiciera notar cómo se reducía mi mundo al verla. Nadaba en sus ojos, me perdía en sus cabellos y me volvía a encontrar en sus labios. No existía algo tan íntimo y personal como el momento en que retozábamos sobre la cama y tratábamos de no enamorarnos por el solo hecho de intimar. Perdimos, eso creímos.

Cap. 7

Ya habían pasado las primeras seis noches de nuestro Gesell. Las primeras seis noches de tortura para nuestro hígado y mal hábito para el estómago.

Rodrigo estaba en su cuarto durmiendo con su nuevo trofeo femenino. Martín se encontraba cocinando algo para el almuerzo, su intento de pollo con arroz. Agustín se había levantado temprano para tener su bronceado “negro mota”, le gustaba llamarlo así. Salí a fumar por la playa.

Seguía sin ver a Sofía, mi chica, mi todo.

Me encontré con varios caracoles, un viejo muelle. Recordé que a mi padre le encantaba llevarme a pescar; era su lugar, su momento para conectarse conmigo.

Necesitaba estar con ella. Necesitaba de ella.

Por la noche le mandé un mensaje:

“¿Cómo va Sof? ¿Estás libre? ¿Te puedo pasar a buscar en 15?”

Cinco minutos después recibo su respuesta:

“Hola Max, estoy cenando en familia, pero en una hora nos podemos ver, ¿salís a la noche?”

Mi cabeza comenzó a idolatrarla, fascinarse al punto de extasiarme de amor, atiné a responder:

“¡Bárbaro, paso por tu casa en 1 hora! No, no salgo, prefiero quedarme con vos hablando”

No me interesaba realmente la respuesta de ese último mensaje. Salté de la cama y fui directamente a la ducha, sin escalas. Me afeité, cambié y agarré un preservativo que tenía dentro del cajón de la mesita de luz del cuarto por si acaso. Salí a caminar escuchando música. Pensé rodear la costa, fumar un par de cigarrillos y luego dirigirme a su casa.

Me dolía la panza. Sentía nervios, como si fuera la primera vez que la viera, la primera vez que la besara y tocara su cuerpo.

Llegada la hora, estaba parado frente su puerta. Estaba sudando las manos. Esperé unos segundos para reabrir la cabeza en busca de nuevas ideas para relajarme y le mandé un mensaje, el cual decía que estaba a unas tres cuadras de su casa.

“Toca timbre, así pasas un rato, mi mama estaba hablando conmigo y te quiere conocer, papa ya se durmió” –respondió.

Empecé a enloquecer de felicidad. La desesperación me llevó a tocar el timbre. Fueron las tres cuadras más cortas del mundo.

Me empecé a reír sin saber qué hacer, como pararme, como respirar, como seguir aquello que estaba sucediendo.

Abrió la puerta. Me enamoré una vez más. Era la persona que deseaba ver, aquella que con su mirada me había cautivado, me había inundado con sus ojos.

-Hola Sofi –dije con la voz entrecortada.

-¡Hola Max! ¡Pasa que hay un poco de pizza por si no comiste! –respondió amorosamente.

Seguido del cuestionario creado por la madre de Sofía sobre mi existencia y sentido de mi vida, nos encontrábamos extasiados de amor mientras pasábamos uno de los mejores momentos de nuestra juventud. Se hallaba en el aire una especie de inocencia infantil, embarrada por un par de roces.

Quería borrar aquella inocencia en su cuarto. Caminar juntos todas las noches, aprender de su silencio. Hacerle sentir todo lo que ella me provocaba.

-Donde estés sabes que te voy a ir a buscar. –murmuré mientras nos abrazábamos en la cama.

Ella rió y asintió con la cabeza. Su cara fue creada para relatar una historia de perfección. Me dormí mirando la sombra de su cuerpo dibujada en la pared.

Desperté preocupado debido al paradero del envoltorio del preservativo. -¿Dónde mierda estaba? –vacilé.

Ella, como siempre, encontrando solución a todos mis problemas: -¡Acá está!

Reímos por unos segundos, luego su madre ingresó a la habitación, recordando la hora. En cierta forma, recordando mi partida.

Fue breve el saludo de despedida, pero fuertes los sentimientos. Estaba completamente enamorado, perdido por y en ella. Estaba seguro que esa noche había sido un antes y después en nuestras vidas.

Cap. 8

Aprovechamos por primera vez el sol de la mañana para broncearnos en la playa con los muchachos. Un par de cervezas y culos para disfrutar. Teníamos nuestro propio mini bar creado gracias a la gran heladerita. Rodrigo y Agustín nos dirigieron al mejor lugar, próximo al de un considerable grupo de chicas.

