Para Seguirnos Amando Part. II – Tengo Miedo

Para Seguirnos Amando Part. II – Tengo Miedo

Danubio De Campos

17/12/2018

Escribo estas líneas para exorcizar viejos y nuevos miedos, para entender mejor ciertas cosas, esas cosas que a veces pueden causar dolor. Hace algunos días que vengo planeando mi vida. Tengo la suerte de tenerla a ella, la musa de mi vida, aquella que me demostró que el amor a primera vista existe y que siempre está ahí esperándonos. Esperando al que perdió la fe, esperando a aquel que no cree en la alegría de un día mejor, esperando a ese que se resignó a no ver el sol.

He vaciado mis bolsillos esta mañana en una joyería olvidada por los viejos galpones de esta ciudad que muere. Vi al dependiente tan emocionado que no pude evitar conmoverme un poco. No había visto a nadie tan feliz en mucho tiempo.

El hombre hablaba mientras multiplicaba sus manos para mostrarme, con paciencia de santo, todas y cada una de las joyas. Yo intentaba explicarle cosas, no quería perder la oportunidad de contarle sobre mi amada, pero a la vez no encontraba ninguna palabra que pudiera describir mis sentimientos, era solo una de las tantas veces en las que me quedé sin palabras por ella y ante ella.

No habían palabras que no hubiese dicho antes pero en cada mirada que le he dedicado viene implícita esa promesa de tantos años. Siempre había imaginado que había sido el primero en su vida en estrechar su mano en promesa eterna, sin embargo ella había dicho no varias veces antes. No estaba seguro del porque esta vez podría ser diferente. No sabía si realmente yo fuese ese que podría hacerla feliz, ese que podría cambiar su vida, ese que le acompañara por el arduo y a veces angosto camino que es la vida. Durante estos años he escrito bastante, para bien, para mal, pero siempre con su voz en mi mente y con una imperecedera sonrisa en mi rostro. Ella nunca ha creído en la fugacidad de las cosas y, a veces sentía algo de temor al saber que yo si vivía atormentado por el hecho de que todas las cosas cambian o terminan.

Cerré la ventana que dejaba entrar ese viento frío de la noche que se avecina y encendí las luces de mi hogar. Todas las luces, incluso las de las habitaciones solitarias que estaban esperando el futuro de un día en que las manos de mi amada se unieran a las mías, pues yo bien sabía que una vez juntos, ni el peor vendaval podría separarnos.

Dejé el anillo sobre la mesa y puse el estuche de azul vivido a un lado. Comencé a mirar y a suspirar y a recordar tantas historias, tantos momentos vividos. A veces pienso en toda aquella gente que tiró por la borda este amor tan bello, esos que jamás confiaron en la sinceridad que nos unió desde el primer momento, esos que se empeñaban en separar nuestros caminos. No sé por qué aún esas palabras me hieren, quizá lo hacen porque solo yo la conozco bien. Conozco su alegría, conozco su descontento, conozco sus anhelos y también el lenguaje de su corazón

He estado pensando en cuanto he demorado en dar este paso, sé que no ha sido poco tiempo, pero no quiero culpar solo a lo indirecto sino también a mi propia incapacidad. Pero, lo cierto es que ya no podía dejar pasar un segundo más, cada segundo podría volverse en mi contra. No sé cuánto tiempo me queda y no quiero arrepentirme.

Nunca es tarde para sonreír, nunca es tarde para volver a nacer, para ser quien jamás antes habías sido. Mucho he escuchado, de hecho muchas veces escuché decir que luego de ese paso muchos no vuelven a ser los de antes. Muchos vieron su cuerpo sucumbir, otros vieron a la crisis de la mediana edad apoderarse de sus sentidos y sus mentes, otros simplemente ya no volvieron a sentir como antes y era, eso lo que me preocupaba.

Sentir como antes, si pensarlo parecía extraño, decirlo me congelaba la sangre. Nunca dude de mis sentimientos por ella y no lo pondría en duda ahora, eso no era lo importante y realmente no podría pensar en no volver a amarla, en apartarla de mi vida, solo quería compartir este y tantos otros momentos a su lado. Pienso en la relatividad de las cosas. Algunos de mis conocidos jugaban con sus esposas, no se preocupaban por ellas, jugaban con sus sentimientos como si fueran figuras de mero cristal, aquel que se reemplaza si es roto. Yo no podía concebir eso, ella jamás podría ser reemplazada en cada fibra de mí ser. Ella no era solo una bella sonrisa, no era solo esa palabra que obedecía sin meditarlo dos veces, no era solo manos tiernas que arrullaban mi llanto, ella era eso y mucho más, siempre más.

