Sales contaminadas

Sales contaminadas

Lucho Mantova

27/11/2018

Era tarde como para hacer que se entrometieran las nueve copas de malbec que escuchaban sobre la mesa plateada. Un reloj de péndulo se movía tan hermosamente desde la oscuridad. Cada uno de ellos hablaba un idioma diferente. De repente, el pórtico se abrió de par en par. Había terciopelo, había lino, había clase social. De vez en cuando uno iba al baño. Era largo el viaje como para evitar un atajo. Sólo se oía las olas del fondo, y las voces del frente. Todo así, con forma de acuerdo, una especie de fúnebre cierre de triste ópera, para que los nueve se den cuenta de que en verdad no eran nueve. Uno de ellos se acomoda el corbatín para que el azul de su tela no lo vean arrugado. Cualquiera de aquellos en esta velada sabría que acabaría el mundo, tal vez no el suyo, pero aparte del vino, tomarían una decisión. Cómo podrían acabar con la vida en tan pocos tragos y cuánto silencio faltaba para que todo esto ocurra. Uno de ellos desapareció. Se refleja el peligro en cualquier espejo del baño. Nadie podía evitar lo que el futuro les preparó a todos ellos. El anfitrión, con sus lentes y su cerebro, vieron que todo estaba decidido. En el medio de todo del desastre, en una de las ciénagas que bordeaban el mojado muro del castillo, uno de los nueve era arrojado por el balcón a las olas negras y las rocas muertas. Como los planetas, a veces pueden desaparecer, o como los problemas, de cierta forma dejan de estar. Las decisiones cuestan cuando las palabras no alcanzan. Medianoche. Hora del brindis. Anunciaron un nuevo curso para la humanidad. Un muerto, o más.

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