Como usualmente pasaba, nos acercamos al grupo elite tratando de entablar alguna conversación, invitándolas unas cervezas.

En la costa es así, una invitación que implique la existencia de alcohol, nunca, pero jamás es rechazada.

Nos sentamos en ronda, cada uno contó de donde era, su edad, cual promedio fue 21, y, por último, entre chistes y cervezas vacías, quién iba a ser pareja de quién aquella misma noche.

La plática siguió unas horas más hasta el momento de regresar a nuestras respectivas casas a almorzar. Con el número de cada una en nuestros celulares sabíamos que esa noche iba a ser polémica.

Recogimos la heladerita, nos subimos al auto y regresamos al templo, casa.

Había quedado algo de fiambre, pero contaba con un olor nauseabundo. La rata de Martín se lo había traído de la casa de Caro. Lo tiramos. Un par de chuletas de cerdo y algo de arroz bastó para calmar el hambre. Ya estábamos arañando los últimos pesos de la vaquita hecha para la comida. Aún así estaba terminantemente prohibido tocar un solo peso que estuviera destinado al alcohol. Porque en la costa es así, el alcohol está por encima del bienestar social.

Pasamos el rato escuchando música y discutiendo los planes para nuestras últimas noches en Gesell.

-¡A desgarrar conchas! –se tomó como frase que concluiría el plan.

Fumamos un porro en el jardín de la casa, bebimos un par de cervezas y luego comenzamos a turnarnos para bañarnos. Martín no paraba de cantar la música creada por su delirante mente en el baño, mientras que Agustín tardó cuarenta y cinco minutos para limpiarse un poco los genitales. Nos vestimos para recibir a nuestras nuevas anfitrionas.

Para las once de la noche, estábamos ya con nuestro grupo de chicas. Borrachos. Algunos teniendo relaciones sexuales, otros recibiendo una masturbada; cada uno con sus propias limitaciones. La mía era Sofía. Necesitaba poner mi mente en blanco para poder penetrar con mi pene a aquella colorada con hermosos senos. El placer mata razón.

Luego de disfrutar eyacular sobre su cara, me levanté de la cama, me dirigí hacia la cocina, tomé un vaso con agua, me encontré y hablé con Rodrigo. Había experimentado un acto similar al mío en el cuarto de al lado. Dichosos de nuestros logros, volvimos a nuestras respectivas habitaciones.

Revisé la hora en el celular y noté que me había llegado un mensaje. –Hola Max, ¿están en su casa? ¡Estamos yendo con las chicas para levantar un poco esta noche aburrida!

Malo, era Sofía. Peor aún, el mensaje me lo había enviado hace quince minutos. Cuando salgo desesperado al comedor para gritar la devastadora noticia, lo encuentro a Agustín abriendo la puerta de casa. Eran ellas.

Cap. 9

Había tratado de contener la desesperación. Sofía en casa, la colorada en el cuarto y yo desnudo.

Corrí para la habitación, le expliqué a la colorada lo más rápido que pude la mejor mentira que se me ocurrió en el momento.

-¡Llegó la familia de Rodrigo, boluda, no puede estar ningún amigo acá! Vení, vamos por la puerta del garaje así no te ven.

-¡Pará, boludo, que me cambio, estoy en bolas!

-¡Dale, escuchá, andá para tu casa que yo me voy a la parte de atrás, después te mando un mensaje y nos vemos en la semana!

-Dale –me robó un beso- chauchis.

No podía creer cómo rebotaba su cola al correr. Lindos recuerdos.

Salimos por la puerta del garaje. Pero seguía habiendo un problema: la amiga de ella, que estaba en el cuarto con Rodri. Corrí de nuevo para la habitación, y ya con el pantalón puesto, me dirigí hacia donde se encontraban y le expliqué a Rodrigo la situación. A buen entendedor, pocas palabras: comenzó a cambiarse rápidamente, utilizo su imaginación para convencer a su compañía de irse. Se fueron cautelosamente por el garaje.

Ya recobrado el aire y puesta la remera, me acerqué hacia Caro, Sofi, Luli y Sol.

Sofía había notado mi agitación.

-Estás transpirado Max, ¿pasó algo?

-No, solamente corrí la cama de lugar para buscar éstas zapatillas que terminaron abajo.

Seguimos la charla tranquilamente. Estaba tensionado. Ella me comentó que, en el boliche más importante de Gesell, estipularon barra libre hasta las cuatro de la mañana, algo impensado por todos los jóvenes.

Se suma Martín a la conversación preguntando por Rodrigo. Le respondí rápidamente –no está, se fue a la playa a caminar. -y la noche siguió su rumbo.