Abrí nuestro álbum fotográfico que guardaba como un tesoro, pero había algo que lo hacía diferente a todos los demás: solo se componía de tres fotos. Aquellas que coloqué lo más juntas que pude una al lado de la otra. Demore años en convencerla de darme la oportunidad de inmortalizar un momento, no me importaba lo breve que fuese, solo quería que, por si los azares del destino nos separamos, tener un mísero recuerdo de su rostro, una prueba de que estuve con ella, tan solo una prueba.

La vi sonriendo, al borde de la risa mientras yo solo parecía ser un agregado sin importancia, solo importaba ella, yo carecía de relevancia, aunque lo cierto es que aquellos días yo no podía más, solo podía observar y desearla como jamás antes. Incluso podría confidenciar que no recuerdo en lo absoluto quien sostenía la cámara en esos momentos. El álbum tenía treinta páginas pero solo tres cuartos de una estaban ocupadas, supongo que quería creer que debía reservar al resto para lo que quedara de nuestras vidas.

No quise seguir observando y deje el álbum en el librero, en vez de eso, tomé el marco de la fotografía con la que mis difuntos padres inmortalizaron el dia de su boda. ¡que felices que se veían!. Mi padre… nunca vi una mirada tan serena como aquella de la foto, tenía a mi madre tomada de la mano izquierda. Se podía notar claramente que estaban tomados fuertemente el uno del otro, como si más que hubieran intercambiado alianzas hubiesen sellado ese pacto a veces idílico de compartir juntos toda una vida.

Ella estaba vestida de inmaculado blanco con una corona de verdes laureles en su cabeza, en su mano ahí un vistoso y brillante anillo, era de esos que captaban la atención de todo mundo o, al menos eso me contaba mi padre tiempo antes de morir. Recuerdo haberle preguntado porque le había regalado aquel anillo tan vistoso, creo que jamás olvidaré esa respuesta. Me observo tranquilamente pero con ojos fijos y dijo con total decisión:

⦁ ella se merecía y merece todo lo mejor que yo le pueda dar. Si le puedo dar algo que atesore todo el resto de su vida, no hay nada malo en hacerlo.

De pronto vinieron a mí una sucesión de recuerdos de mis padres y la sensación extraña de que quedaron muchas cosas que no nos dijimos, tantas cosas que no tuve la valentía de preguntar, esas preguntas que a las cuales ya nadie podría darme una respuesta.

Observé el semblante de mi padre que vestido con su mejor traje irradiaba satisfacción, esa satisfacción de estar con aquella que tanto amaba, su mirada estaba perdida en los ojos de mi madre, esa mujer que tanto amó, cada día de su vida, cada segundo de su vida, era triste saber que el fuego que encendía su pasión se apagaría cuarenta años después de aquella instantánea.

Recuerdo que el siempre añoro el día en que yo uniera alianzas con aquella mujer que me robara el sueño y no pude evitar preguntarme si donde fuere que él estuviera… solo quise, sabía muy bien que él estaría orgulloso de su hijo, orgulloso de que yo llevara la impronta de sus consejos y sus palabras en lo más profundo de mis pensamientos y mis acciones, orgulloso de que yo lograra amar de una manera tan profunda, tal como él amó hasta el último día no solo a la que fue su esposa sino también a todos y cada uno de los integrantes de su familia.

Como hubiese deseado su consejo en este momento de mi vida, como hubiese deseado una simple palmada en mi hombro. Pero, lo único que me quedaba era el sonido triste de los grillos y el silencio de la madrugada.

Observe la fotografía nuevamente y pensé cuánto me hubiese gustado estar allí, pero para mí poca fortuna nací casi diez años después. Una vida no fue suficiente para estar con ellos, estaba demasiado joven como para sentirme tan solo un viernes por la noche. Hubiese llamado, de seguro su voz hubiese tranquilizado todos mis miedos, pero la madrugada se impuso firme entre mis intenciones.

