Hay tiempos donde duele el corazón para respirar. Eso sentí hoy bien temprano: tuve que moverme despacio, suspirar hondo y escapar. Aunque quisiera hablar de lo que me duele, la mente se pone en blanco y sólo puedo echar al aire palabras inconexas. Solía decir mi padre que lo que no se dice se pudre, y algo de eso sentí hoy a la mañana, cuando la llamada telefónica que no esperaba recibir, sembró de espinas mi cuerpo. Tan literal como terrible, así me quedé, sin chances, ni contraataque, perdido en el laberinto de los recuerdos que afloraron como imágenes recientes, llenas de ruido, acechantes a cada instante. Busqué argumentos razonables para mitigar el dolor y maquillar la tristeza. Tarquinio me rozó con su cola las piernas, una y otra vez, mientras lo separaba sin solución. Tomé la mochila, me calcé las zapatillas como pude y dejé atrás de un portazo mi asfixia insoportable. Afuera intenté respirar sin dificultad, pero me doblegaban agujas a cada lado de las costillas. Caminé por la sombra, y una taquicardia incipiente me doblegó al instante. Recordé aquella vez que me había caído de un tambor rodante que me dejó en lapsus respiratorio hasta que mamá masajeó mi estómago y me dijo “no llores, respirá cortito”. Mientras intentaba hacer lo mismo, solo y en crisis, algo de alivio conseguí. Unas cinco cuadras me separaban de la clínica y del último llamado fatídico. Mis piernas pesaban tanto que parecían dos troncos. De todas maneras luché para negar que aquello que sentía era real pero no lo logré.

Me detuve a buscar el disparador en la mochila. No lo encontré. Faltaban dos cuadras para llegar a la guardia. Sabía que no había marcha atrás para lo que sucedería después. El diagnóstico era irreversible y mortal: EM. Mi asma bronquial sería un dolor de cabeza al lado de esto. Ya sabía como termina esto. «No llores, respirá cortito» seguramente así será al final. O no, si tengo el coraje de terminar antes con este laberinto confuso y atroz.

Tarquinio me espera en casa. ¿Volveré? En la guardia me atienden por otro ataque de asma. Así ocurre dos veces al año. Ya soy un viejo conocido por aquí.

Mis piernas ya se sienten normales. Quiero irme. Afuera me espera el infierno. Sé que a partir de ahora debo respirar corto y profundo. Despacio. Hasta que llegue el final.

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