Ya sentados en la infaltable mesa del comedor, Agustín y Martín trajeron un par de cocas y fernet para beber.

Llega Rodrigo a casa, algo cansado. Se sienta a la mesa. La grandiosa pregunta de Caro no tardó en llegar -¿Por dónde anduvimos? –A lo que atiné a responder –Fue a caminar, che. Últimamente no se puede hacer nada que ya te está preguntando de donde venís, ¿le vas a pedir el documento también? –todos rieron, Caro no tanto.

Le comentamos la gran noticia sobre la barra libre a Rodri. Se veía entusiasmado, hasta que su cara cambió repentinamente. Me hace señas para que vaya al pasillo.

-Escuchá, pelotudo.

-¿Qué pasa gil? Hablá salame.

-Primero: te dije que no hables más con ésta pendeja. Zafamos, pero de pedo. Mirá si me veía Carolina con la piba. Segundo: las pendejas de la playa van también a Pueblo.

-¿Qué pendejas, boludo? ¡No, no me digas eso, chabón! Escuchá, Sofía me encanta, no quiero tener quilombos.

-Bancatela, pelotudo. Yo…

-¡Qué hijo de puta sos!

-¡Pará pelotudo! Yo voy a hablar con las minas éstas. Les voy a decir que nos vemos al lado de los baños, así no se mezcla el ganado. Ahora, que a vos no se te acurra aparecer ahí.

-¿Ahí?

-En los baños, imbécil, ¿qué, me vas a decir que no vas a ir al boliche?

-No, sí, voy.

-Bueno.

-¿Vos decís? Chabón, la vamos a cagar…

-Vos ya la cagaste. Vamos a hacer eso y va a estar todo bien, tranqui.

Así me había enredado en mis propios problemas. Volvimos a la mesa.

Ya no era la misma atmósfera, aquella era más densa, más preocupante y angustiante. Sofía y la colorada en el mismo lugar, misma hora. Mucho alcohol. Nada podía salir bien.

Volvimos a la mesa con todos los chicos, Caro se estaba riendo con Sofi sobre lo que parecía ser mi pelo despeinado, y me hacían señas como que estaba todo bien, ¿Cómo no quererlas?

Empezamos a hablar melancólicamente de lo cerca que estaba la vuelta a Buenos Aires, de volver a la rutina, de volver al sistema. Siempre me gustó sacar temas filosóficos en el grupo. Ésta no fue la excepción.

Cruzamos como siempre esas hermosas miradas con Sofi, estaba enamorado, estaba perdido en sus gestos, sus facciones. Me había enamorado de su forma de ser, de su sonrisa; ¿cómo puedo compararla con la colorada? Estaba loco.

Creo que, en aquella edad, no tenía la inteligencia para diferenciar lo que era rozar cuerpos con una mujer y enamorarse perdidamente. Era tan claro.

-Maxi, te quedaste colgado chabón, estamos acá

-Perdón chicos, me siento medio mal, Sofi, venís conmigo un segundo. –Sofi vino conmigo hacia el pasillo.

-Flaquita, me equivoqué, a la mañana conocimos a un grupo de chicas, y hasta recién estuvieron en casa, antes de que ustedes lleguen, y sí, estuve…

-Pará, por favor, en serio no necesito saber, porque realmente ésto no era nada si estuviste con otra.

-Me duele un montón lo que me decís, te estoy diciendo que me equivoqué, no te lo estaría diciendo si realmente no quisiera estar con vos, quiero que te enteres por mí y no por terceros. Recién me di cuenta que no quiero perder esa mirada tuya, no quiero perder esos momentos de risa muda y caricias.

-Maxi, siempre que te equivocás, ¿va a pasar esto?, ¿me vas a decir cosas lindas y yo voy a estar ahí? Si a vos te duele, a mí me duele más, porque no vi a otro chico como te vi a vos. –se alejó llorando. Yo corrí a abrazarla, no la quería perder, estábamos ahogándonos en lágrimas. Los chicos escucharon la charla, y al vernos llorar se preocuparon y entraron en la escena.

-Amigo, que pasó? –dijo Rodri- por favor no me digas que le dijiste. Se me acerca al oído- No le dijiste nada sobre mí con la chica, ¿no? -Lo miré con la peor cara diabólica que me salió.

-¿¡Qué hiciste cornudo!? –grita Caro defendiendo a la amiga- ¡mirá cómo está, forro!

Las chicas se fueron de la casa. Me quedé con los chicos. Entre puteadas y frases armadas para levantarme el ánimo, el plan seguía en pie: íbamos a ir al boliche.