Recuerdo… creo que este es momento de hablar de un tema que francamente viene muy hermanado de todo lo que he escrito antes, sobre mis padres y sobre su amor y, es algo que francamente me ha mantenido en un estado de alerta constante y es gracioso, al menos en mi forma de ver las cosas, que un sentimiento tan hermoso pueda generar estos cuasi arrebatos de locura que he tenido durante toda la tarde noche en que he estado escribiendo esto.

Como decía, hace muchos años, creo que más de los que yo recuerdo, hubo una ocasión en que mi madre salió de viaje por su trabajo. De pronto, a las horas más tarde llegó mi padre a casa venido desde el aeropuerto, él había insistido en dejar a mi madre a salvo, casi arriba del mismo avión. Desde que cruzó la puerta pude notar que algo no estaba bien, supongo que algo en su mirada me lo decía. Inclusive recuerdo que lo saludé lo más cálidamente posible y él no respondió. Venía con la cabeza baja, se notaba nervioso, tenía sus manos empuñadas y respiraba de manera muy irregular. Pasó directamente a la alcoba y allí se quedó unas cuantas horas. Yo me acerqué a la puerta de manera sigilosa, como para lograr escuchar algo… nada. No escuché el resonar tan evidente de la televisión, ni pasos, ni siquiera los ronquidos propios de él. No me pude quedar tranquilo, no porque creyera que algo malo había sucedido, sino porque la poca certeza sobre las personas que me rodean jamás me gustó.

Pase a mi habitación y tendido en la cama comencé a leer, recuerdo haber elegido a Bukowski esa tarde, Leía las aventuras de Chinaski tan atentamente que por un segundo me sentí algo desgraciado, no sé si por la empatía que aquel personaje me despertaba o porque de alguna manera pude darme cuenta de los sinsentidos de mi vida, de esos sinsentidos que todas y cada una de las vidas tenían. Me dije a mi mismo que no pondría atención a esas consideraciones mientras esas particularidades no se convirtieran en algo sórdido que pusiera en jaque mi vida y mis creencias.

Habré leído unas cuarenta o sesenta páginas en tan solo unas horas, hasta que sentí al sol perderse en el horizonte y a la oscuridad de la noche envolver todo a su paso. No encendí la luz, solo me recosté en la cama y abracé el silencio. Recuerdo haberme sentido muy solo. A diferencia de Chinaski, no pensaba en las mujeres con una obsesión casi malsana por follar. Solo, ahí, en la oscuridad más absoluta me hice a mí mismo cientos de preguntas, muchas de ellas sobre temas que aún no me tocaba vivir. Curiosamente, no sé si en mi descuido, no pude intuir si mi padre sufría por estar lejos de su amada, en ese momento no entendía cómo ese hecho podía ser suficiente como para generar una cuota de sufrimiento y, tristemente, ahora que los años han tocado mi puerta, aquí estoy, sabiendo que ese sufrimiento existe y que es plena y absolutamente posible.

Esa noche encendí las luces de mi hogar. Busqué a mi padre, pero no lo encontré. Supuse entonces que aún debería estar en esa solitaria habitación y, una vez frente a su puerta pude ver las luces encendidas. No lo pensé dos veces y entré despacio, casi procurando que mis pasos no produjeran sonido alguno. Lo vi ahí, parado con las manos atrás, mirando por la ventana fijamente al limonero que se encontraba en el patio de la que era nuestra casa en ese entonces.

Yo no dije nada, pero de seguro el sintió mi presencia o el sonido leve de mi respiración tranquila. Se dio vuelta y me sonrió para luego seguir observando tal y como parecía haber estado haciendo hace incontables horas atrás.

Salí en silencio, esa mirada me había dado a entender que este no era el momento. Esa noche no leí, no soñé, de hecho no recuerdo haber dormido, no sé si por preocupación o por incertidumbre. No pensé, nunca había deseado el alba tanto como aquel día, me sentía un prisionero de las horas y un prisionero de la misma noche que parecía burlarse tan cruelmente no tan solo de mí, sino también de aquel que parecía meditar siempre en silencio en la habitación contigua.

Esa mañana me levante y luego de una rápida ducha me dispuse a acallar mi hambre con un desayuno contundente. Tenía ansias de comer algo: tocino, huevos, unas tostadas y una taza de café. Sin embargo mi padre ya estaba en la mesa con todo servido. Me invitó a sentarme sutil pero cortésmente.

