LO QUE VES NO ES LO QUE PARECE

Rafa al llegar al elevador nota que el botón más coqueto de su blusa ha salido a dar un paseo sin retorno, por lo que decide improvisar un broche con una de las horquillas que le sujetan el cabello.

– Permiso, ¡permiso!

Se tapa la blusa con una mano y con la otra va apartando a los demás ocupantes hasta llegar a uno de los lados, de modo que el espejo situado en la parte posterior no facilite la tarea a los mirones. Nerviosamente se saca una horquilla, pero ésta se le cae al suelo. Se saca otra, pero está muy abierta. Entonces desprende una tercera que logra insertar con dificultad en el orificio donde debería ir el botón. Acerca el otro extremo de la blusa y la presión del pequeño artilugio hace el resto del trabajo.

– No se ve tan mal -piensa, mientras observa su nuevo broche.

Sin embargo, la hazaña termina por desatar gran parte de su peinado. Gira un poco y se mira al espejo. La imagen que pretendía proyectar con el moño italiano, los anteojos y su atuendo formal, no se ven para nada compatibles con la horquilla en su blusa y su peinado desprolijo.

– Bueno, tendré que cambiar de look.

Se desprende de las otras horquillas, saca el cepillo de su cartera y se peina frenéticamente, tratando de resolver el enredo que quedó, para luego quitarse los anteojos, que espera no necesitar durante la cita.

– Piso… ocho -dice la voz automática del ascensor.

Ahora luce una larga cabellera negra, que ha quedado un poco bombeada, por lo que resuelve hacerla para un lado desde la coronilla. El nuevo peinado le da una apariencia más jovial por lo que decide ir un poco más allá desatándose el botón superior de la blusa.

– No cedas por favor -piensa, mirando con atención a su nuevo broche que está justo debajo.

Mientras la puerta se abre, discretamente observa las reacciones del público masculino y nota que no ha pasado desapercibida.

– ¿Qué están mirando? -dice Rafa con una voz muy firme.

Su mirada se fija en un calvo de baja estatura que sonríe con malicia. Él y otros tres pasajeros salen del ascensor.

– ¡Hombres! No les hagas caso hija. Además tienes un pelo tan bonito que deberías lucir siempre así. Me recuerdas a mí en el ochentaicinco…

– Gracias (creo). -Rafa sonríe y recibe de la señora la horquilla que se había caído.

Llegando al piso doce Rafa se da cuenta de que su sonrojo por el nerviosismo inicial por fin ha desaparecido y que se ve aún mejor que cuando llegó al edificio. Eso le da mucha confianza.

Sale del elevador y se dirige la oficina.

– 1204. Es aquí.

La recepcionista la mira de pies a cabeza, como marcando territorio.

– Buenas tardes. Con el señor Lopetegui por favor.

– ¿Tiene cita?

– Vengo por la entrevista para el cargo de gerente comercial.

– Usted es la señorita…

– Soy la ingeniera Rafaela Zavaleta.

– Bien. Señorita “ingeniera” tome asiento por favor. Tiene que esperar a que la llame. El señor Lopetegui se tomó un receso y no tarda en regresar.

La ingeniera Zavaleta se sienta. Coge una revista y nota que dos de los pasajeros del ascensor están también esperando la entrevista. Se miran cómplicemente y bromean.

– Idiotas -piensa.

Revisa la blusa de reojo.

– Todo en su lugar, por el momento.

Pasan algunos minutos más.

– ¿Ingeniera Zavala?

– Zavaleta -corrige.

– Sí. Zavaleta. Pase por favor, el señor Lopetegui la está esperando. Es la oficina que está al fondo. La puerta azul.

Rafaela deja la revista y se dirige a la oficina del que podría ser su nuevo jefe. Está tranquila y confiada, no sólo por haber superado la pequeña crisis en el ascensor sino porque se sabe competente y con la experiencia suficiente para el cargo que pretende ocupar.

– Pase -dice una voz desde el interior de la oficina al tocar la puerta.- Buenas tardes, tome asiento ingeniera Zavaleta.

– ¡Pero si es el calvo! ¿Y ahora qué? -piensa Rafa.

– Creo que nos acabamos de conocer en el elevador -le dice estrechándole la mano- He leído su hoja de vida con detenimiento. He consultado con los contactos de referencia que puso. Hablan muy bien de usted.

– Gracias señor. Yo…

– Mire. También la hemos revisado en las redes sociales. Nada fuera de lo normal.

– Así es. Y también tengo experiencia…

– Lo sé. Como ya le dije, estudié su trayectoria. Entonces, sólo queda algo por saber.

– Dígame.

– ¿Qué piensa de mi comportamiento durante nuestro encuentro en el ascensor?

Rafaela normalmente no tiene problemas para decir lo que piensa. Pero esta vez es diferente. Una llamada de atención a Lopetegui de seguro le hará perder el puesto.

– Un momento, -piensa- yo también hice mi tarea… ¡recuerda lo que leíste en el linkedin!…

Rafa toma aire disimuladamente y dispara:

– Que usted se dio cuenta de que soy la indicada para el puesto.

– ¿Está segura de eso? En ese momento no me conocía y no sabía por qué reaccioné como lo hice.

– Estoy muy segura. Es cierto, en ese momento no sabía quién era usted. Pero ahora que lo sé, también entiendo por qué sonrió.

– Ilústreme.

– En su página de linkedin usted no muestra ninguna foto. Las pocas que logré ubicar son de hace muchos años cuando…

– Cuando tenía otro peinado.

– Sí… Es por eso que había venido con una apariencia más sobria. Pero también recuerdo que usted se cataloga como alguien que busca resultados no solo creativos sino que provengan del pensamiento divergente. Cuando vio cómo resolví mi problema usted supo que había encontrado a su nueva gerente.

Lopetegui alza una ceja y la mira fijamente a los ojos como esperando algún titubeo. Rafa le sostiene la mirada.

– No voy a discutir con usted… Bienvenida a la compañía.

– Gracias señor Lopetegui. Ahora hablemos del sueldo…

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