ÚLTIMA NOCHE EN FEZ

ÚLTIMA NOCHE EN FEZ

Dani R. Cauhé

16/11/2018

-Mira todo lo que nos queda- me dijo N y me mostró la enorme bola de hachís. Nos alojábamos en el Hotel Cascade, cerca de la Bab Boujloud de Fez. Tomando un petit déjeuner: zumo de naranja natural, crêpe, huevo frito, queso de cabra, olivas negras, café con leche y porrito. Nuestra perspectiva del viaje cambió radicalmente: << Piedra mágica, enorme piedra mágica>>.Nuestro objetivo ya no era el turismo, sino qué haríamos con todo aquello. En menos de 24 horas volvíamos a Barcelona y en ningún caso queríamos embarcar con tal percal y tanta gendarmerie marroquí: <<los malos son malos, aquí y allá>> y, como es de suponer, mucho menos queríamos tirarlo.

Caminábamos por las calles de eterna feria en busca de Ahmed. El joven que nos dio una muestra de su hachís, y lo probamos, y lo probamos mucho. Y lo probamos tan bien, que no recuerdo si fue por la alegría de caminar por las callejuelas de ese cachito de cielo azul Chaoen, o porque nos quedaba un mes de viaje por Marruecos: la movida fue, que nos vinimos arriba y nos gastamos más del triple de dirhams de lo que habíamos presupuestado. Una vez acabado el regateo: –Sucram, Ahmed- dije. –Shukran, amigo – dijo. -Por el té también – dije. -Jajajaja, mucho cous-cous en tu cabeza- dijo. -Cuídate, Ahmed, espero que la próxima vez que volvamos no estés en la cárcel y que tengas todos los dientes- dijo N. Y nos abandonó.

Allí en la terracita hicimos cábalas y números. Llegamos a la conclusión de que si fumábamos dos petas por hora no llegaríamos ni a consumir la mitad de la piedra. Así que decidimos, democráticamente, que deberían ser cuatro, incluso cinco por hora. Y así empezamos el día. Nos dejamos llevar: <<piedra mágica>>.

-Sería por Todra, después del moussem de bodas de Imichil, donde vimos el festival de música bereber ¿Sabes? Cuando fuimos al pueblo abandonado… ese día fumamos poco- Empezábamos a darnos excusas. Mustafa nos guió entre un palmeral que existía entre el pueblo nuevo, que se ubicaba al lado de la carretera, y el viejo, que estaba abandonado. –Sorpresa, amigo- Allí había una casa ocupada. Eran los malos entre los hombres y mujeres mayores. Los yonkies del Atlas. Dormían entre sus heces y comían sentados en los orines de ayer. Vestían con harapos viejos y rotos. Pelo sucio. Manos y cara negra. Nos invitaron a entrar a su “casa”, y allí lo vi: la pulcritud en toda su esplendor, la limpieza en se y per se, la luz del orden dentro del caos: un alambique. En un altar limpísmo, enorme, goteaba licor de grados incalculables. Nos hicieron entender que destilaban higos chumbos. –Bebe, Ali Babá, bebe-. Y nos llevamos una botella de litro y medio.

Al pasar las horas y los canutos, nos fuimos dando cuenta de que era imposible nuestra meta. Por otro lado, la vida se nos presentaba más relajada y alegre y yo que sé. Tuvimos que esforzarnos en pensar, aunque tampoco nos agobiaba. La solución vino por arte de magia, en verdad, como casi todo en nuestro viaje: <<Piedra mágica y enorme>>.

La nieve era todo lo que se veía mientras avanzábamos con la furgoneta subiendo el puerto de Efrain por el bosque de cedros. Y creo que fue al parar para mear, después de no sé cuántos km de ruta cuando vinieron. Al principio se aproximaron una media docena, luego más. Sin miedo. Volvía a empezar a nevar y los macacos se apresuraban a por comida. Al acabar de mear tenía dos macacos muy cerca. Sin pensar en nada di una patada y la nieve golpeó a uno de ellos. Parecía que se reían. Les gustaba. Uno de ellos tiró a N nieve con las patas de atrás y le correspondimos con bolas. La guerra empezó. Fue divertido hasta que vimos que los macacos tenían estrategia y nos estaban ganando: <<Mágica piedra>>. Empezó a nevar más fuerte y decidimos volver a la furgoneta y seguir el camino. <<Cadenas ¿para qué?>> Nos quedamos varados unos kilómetros más adelante. Por mucho que mirábamos a nuestro alrededor no veíamos nada, nadie, ni una casa, ni un triste macaco. <<Estamos jodidos>>. De la nada, de la blanca nada, oímos a gente hablar. Y se acercaban. –EEEEEEEEHHHHH- gritamos. Acudieron seis marroquíes que nos sacaron de allí. Nos dieron té. Nos dieron alojamiento en un colegio donde había polvo y los niños estaban en huelga. E intercambiamos vino por kifi.

Algo teníamos que ingeniarnos para volver a Barcelona sin todo ese marrón. Imposible seguir con el ritmo. La bola no disminuía a las ocho horas. –POSTALES- espetó N -Nos enviaremos postales-. La idea sonó como anticuada. Como de los 60. Pero era tan obsoleta que nos convencimos de que era la mejor. Nadie sospecharía. Fuimos a un Teleboutique a comprar postales, sobres y sellos. Aún no sabemos cómo nos entendieron entre nuestras lágrimas de risa.