Él tomaba un sorbo de café y luego que el líquido bajara por su garganta daba un mordisco suave pero decidido a la tostada, lo hacía muy lentamente una y otra vez y siempre de la misma forma.

Yo me quede ahí, mientras untaba la mantequilla en el pan casi maquinalmente.

⦁ ¿qué pasa? – pregunté ya decidido a saber – ¿te sucede algo? ¿hay algo malo con mamá?

Él me sonrió, abrió su boca para hablar, pero la cerró inmediatamente para seguir comiendo. Es extraño, pero pude notar que se le había formado un extraño nudo en la garganta, como si hubiera querido estallar en llanto en cualquier minuto. Yo no insistí, y el resto del desayuno transcurrió en un silencio tan profundo que hasta me pareció un poco violento de parte de los dos, pero era evidente que yo no podía obligarlo a decir algo, no importaba en ese minuto si era su hijo o no, había algo que me inspiraba… es decir, lo entendía plenamente de alguna manera, quizá porque era hombre y por lo demás escuché a mi madre decir más de alguna vez, que los hombres solían apoyarse entre si, especialmente en las situaciones adversas. Aunque yo no quise creer que mi apoyo a alguna causa pasara por un sesgo de género, pues de alguna forma no me parecía justo.

No recuerdo mucho de ese día. Ni lo que pensé, ni lo que hice, ni si dije algo o si callé. Pero sin embargo, el único recuerdo que tengo de aquel día es uno de esos que no puedes olvidar jamás, de esos de los cuales siempre quedará en ti una palabra en especial, de esos que te quitan la respiración.

Salí de mi habitación y vi a mi padre sentado en la mecedora de paja que adornaba el salón, era una mecedora que nunca había sido enteramente del agrado de mi madre, pero que mi padre había insistido en conservar pues había sido un regalo de su padre, quien la había recibido a su vez de su padre, creo que había pasado por tres o cinco generaciones, no sabía muy bien y, en realidad, no me había tomado la molestia de investigar, pero, para los años que tenía, se conservaba en un estado casi perfecto.

⦁ siéntate a mi lado – dijo señalando una silla

Tomé la silla y la acerqué lo suficiente para que quedáramos frente a frente, pues siempre me había gustado hablar mirando a los ojos, no era solo un signo de respeto sino también una muestra de interés que me parecía debía tener la deferencia de demostrar.

⦁ ¡hace cuánto no nos sentamos juntos tú y yo! – dijo con una voz que denotaba entusiasmo, aunque de manera leve

⦁ quizá… no siempre hemos tenido muchos momentos a solas padre e hijo… mi madre siempre tiene su ojo vigilante sobre nosotros. Esa puede ser la razón, pero no debemos desaprovechar este encuentro

⦁ te he visto extraño – dijo mientras se acomodaba sus viejos espejuelos

⦁ no diría extraño. más bien diría preocupado

⦁ ¿por qué?

⦁ yo soy el que te ha visto extraño. Te he visto solitario, vagando por la casa, mirando por las ventanas. Como si estuvieras buscando algo que no encuentras. Un algo que está fuera de tu alcance

⦁ ¿hablas de tu madre?

⦁ no lo sé… ¿no es tu mujer?

⦁ no. Creo que equivocas el concepto. Que esté casado con tu madre no significa que sea mía. El matrimonio no es un contrato de pertenencia. Es… es decir, se supone que es un simbolismo legal que atañe a dos personas que se aman y que acordaron llevar una vida juntos. Ella no es mia, ella es una mujer libre que, como te dije, eligió acompañarme. Ella no solo me ha dado un hijo que es lo que más amo en esta tierra sino también una vida extraordinaria y que no cambiaría por nada

⦁ y entonces ¿qué pasa?

⦁ te contaré… esta es la primera vez en la vida que estoy separado de tu madre desde el día en que nos conocimos. Nunca te he contado como nos conocimos tu madre y yo. ¿nunca te lo preguntaste?

