¿Sabes ese momento en el que lo tienes todo cuadrado y planeado para que suceda de una forma concreta y, aún con todo, no ocurre ni la mitad de lo que habías planificado? Pues así fue contigo. Llegaste y le diste la vuelta a mi vida, dejándola casi tan desordenada como lo eras tú.

Y entre tanto orden y desorden, acabé enamorándome. Aunque… cualquiera en su sano juicio se habría vuelto loca por ti. Tan atento, tan tierno, tan loco y tan mío!

Te quise. Te quiso muchísimo. A montones. Con toda mi fuerza. Y lo hice de verdad, como se tiene que querer, sin miedo a nada, dándolo todo por un amor que, tristemente, acabó siendo fugaz.

Hiciste al cielo otoñal menos gris y las noches ya no daban tanto miedo cuando era la oscuridad de tus ojos la que me envolvía. Durante meses, mi mente te pensó y te recordó. Mi alma te echó de menos. Mi cuerpo creyó sentirte.

Apagaste mis sueños de la manera mas cruel, acabaste con todo lo que tenia para ti, para nosotros. Pasaste un greda por encima del jardín que llevaba meses cuidando para verlo florecer a tu lado.

Una vez me dijeron que si dolía, era porque había sido de verdad.

Recuerdo haberme dicho a mí misma una noche que tú me acabarías rompiendo el corazón. Nunca te lo dije, pero lo hiciste y, ¿sabes qué? Me dolió. No siempre, solo a ratos, pero lo hizo. Tal vez, no te quise tanto como debía haberlo hecho. Tal vez, nunca fue suficiente. Tal vez, no era lo que querías realmente.

Sin embargo, hoy te miro desde la lejanía, como solía hacer siempre, logrando verte sonreírme y mirarme desde una simple foto. Veo que te irá bien, todavía te brillan los ojos y tu sonrisa no ha dejado de conquistar todo mi mundo.

Tiempo atrás te despediste de mí por última vez, decidiste regresar por cuenta propia, alegando que me amas y que estas decidido a quedarte para siempre… pero ahora soy yo quien tiene que irse. Cerraré el libro de nuestra historia y lo dejaré en la estantería, ya no me interesa leerlo más.

Simplemente, se terminó.

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