Cap. 10

Estábamos en la puerta del boliche esperando que Martín nos haga pasar sin fila con los innumerables contactos que tenía. Nunca dejamos de sorprendernos sobre su habilidad para conseguir descuentos, entradas sin cargo, etc.

-¿Y papá, para cuando el ingreso? –le preguntamos.

-¡Dale vamos! –Nos hace señas para pasar por un hueco que había en el medio del hall del boliche.

Ya dentro del mismo fuimos para la barra a degustar los tragos gratis y charlar un poco con las chicas que se encontraban ahí. No es por nada, pero si tenés un trago en la mano, por lo menos se te van a acercar para sacarte un poco de alcohol.

Saqué un “finito” de marihuana que tenía en la campera, hicimos una ronda y empezamos un “carioca” para relajar un poco la mente. A lo lejos, entre las luces y los cuerpos vimos al grupo de chicas de la playa. Rodri salió corriendo como una flecha a hablarles.

-Chicaaaaaaaaaaaas, woooohooo! –Rodri presentándose en el grupo, girando con un vaso de Jagermeister en la mano- ¿Cómo estamos?

-Jajajajajajaajaj, ¿los chicos dónde están? ¿Maxi?- Pregunta la Colorada.

-Buenas noches- Decimos los demás.

Me pongo en la ronda al lado de mi chica. Pese a lo sucedido, sabía que no podía empeorar, el efecto de la marihuana estaba latente. Con la colo comenzamos a seducirnos y nos dimos unos cuantos besos. Porque es así, en la costa la seducción está en todas partes.

Los chicos se estaban divirtiendo hasta que sale una de las amigas del grupo de ellas del baño, era Karen.

Bueno, llegamos a la parte en que, los cuatro estuvimos de acuerdo casi al instante que, todo deseo sexual, físico y cómo debería ser la chica perfecta estaba en esa persona. Era una chica con una sonrisa perfecta, unos labios suaves, pintados a pincel. Tenía un cuerpo envidiable, una cintura perfecta; y sí, una cola que te mandaba al infierno. Agustín tomó la iniciativa.

-Maxi, disculpame, pero me parece que le voy a hablar- Me dijo Agustín al oído

-Eeeeeeeh, sí, sí, andá- Estaba embobado con la figura de esa chica, no podía hablar.

-Hola, ¿cómo estás? Agus. Él el Maxi, mi mejor amigo; Rodri, mi hermano; y Martín, otro gran amigo. ¿Vos?.

-Jaja, ¿son tu comité?, Karen, un gusto. Che, ¿qué andás tomando? ¿Puedo probar?- Volvamos a retomar el momento cuando tomó de la “pajita”, lo resumo con un: me abracé con Rodri porque no lo podíamos creer, que mentalidad de chico de 21 años, de esas fantasías sexuales hablaba.

Seguimos toda la noche hablando, riéndonos de nosotros mismos. Llegada la hora de salir, quedamos en hacer un “after” en nuestra casa.

Mientras Rodri se iba con su chica a buscar el auto, nosotros nos quedamos esperándolos en la esquina del boliche, allí había una panadería donde aprovechamos a comprar algunas facturas para parar la borrachera y el hambre.

Me inundaba una tristeza increíble por lo sucedido con Sofi, me partía el corazón. En aquel momento entendí algo que me acompaño durante toda mi vida: no importa que la cabeza quiera olvidarse de esa persona, si todavía en nuestros recuerdos sigue aquel encuentro, aquel beso y todo el amor que nos prometimos. Decidí ir caminando solo hasta la casa, la Colo me empezó a gritar, pero hice oído sordo.

Llegando a la esquina de la avenida principal, donde el pasto ya empezaba a asfaltarse, me detengo un rato para pensar, llorar un poco y sentarme en la vereda. Estaba perdido en mi mente; me inundaban pensamientos dolorosos: ¿estará con otro chico?, ¿Por qué fui tan tonto en cometer tantos errores, si la quería a ella? Decidí apagar mi cabeza, prendí un cigarrillo de marihuana y relajé todo mi cuerpo.

Retomando mi camino, muy a lo lejos veo un grupo de chicas gritando y riéndose muy fervientemente. Era esa voz inconfundible, corrí, corrí tanto que casi me caigo innumerables veces, era ella, la chica que me sacaba el sueño, que me podía matar y traerme a la vida en dos segundos, estaba totalmente cegado e idiota por esa mujer.

-¡Sofía!- Grité desaforadamente. Ella se dio vuelta al instante, asustada. No sabía de dónde gritaban su nombre.