⦁ ¿yo?…si… claro que lo me pregunté. Pero, para ser franco, nunca te vi muy receptivo y porque de cierta forma no quería tocarte el tema, supongo que era para no incomodarte

⦁ ¿cómo podría incomodarme una pregunta tan común? todos los hijos hablan de eso con sus padres. Al menos yo… al menos yo lo hablé con mi padre cuando tuve la edad suficiente como para ser consciente de su historia y realmente creo que tu hace mucho tienes la edad y sé que podrás comprenderme

⦁ sé que debo escucharte. Solo espero que tus palabras me consuelen en un futuro o que al menos dibujen ciertos patrones que me ayuden a conocer eso que aún me pregunto en secreto

él se quedó callado un segundo, como si hubiese querido preguntarme cuáles eran esas preguntas tan ocultas pero solo me dedico una sonrisa

⦁ lo recuerdo como si hubiera sido ayer – comenzó diciendo con un suspiro – era 1970 y, por alguna razón aún se vivía una efervescencia fuerte del movimiento hippie aquí en la ciudad. Yo llevaba el pelo largo, muy diferente al hecho de que ahora cuento con los dedos de una mano los pelos que aún tengo en mi cabeza. Bueno… la cosa es que era el primer día luego de las vacaciones de verano. Estaba completamente fuera de mí por alguna extraña razón. Debe ser porque, como sabes, detesto el calor. Recuerdo cuando entraron todos los chicos, ese curso era mitad y mitad hasta fines de 1969, éramos veinte chicos y veinte chicas, de hecho te digo más… prácticamente todos los hombres tenían como pareja a alguna de las chicas excepto yo. No es por ser… no… es más, ninguna me parecía especialmente atractiva. Había decidido esperar hasta encontrar aquella mujer que me robara el corazón, lo había decidido desde que me di cuenta que no estaba particularmente apurado por tener a alguien a mi lado. De cierta manera me percibe como alguien muy joven aún, bueno, uno es joven a los diecisiete años ¿no lo crees?

yo solo asentí con la cabeza, realmente había algo en las palabras de mi padre, que me había atrapado, solo quería seguir escuchando

⦁ bueno, como te decía… ¿en dónde iba?… ah sí… yo pensaba que ese año sería igual que todos los demás. Estaba pasando por una edad en la cual la única emoción de mi vida era comprar un disco, es decir, vinilo por semana. Recuerdo muy bien que esa semana, unos tres días antes de comenzar las clases compré un disco de los Moody Blues, que de hecho aún debo tener guardado en el desván, que me tenía muy enganchado, sobre todo por esas dosis de poesía que contenía. A esa edad era mucho de leer a los grandes poetas de tantas generaciones: Whitman, Machado, Bécquer, y tantos otros. Esperar… uno nunca espera que la vida pueda dar un vuelco en cosa de minutos. La gente no cree que eso pueda suceder, pero es cierto, yo soy una prueba viviente de esa verdad. Cuando la vi entrar al salón lo cierto es que me estremecí y sentí una sensación de escalofríos en la espalda. Ella no me miró, de hecho no miró a nadie, solo se sentó en el pupitre, en el primero de la segunda fila a la izquierda

⦁ ¿qué fue lo primero que te llamó la atención de mamá?

⦁ lo primero… lo primero… lo primero… eh… creo que su cabello. Era de un color negro que encantaba y siempre parecía brillar. Yo me senté aquella vez en una posición inusual del salón. Todos me miraron extraño pues llevaba varios años sentándome en el mismo lugar, incluso una vez había discutido con alguien por eso. Pero bueno, como te decía, me posicioné en un lugar de tal manera de poder observarla sin que ella lo notara. No era un maestro para disimular, pero se me dio bastante bien. Lo primero que se me vino a la mente averiguar era su nombre. Y, para ello solo debí esperar la lista de asistencia diaria. Cuando escuche su nombre… cuando escuche su nombre…

⦁ ¿qué pasó?

de nuevo sonrió y suspiro sostenidamente por espacio de algunos segundos

⦁ simplemente era el nombre más bello que hubiese escuchado jamás. Nunca había escuchado o conocido alguien con ese nombre. Desde ese momento ella se presentó ante mis ojos como algo más que esa sorpresa que muchas veces va y viene. Pero te aseguro que con ella, jamás he perdido la capacidad de asombro. Una vez leí y creo que tiene justa razón, cuando se pierde esa capacidad simplemente le pierdes el gusto a las pequeñas cosas de la vida y a esos momentos que serán recuerdos que atesores llegado su momento

⦁ dicen que mientras más vives más pierdes esa virtud – dije interesado

⦁ es que quizá se pierde en la medida que adquieres más experiencia y comienzas a entender ciertas cosas que antes te parecían ajenas. Pero creo que debemos tener la sensatez de comprender este, nuestro mundo, sabiendo que de ninguna manera somos eternos, solo somos pequeñas almas que se abren paso por vidas y emociones, cada una lo más particular y diferente como pueda serlo

⦁ uno nunca acaba de entender la vida – dije encogiéndome de hombros – los conceptos que manejamos cambian radicalmente con la persona, el tiempo, la sociedad y la edad, no creo que nadie pueda determinar un concepto tan abstracto como es uno que he visto escrito, en televisión o que inclusive he escuchado hablar a otros, eso que llaman la vida real

⦁ creo que nos estamos alejando bastante de nuestro tema inicial ¿no es así?