Pagamos por un hostal. Barato. Tan barato que las pulgas se podían permitir pasar allí la noche. “El Pulgatorio” lo bautizamos. Ya era tarde cuando nos dimos cuenta y decidimos pasar allí esa noche y cambiar al día siguiente de pensión. Repasamos de arriba a abajo la habitación para localizarlas. Vimos unas cuantas y nos deshicimos de ellas. Cuando vimos que todo estaba en orden intentamos dormir dentro de nuestros sacos. –Inshallah– por la ventana oíamos gritar repetidamente -Inshallah– alguien en la calle. Al asomarnos vimos a un basurero que con una pala recogía pescado podrido del suelo y lo metía en un cubo. A cada palada decía “inshallah” y al meterlo en el cubo murmuraba algo inteligible. Cuando acabó su tarea se calló. Otra vez a dormir. En el sueño más profundo, alguien volvía a gritar no sé qué en árabe. Parecía muy cabreado. Furioso. Esta vez no venía de la calle. Era dentro de la pensión. A la voz le acompañaban golpes por todas las puertas de cada habitación. Estaban buscando a alguien y seguramente no era para felicitarlo. Se acercaba a nuestra puerta. Cada vez los gritos eran más claros, los pasos, los golpes. Me levanté. Dormido. En calzoncillos, ojeras y despeinado. Sin pensármelo abrí la puerta de golpe. Visioné a un hombre de barba y chilaba. Muy ofuscado y rojo de rabia. Me salió de dentro –¡QUÉ NOOOOOO!- le grité a un palmo de su cara y le cerré la puerta sin dejarle opción a contestar. Me volví a meter en el saco y apagué la luz. Ya no lo oímos más.-¿”Qué no”, qué?- me preguntó N al día siguiente. –Yo qué sé…- le contesté. Hacía tiempo que no nos reíamos tanto.

Ya oscurecía. Última noche en Fez. Y esta última noche en Fez prometía ser larga. Era tan desmesurada la bola de hachís que previmos una noche de gran trabajo. Teníamos que pasar todo el hachís sin pasar por la aduana.Acabamos el liado y nos pusimos manos a la obra: primer paso, aplanar la roca. La pata de la mesita de noche se nos presentó como una plancha. Y así estuvimos un buen rato laminando el costo. Aún así, parecía muy grueso al pegarlo en las postales y sobresalía considerablemente haciendo rugosidades en el sobre. Todavía teníamos que hacerlo más fino. Los Clippers nos hicieron la vez de rodillo de cocina. Había mucho que hacer y no estábamos en las condiciones más óptimas para el trabajo. <<Tenemos que fumar más>>. Cada cinco cartas teníamos que fumarnos uno. Así rebajábamos material, pero el globo que llevábamos era por otro lado un contratiempo. Teníamos que concentrarnos, pero era imposible.

Metallica sonaba fortísimo en el coche destartalado de Mohamed. –Una sorpresa, amigo- nos dijo antes de salir de su casa. Nos perdimos por carreteras secundarias. Imagino que dimos vueltas para que no supiéramos donde íbamos. De repente, en medio de ningún lado, paró el coche. –Aquí- nos dijo y bajo del coche. Nos miramos. Lo seguimos. Caminamos por una senda montaña abajo. Y mientras nos acercábamos donde la “sorpresa” nos iba dando instrucciones: -No fotos, amigo, esto no existe-. Giramos por un recoveco y allí estaba: Un casa. Fuera, en la puerta, había un segurata. –Vienen conmigo- le dijo Moha. Nos dejó entrar. El mundo cambió al pasar el umbral. Música en directo y alcohol. Lleno de gente sin chilaba ni velo. Occidente en unos ciento veinte metros cuadrados.

Empezamos a escribir nuestras direcciones en los sobres. Pero una duda nos surgió:-¿No es sospechoso tantas postales a una misma dirección? – Nos reímos. Decidimos enviar postales a nuestros amigos. Pero al cabo de un rato vimos que con eso no había suficiente. Volvimos a fumar mucho: <<Mágica piedra>>. Las mandíbulas se nos desencajaban y los ojos lloraban.Concentración por favor. Era imposible.

El albergue estaba situado en el pie de La Cathedrale. Un icono para los escaladores de vías largas de todo el planeta. Empecé a cocinar en el Camping Gas unos macarrones con Ras-el-hanout. Y apareció ella, bereber guapísima, que me propuso quedarme con ella de cocinero. <<Concentración>>

Se nos acababan los nombres de amigos. Y aún había mucho hachís que enviar. <<Ni de coña tiraremos esta mierda tan buena>>. Familiares. Escribimos la dirección de nuestra madre, padre, hermanos, hermanas, tíos, tías, primas, abuelos, abuelas, tío-abuelos, primos, primos segundos, tíos terceros, primas de primos, primos de amigos de primos, hermanos de amigas de los primos de nuestros primos, novios de los primos de las primas que sus hermanos estaban en el extranjero, vecinos de primos, vecinos de los primos que habían vuelto del extranjero pero sus primos segundos aún estaban en el extranjeroporque sus abuelos vivían a dos calles y los tenían que ayudar con los nietos de éstos, a los cuáles también pusimos su nombre en los sobres. -¿Ya?- pregunté entre sobre y canuto –Está amaneciendo.- La risa explotó en la habitación.

Ya quedaba casi nada para enviar. Pero aún quedaba hachís para unas cuantas postales más. <<Mágica piedra>>. Y entre risas y todo el montón de sobres apilados, nos iluminamos:

“Francisco I, Papa de Roma, Vaticano 1, Ciudad del Vaticano, al lado de Roma.”

“Mariano Rajoy, Moncloa o Génova (Ud. decida señor cartero), Madrid.”

“La reina madre, Palacio donde están éstos, Londres.”

“Lionel Messi, Barça”

“Jim Morrison”

Y así se acabó el hachís y la última noche en Fez.

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