-Maxi… ¿Cómo estás? Perdoname pero no me hace bien hablar con vos, me lastimaste mucho- Me mató, sentí una amargura en toda mi boca, no me salía la voz. Trate de conseguir fuerzas y dije todo lo que podría haber dicho, todo lo que tendría que haber dicho.

-Sofi, déjame hablar, solamente dame unos minutos, sentémonos acá por favor te lo pido. Escuchame y te vas, te lo prometo- Nos sentamos en un banquito que estaba a cinco pasos nuestros.

-Maxi, no creo que haya mucho para explicar, ya entendimos todo lo que pasó.

-Sof, quiero decirte esto, porque nunca tuve posibilidad de hacerlo y estoy mal, esto me pone mal, no soporto que no me quieras ni ver.

No quiero que todo lo que pasamos sea un recuerdo más, que seas una chica más, porque no es así y vos para mí sos lo que quiero y siempre quise. Hice boludeces, me equivoqué, y no soporto la consecuencia, el dolor es terrible. Estoy aprendiendo lo equivocado que estuve de la peor manera. No sabés lo bien que me hace tenerte al lado mío, reírme con vos, caminar sin decirnos nada y que ese silencio no sea incómodo, sino hermoso. Cuando te miro, me pierdo en tus facciones, me río de los nervios al tenerte en frente y es una sensación hermosa rozar tus labios con los míos y darnos besos. No quiero perder a la mujer de la cual me enamoré y estoy dispuesto a todo, quiero que seas una constante en mi vida, no un lindo recuerdo. Te pido, por favor, que me trates de entender, Sofi. No tengo nada para perder, pero si tenemos mucho para ganar si estamos juntos.

Cap 11

Corría la mañana, Agustín se había ido con Karen a caminar por la playa, muy romántico todo el asunto. Recapitulemos el momento en que ella se levantó con su shortcito y fue para la cocina a prepararse el desayuno; estábamos con Rodri sentados en frente a ella, nunca habíamos visto una cola tan linda y una sonrisa tan cómplice y hermosa. Si tan solo me hubieran dejado hablar dos palabras con ella, estaríamos contando otra historia; era para dedicarle un libro.

Aproveché a acomodar un poco el hogar, se me dio por poner un poco de música para levantar el ambiente mientras la esperaba a ella, la chica de mi éxtasis. No pregunten cómo había terminado aquel día que me la encontré porque realmente no me acuerdo de nada, solamente abrí mi corazón y me la jugué “all in”.

Tocan el timbre –¡Martín!- dijo Rodrigo mientras limpiaba la mesa del comedor.- ¡Abrime la puerta pelotudo, deja de hacerte la paja!- gritó.

-¡Dejá Tincho, voy yo!- Abrí la puerta, se abrió mi corazón, lo tenía en sus manos, era ella.

-¡Hola, gordo!- dijo con su preciosa voz.

-Hola flaquita, te extrañé- nos besamos y fuimos para el cuarto.

Quiero dejar muy en claro que nunca volví a amar de la misma manera a una mujer como amé a Sofía. Era correspondido, era incomparable. Su presencia me hacía bien, no había maldad, no había miedos cuando estaba con ella. Me hacía sentir los pies en Marte y cuando se iba era una lucha contra el tiempo hasta que la volviera a ver.

Al momento de almorzar estábamos todos: Sofía, Caro, Karen, Luli, Agustín, Rodrigo, Martín, Rodri y yo.

Para el alivio de Agustín, Sol se tuvo que ir “rápidamente” para Buenos Aires porque tenía que anotarse a la facultad… en Enero…Estaba de novia y el cornudo se avivó.

En la mesa, empezamos a hablar todos con todos. Nosotros, los pibes, teníamos el mismo pensamiento: cómo nos cambió en unos pocos días nuestras vidas, estábamos en frente de nuestras chicas deseadas, de los amores que nos acompañarían, por lo que pensábamos nosotros, el resto de nuestras vidas.

Palabras iban y venían, las risas sobraban y la cerveza descendía por las gargantas como Racing en el 83. La cara de Sofía me volvía loco; y cada tanto Karen me miraba y me sonreía, no podía estar mejor.

A la tardecita, cuando ya estaba bajando el sol, armamos una “heladera” y nos fuimos a la playa a que el tiempo pasara junto a estas hermosas personas. Estábamos bien, un poco tocados por la cerveza, quemados por el sol, con las chicas que queríamos, besándome con Sofi, nada podía estar mal.

Los sweaters que usaban las chicas sobre sus mallas era algo que, con su bronceado, quedaba hermoso. Cada una de ellas era preciosa a su manera.

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