⦁ creo… creo – dije antes de bostezar largamente, seguidamente mi padre hizo lo propio. Yo sonreí, nunca había entendido como se podía contagiar algo tan simple

⦁ retomando… como te dije, me cautivo desde ese primer momento y de alguna forma quise saber más sobre ella. No sabía si eso significaba que deseaba ser su amigo o alguna otra cosa, pero sea de la forma que fuere, ese mismo no era precisamente el momento adecuado. No quería parecer un impertinente pues sabía…. te diré que las mujeres tienen particularidades muy increíbles. o, al menos tu madre, cuando tomaba o toma una decisión es imposible hacerle volver atrás. Cuando dicen sí a veces quieren decir no y, cuando dicen no, la negativa es rotunda, esa es una primera lección que debes tener en cuenta. Pasaron semanas por sobre mi vida, te diré que de aquellas semanas apenas si tengo recuerdos vagos, no recuerdo que hice, ni con quien estuve, ni lo que hable, ni lo que escuché. De cierta manera ella había absorbido para si todos los aspectos de mi vida, lo cual era increíble pues no habíamos hablado siquiera, no era mi amiga ni mucho menos mi novia. No sé qué rayos estaba pensando en esos momentos, creo que fue un tiempo que, aunque breve, no puedo decir que disfrute. Inclusive, mis calificaciones bajaron bastante pues, en clases, en vez de tomar los debidos apuntes, me quedaba mirándola con cara de tarado. De pronto me convencí de que ella debía acercarse a mi primero, pero, un amigo a quien pedí consejo solo rió en mi cara y me dijo que eso quizá nunca sucediese y que, de todas formas, yo no estaba seguro si es que para ella existía de verdad, cabía la posibilidad de que ni siquiera me hubiese mirado antes. Yo te digo, por mucho tiempo trate de mejorar mi compostura, tratando de ser un poco más serio, pues, ella siempre parecía estar lo más seria posible y parecía gustarle la soledad, todos hablaban de ella a sus espaldas, lo que me causaba una maldita rabia. Solo decían que era una chica demasiado huraña como para encajar con todos ellos, o con cualquiera en general. Siempre que me pedían la opinión yo daba media vuelta y me iba lo más rápido posible para no terminar agrediendo a alguno. Todos se dieron cuenta de ese comportamiento y no paso mucho para que comenzaran a vincularme con ella, a decir que éramos novios y que se que otras estupideces. Al contrario de ella, que se mantenía en el más hermético silencio. Ese silencio era particular, era un silencio humilde, no era ese silencio del que cree ser mejor que los demás. Ciertamente lo valoré

⦁ ¿y cuando tuviste la valentía de hablarle?

Él se sonrió

⦁ para eso… fue mucho tiempo después. Era casi, no… a ver… era mitad de año y era víspera del baile anual de la escuela, esto parece un cliché, sin embargo tiene una diferencia. Recuerdo que me acerqué a ella un día en que parecía estar descuidada, no había nadie a su alrededor, no sé porque parecía haberse formado un grupo mayoritario en el centro del patio, nosotros estábamos solos, en la periferia del lugar

⦁ ¿y ahí le pediste salir?

⦁ como lo preguntas, pareces relativizar mucho todo lo que sucedió – dijo con mirada seria

⦁ entonces… ¿qué sucedió?

