El paciente que no lo fue


Entonces recordé su advertencia.

¬ Cómo buen auditor – me aconsejó mi director- revisa muy bien el funcionamiento de la maquinaria técnica. Es lo más valiosos que poseen en el hospital.-

Al abrir aquella oscura habitación me topé con un artilugio impresionante, realmente carísimo según me dijeron, que la ocupaba totalmente y en solitario. Yo empezaba mi segundo mes de trabajo en aquella firma multinacional que tenía nombre de electrodoméstico: Price Whiterhouse se llamaba.

Era muy parecido a un gran sillón. Servía para determinar el trabajo de las neuronas y sus diferentes conexiones psíquicas en la masa cerebral. A modo de gran asiento espacial, parecía cómodo en su esencia. Disponía de brazos acolchados, en piel, del mismo modo que su base y respaldo, y se encontraba enfrentado a una gran pantalla, como de televisión. El aparato en sí no parecía estar en uso. En realidad su aislamiento y soledad parecían de completo abandono, y así lo hice notar. Por una especie de pequeño techo que quedaba sobre el mismo, a la altura de donde debía situarse la cabeza del paciente, aparecían unos cables de diferentes colores. Uno azul, otro amarillo, otro verde, blanco y rojo. Eran una melena multicolor colgante y cada hilo acababa en un enchufe de una sola clavija.

Al preguntar yo por aquel extraño trono, se me dio la explicación que vengo en relatar:

¬Hace un par de años- explicó la especializada enfermera – un paciente se sentó ahí, dispuesto a ser examinado. Al señor se le debía colocar un casco de cuero, amoldable a su cabeza, que disponía de las terminaciones filamentosas de cables de colores azul, amarillo, verde, blanco y rojo que usted ve. Las terminaciones de los cables eran esas clavijas.

¬Una vez adaptado el casco a la cabeza del visitado, se le avisó de los posibles zumbidos que oiría, pero que, a los mismos, no debía temer ni prestar atención alguna.

Parece ser que habían detectado que el casco también desprendía cierto olor a cuero tostado al calentarse, y de eso también se le advirtió, para que no se alarmara en el proceso de análisis. El hombre se ve que empezó a dibujar una extraña sonrisa y palideció algo cuando se le felicitó por ser el afortunado primer usuario de la máquina en cuestión, recién instalada por la pionera firma alemana ,HCC .

Lo que siguió a continuación tuvo lugar con una gran rapidez y casi no permitió la reacción de las dos enfermeras, que manipulaban el sillón. Se ve que las instrucciones que se dictaban las chicas entre sí y que el sufrido paciente escuchó fueron:

¬Mari, ahora se conecta el cable verde del casco con el azul de encima y el amarillo con el blanco.

¬No, no , Carmen. No era así. Era el verde con el blanco y el azul con el rojo.

¬No mujer. Recuerdo perfectamente el grupo de colores; verde con azul y amarillo con blanco.

¬Carmen, por Dios, el verde con el blanco, y el azul con el rojo. Lo tengo clarísimo porque recuerdo que en el cursillo…

Por lo visto en ese momento el paciente dejó de serlo. Empezó a sudar con profusión. Le ardieron las neuronas de terror y, antes de ser enchufado algún cable sobre su cabeza, saltó del gran sillón. De un brinco cogió su americana y salió como volando de aquella habitación, recorriendo los pasillos del hospital, con el casco puesto y la ensortijada melena de colores sobre sus hombros. El hombre corría gritando y chocando contra todo y contra todos abriéndose paso:

¬ ¡¡¡Asesinos, salvajes, criminales!!!

Dicen que cogió un taxi casi a la carrera y que, sentado en el asiento de detrás del mismo, aún con el casco puesto, repetía a gritos :

-¡¡ Vámonos , rápido!!. ¡¡Vámonos de aquí!! ¡¡Asesinos, salvajes, criminales !!-

Me acabaron contando que nunca más recuperaron el carísimo casco, del que aún esperan la reposición por arte de HCC, cerraron aquel cuarto y no vieron por allí, nunca más, al aterrorizado paciente.

Jmrc 29-05-17

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