Todos los buenos momentos se le fueron borrando de la memoria. La comilona en aquel asador pasó a la historia, el orgullo de coronar esa cumbre expiró, el encuentro en la cama del hotel con su nueva conquista se desvaneció, el baile y las risas en el bar de copas quedó sumido en un negro infinito. El fin de semana había sido como sacado de un telefilme donde todo acaba bien, pero se desdibujó cuando se vio atrapado en ese insoportable atasco. Se descontó de las horas que llevaba atrapado entre esas cuatro latas, la paciencia del primer momento se fue volviendo enfado, la ira con el paso del tiempo se tornó aburrimiento que, lejos de pasar a la apatía, le hizo dar vueltas a la cabeza, imaginando situaciones cada vez más absurdas que le hacían el rato más ameno. La radio anunciaba con el clásico pitido que había pasado una hora más. De pronto estalló en una brutal carcajada que despertó de súbito a su asustada e incrédula acompañante, intento ahogar la risa haciendo ademanes de disculpas, pero las lágrimas de risa no le permitían disimular sus pensamientos. Algo le empujaba a hacerlo, no había remedio, se bajó del coche bajo la mirada atónita de ella y de los conductores asqueados que lo pudieron ver. Saludó sonriente a todo el público, hizo como si cogiera carrerilla y empezó a dar volteretas, una tras otra y otra y otra sin cesar, hasta llegar a las barreras de un peaje. Se levantó saludo inclinando el cuerpo haciendo una reverencia sobreactuada y se desmayó.

Cenando, ya en casa después de que le dieran el alta descartando cualquier cuadro de psiquiátrico, puso la televisión para ver las noticias. “¡No puede ser!” gritó al verse en la pantalla haciendo su particular show, “…son imágenes grabadas desde el móvil de un afectado en el ‘Gran Atasco’ de este mediodía. Se puede ver a un hombre…”. Apagó la imagen rápidamente, como si eso le librara de lo que estaba ocurriendo, cuando empezaron a sonar sin parar tonos de mensajes en el teléfono. Se tapó la cara con las manos imaginando las risotadas de sus compañeros de trabajo, las charlas de sus familiares, la gente por la calle lo parará, esa chica no querrá saber nada más. Y efectivamente así fue durante toda una semana, el hazmerreír de todo el mundo, el vacío de sus allegados y de la chica la que se había enamorado. Pero, inesperadamente, las circunstancias cambiaron. El video donde aparecía se hizo viral a nivel mundial, lo que para los más cercanos era una payasada loca, para gente que no conocía era lo más, algo sublime. Hubo un boom de imitadores en todos los rincones del planeta, en cada atasco alguien salía del coche para dar volteretas, incluso se hablaba de quién tenía el record de metros recorridos sin llegar a desmayarse.

“¡Hazte un canal en internet!”. Ahora sí, la gente más próxima volvía a dirigirse a él sin burlas, los compañeros de trabajo calcularon cuantos ingresos podría obtener con videos así, la familia le instaba a sacar provecho de la situación, la chica de ese fin de semana volvió a quedar con él, incluso un productor de no sé qué se hizo de alguna forma con su contacto. Tanta presión social ejercieron sobre él que acabó aceptando sin saber muy bien a qué se enfrentaba. Estuvo unos días pensando algo que hacer que “lo petase”. Por fin lo editaron, consistía en grabarse haciendo cosas cotidianas dentro de los escasos metros cuadrados de un aparcamiento de la zona azul; pagaba una hora y se dedicaba a leer en un sofá, a dormir en una cama, a sentarse en una taza de wáter… En una hora el video había dado la vuelta al mundo, en tres horas ya habían más de doscientos vídeos colgados en las redes con gente diversa haciendo lo mismo.

“¿Has visto el último video del de las volteretas?”, esta frase se repetía en todos los bares, oficinas, comidas familiares, colas del supermercado y del paro, en los estadios de fútbol, en las entradas de los cines, en los parques, los ascensores, en el mismísimo telediario. Lo primero que hacía la gente al despertarse era mirar si había ya un nuevo vídeo.

Pasó el tiempo y cada vez tenía más seguidores. Ganaba mucho dinero con eso y su productor estaba contentísimo. Ya no trabajaba en la oficina pero se veía con sus antiguos compañeros, hasta que dejó de hacerlo cuando se dio cuenta que lo estaban imitando todo el tiempo: si cogía la copa de cerveza todos lo hacían, si se levantaba para ir al baño, todos se levantaban. Era insoportable. Como también lo fue su última comida navideña con todos los familiares haciendo los mismos gestos que hacía él. Y por la calle, por la calle era lo peor, le seguían hordas de gente sin criterio ni personalidad, haciendo lo mismo que él todos a la vez, con una sonrisa boba en sus rostros. Hasta los periodistas no podían formularle preguntas por estar pendientes de qué gesto hacer. Y, para acabar de rematar, ya no podía hacer nada con la chica porque también estaba como poseída imitándole. “Vamos a hacer un vídeo espectacular” propuso a su productor “anúncialo para esta noche a las nueve, será en vivo.” y, después de ver que se quedaba solo y no estaba ‘el de las volteretas’ para imitar, así lo hizo.

Delante de la pantalla del ordenador hay millones de espectadores diciendo en voz alta la cuenta atrás para llegar a las nueve de la noche. Por fin, sale el hombre esperado que todo el mundo ansía por ver. Saluda, mira fijamente a la cámara y dice llorando “idiotas”, se encarama una pistola en la boca y aprieta el gatillo.

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