⦁ a eso voy, tranquilo…

Tomó aire y prosiguió

⦁ recuerdo que me le acerqué, ella me observó extrañada, intuí que había tardado en reconocerme. Ella me saludó fríamente, era una chica de pocas palabras. El caso, lo haré directo… le pregunté si quería ir conmigo al baile, para el cual faltaba algo más de un mes. Yo no sabía bailar, de hecho no era muy amigo de las fiestas y cuando lo pienso bien, ya entrado en años, no me explico la razón que tuve para asistir en aquella ocasión. Solo sé que mis motivos eran distintos. No me interesaba ser popular ni tampoco andar de la mano con una chica exhibiéndola como si fuera un trofeo que gané en una súplica que tuvo respuesta

⦁ quizá debiste invitarla a otro lugar – dije

⦁ yo también pensé lo mismo… pero no me di cuenta sino hasta mucho tiempo después. Pero como te decía… la mayoría de las personas esperarían una respuesta cerrada, un sí o un no. Y quizá yo también lo esperaba. Pero, lo que no esperaba fue su respuesta. Me dijo que si quería una respuesta positiva, debería hacer méritos y ganarme ese sí. Luego dio media vuelta y se fue. Yo me quede ahí, completamente descolocado, no sabía qué hacer, no sabía cómo algo tan simple se había transformado en algo tan complejo y fuera de mi entendimiento. Esa tarde llegué a casa a eso de las seis y me senté en la cocina a tomar un vaso de jugo de piña que habíamos preparado el día anterior. Tu abuelo entró por la puerta y me observó por unos segundos. No sé qué cara tenía, pero debió de verme muy preocupado, pues se sentó a mi lado y me dio muchos consejos, los que me serían muy útiles años después, pero que en ese minuto al menos yo sentí que no ayudaron demasiado a poder unir las incógnitas que ella representaba para mí. La otra mañana la abordé temprano y le invite a dar un paseo ese fin de semana y mi sorpresa fue mayúscula cuando con voz suave me dijo que aplazaría ciertos compromisos adquiridos con anterioridad para acompañarme. Me sentí el hombre más afortunado de la tierra, aunque el resto no comprendiera el porqué de mis acciones. Los chicos de la escuela no entendían porque me empeñaba tanto con esa chica que era tan extraña a sus ojos, aunque no a los míos.

⦁ ¿qué te dijo mi abuelo?

⦁ la verdad es que mentiría si te dijera que lo recuerdo con meridiana exactitud. Ya sabes, al menos para mí es más fácil recordar situaciones que frases

Yo me encogí de hombros

⦁ ese día fue magnífico junto a ella según lo recuerdo. La gran verdad es que a pesar de que no hablase mucho, sus miradas valían mucho más. Yo intenté en todo momento crear un ambiente. No podría decirte si ella disfrutó ese primer encuentro. He de decirte que en muchos momentos me sentí un poco estúpido y ella no me decía mucho. Yo me enteré muchos años después, luego de casados, me demore bastante en atreverme a preguntar que había pensado ella esa primera vez

⦁ ¿y que te dijo?

⦁ esta frase … es decir, la primera vez me dio algo de nervios, ahora soy capaz de reírme de ello

⦁ … ¿qué dijo? – repetí

⦁ me miró fijo y dijo “¿y tú qué crees?” luego de eso se dio vuelta y no volvió a hablar del tema, supuse que la respuesta era un rotundo sí

De pronto volví en mí y me encontré sentado en el mismo lugar, no creía recordar nada más de aquel día. Entendí muchas cosas, recordé que insistir en el amor muchas veces tiene recompensa. Ella fue mi amor a primera vista, era lo que siempre esperé, ese amor incondicional, ese amor que a veces ahoga pero que gratifica.

Recordé tantos momentos junto a ella, esos momentos en que nos tuvimos solo el uno al otro. Hubiera deseado que mis padres le hubieran conocido, estoy seguro que hubiesen estado muy felices no solo por mí, sino también por ellos mismos ya que, como les comenté, siempre hablaban del día de mi boda: de cómo ir vestido, que debía decir y que una vez que tomara la mano de mi alma gemela ella jamás me volvería a dejar ir.

Me levanté sin pensarlo dos veces, con el corazón entre mis manos pero con una esperanza que florecía desde lo más profundo de la noche estrellada. No me observé, no me di el tiempo de hacerme más preguntas ni me di el tiempo de mirar al cielo. Me coloque frente a la puerta, me sentí pequeño. Comencé a caminar lentamente pero decidido y feliz. Aunque en lo más profundo de mí ser, aún tenía miedo. Pero supe que si me daba una sola oportunidad, la respuesta sería afirmativa y entonces, jamás la dejaría marcharse de mi lado.

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