Como un largo y antiguo río

que agita sus aguas desde

el lejano tiempo en que fue creado,

voy amor a tú encuentro.

Toca tu pura orilla mi pasado

que no quiere retirar la venda de sus ojos.

Observo como puedo lo que fue,

lo que es y lo que será de todos modos.

El destino tiene antojo de abalorio.

Tú presente es pertenencia, tuya y mía,

mirada a mirada. Luce reciente

desde la latitud de las pasiones

y desde ese lugar preciso

sigo de cerca tu húmeda entrega

cómo se sigue a una estrella blanca

que viaja al azar en un pájaro blanco

hasta el inmenso horizonte de los vientos.

Allí reposas, lates, como una viva espuma

que sumerge entre sus olas

cualquier temor, cualquier desasosiego

y tus rosados labios que deleitan mi nombre

con tu nombre, en sueño de abanico

me pronuncian en delicias y suspiros.

Tengo la calma de tus besos

y la calma también de tus palabras.

No siento ansias sino sosiego,

paz de caricias y nuevos besos

que llegan y cuidan mis horas y mis días

tanto como el tesoro de la luna

en las blancas manos de todos los amoríos.

¡Siente mi amor! porque yo siento el tuyo.

Infinito. Sutil y relicario, piel a piel,

cálido abalorio y abanico azul

y azul de mar profundo entre nosotros.

Te amo. Lo repito ahora porque

no si se habrá mas tiempo para nuestras palabras.

Te amo, digo, y espero tu consuelo

todo el tiempo que dura la eternidad

de dos cuerpos en una encrucijada.

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