Las batallitas del «Abu Fer»

LAS BATALLITAS DEL «ABU FER»

(navidades)

(Para un trabajo de clase)

Mi querida nieta Helia, me pregunta (siempre está preguntando, lo que me perece estupendo, dado que su cabecita es una esponja de absorber información de todo tipo).¿como pasabais las Navidades cuando eras pequeño?. Y, ¿que hacías?.

Pues bién, mi querido Colibrí:

Cuando yo tenía tu edad, me entretenía y jugaba como tú, con mis hermanos y amiguitos; pero, con algunos cambios, ya que en nuestro tiempo, teníamos menos medios materiales, que lo suplíamos con muchísima ilusión.

Nuestros adornos navideños, eran menos vistosos y cuantiosos, los turrones que teníamos se limitaban a, turrón duro y turrón blando, peladillas, polvorones, algunas figuritas de mazapán, y galletas.

Pero lo que más nos gustaba era, hacer los preparativos de la fiesta, como:

Montar el belén, adornar las casa, visitar a los vecinos y familiares cantando villancicos, y pidiendo el «aguinaldo».

También nos entreteníamos mucho, haciéndonos los instrumentos de la «banda de música» que formábamos mi hermana, mi hermanito y el Director (que era yo, claro).

Las zambombas las hacíamos con latas viejas de tomate, con una caña y alguna piel de gato o conejo que encontrábamos por la basura; y, en cuanto a las flautas, las hacíamos con una caña también, a las que (con un clavo ardiendo) le hacíamos los orificios para las notas. Menudas regañinas me echaba mi madre por enredar y manchar, para que luego, los instrumentos sonaran fatal, pero… nos lo pasábamos «pipa», ja,ja.

Te contaré un par de historias, como a ti te gustan:

Cuando tenía seis añitos (como los que tu tienes ahora), vivíamos en una bonita casa en la sierra de Madrid. Y, en la mañana de día 24 (Nochebuena), le pedimos a nuestro padre que nos hiciera unas gachas dulces para desayunar (las preparaba riquísimas), y mientras las hacía, yo no paraba de incordiar diciendo:

-Papá, hecha más harina, que son pocas-, a lo que el me contestaba:

-Fernandito, hijo, no te preocupes, que cuando se calientan sube, y se llena la sartén, ya lo veras-.

Pero yo insistía una y otra vez, por lo que , mi padre, mirándome con resignación, hecho más harina a la sartén, diciéndome:

– Como no te las comas luego, te voy a castigar por cabezón-.

Y, como habrás pensado, mi padre tenía razón, salieron gachas para un regimiento; así que ahí tienes a Fernandito, comiendo tantas gachas que se le salían por las orejas,

por lo que, el buenazo de mi padre (moviendo la cabeza de un lado para otro) me dijo:

-Anda y deja de comer ya, que con tal de no dar tu brazo a torcer, vas reventar. Pero, para la próxima vez, haz caso a papá.

La otra historia, sucedió esa misma mañana, cuando mi madre nos dijo a mi hermano y a mí:

-Coger el gallo (si os atrevéis) que lo voy a preparar para esta noche-.

Lo que yo (que ya había tenido sus más y sus menos con ese gallo pendenciero), dije:

-Vale mamá, no te preocupes, que yo lo cojo-. Ja, Ja, y Ja.

Una cosa era decirlo, y otra muy distinta hacerlo, pues no recuerdo el número de carreras que nos dimos, una veces nosotros detrás del maldito gallo, y otras del gallo detrás de nosotros para picarnos.

Bueno, la verdad es que al final, no recuerdo quien agarró al dichoso gallo (nosotros no, por supuesto), pero lo cierto es que, esa bonita noche de «Nochebuena», yo me comí un suculento y rico muslo del «Pollo peleón».

Terminaré diciéndote querida niña que, estas fiestas, siempre se recuerdan con gran cariño, ya no por lo divertidas que son (que lo son), sino por que son muy entrañables al pasarlas con nuestros seres queridos y amigos, y por todo el amor que se desprende de ellas.

Y… por el empacho de golosinas ¿he?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS