Dicen que los años no vienen solos y los míos básicamente han venido, llenos de una agridulce melancolía. Me da miedo el tiempo, lo efímero que es, lo fugaz que se vuelve, lo veloz que todo termina y lo inmortal que se torna el recuerdo.

Antes vivía… vivía y sentía. Ahora, cuando estoy justo en el momento que quiero estar, solo impera en mi mente, mi clásico pensamiento melancólico de “cómo voy a extrañar esto”, y el no saber si en verdad lo estoy disfrutando lo suficiente; esa nostalgia que me genera el saber que los minutos son fugaces y de pronto, ese instante vivido, solo será una evocación. Que cada día, esa memoria se va a llenar más de polvo y de ausencia, hasta ya parecer vieja, como de otra vida, como de otro corazón.

Y entonces, floreces tú, en mi jardín de miedos, turbaciones y dudas. En donde todo lo llevo deprisa y con algo de precipitación, pero a la vez, con esa preocupación de que todo concluya en un instante. Brotas de la nada, pero estremeciendo todo, para darle calma a mi ansiedad, para poner en pausa mi vida efímera, para que me de cuenta de los mínimos detalles de los que me pierdo y para hacerme ver la vida con otra luz, con aquella en la que mi presente contigo es una interminable pausa. Con algo de ironía, pues me das reposo, pero me alientas a quererte con premura.

Y es que ya no voy por la calle de manera automática. Ahora voy sonriente, alentada y mirando un cielo, que es el mismo que nos une a pesar de la distancia.

Nadie te habla de las casualidades, ni del por qué suceden cuando menos te las imaginas, supongo que ocurren cuando son necesarias, para hacerte saber que nada es tan malo como parece, que nada sucede en vano, ni que es inútil el hecho de hacer espacio para dejar entrar cosas mejores.

No te volverás recuerdo, ni memoria, ni un repaso de algo fortuito. Serás mi constante e inmutable presente.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS