MIS LECTURAS: CONVIENE TENER UN SITIO ADONDE IR

MIS LECTURAS: CONVIENE TENER UN SITIO ADONDE IR

Emmanuele Carrére es un escritor francés de última generación. Continuidad en el tiempo de plumas singulares y acreditadas entre nuestros vecinos como Modiano (Premio Nobel), Echenoz, Claudel…, aunque cada uno practicante de estilos y escuelas diferentes.

El de Carrére se asemeja mucho, aunque no es copia literal, al Nuevo Periodismo americano, inaugurado para el lector español por Truman Capote, en su novela-reportaje A Sangre Fría, y seguido por autores que combinaron acierto narrativo con periodismo y literatura, representados por Gay Talese y Tom Wolfe. Se puede decir, sobre la base de la comparativa, que el francés sigue una estela muy particular en su obra de no ficción, al género literario creado por los periodistas estadounidenses, como seña de identidad de la prensa escrita en la guerra por la actualidad más rabiosa, perdida en favor de los medios audiovisuales, y que en momentos como este, cobra otra dimensión con la irrupción de Internet. Perdón, más que de actualidad, y en aras a la corrección semántica, de inmediatez. La actualidad es, paradójicamente, concepto intemporal. ¿Algo más actual, por ejemplo, que El Quijote? Un clásico lo es porque su lectura encuentra de inmediato parangones plenos de contemporaneidad.

La última lectura de Carrére ha sido Conviene Tener un Sitio Adonde Ir, título que sugiere una fabulación novelada, pero que encierra, en un juego del despiste, una recopilación de trabajos periodísticos, que engloban la crónica negra, la cobertura del trágico final de los Ceaucescu en Rumanía, una radiografía de la conferencia de Davos o la fotografía literaria de la nueva Rusia, configurada en torno a un personaje, entre mefistofélico y angelical (sin escalas intermedias): Limonov, uno de esos líderes alternativos que hoy son calificados de populistas, pero que se cocinan en la marginalidad que se ha horneado en el sobrepoder de Putin.

Libro que se lee fácil. Recomendable para esos lectores que se asustan ante los gruesos volúmenes de los clásicos o los bestsellers de inacabables descripciones y todo lujo de esoterismo y misterio facilones. Son relatos inconexos. Saltan sin vértigo de una temática a otra, quizás por mantener un rigor cronológico. Esa facilidad para abarcar asuntos tan dispares ahuyenta angustias claustrofóbicas, tan propias de muchas lecturas con altibajos. La variedad de menú en los relatos permite también interrupciones y recuperaciones de la lectura sin perder el hilo de la trama, pues Carrére mantiene un ritmo narrativo regular, vivo, intenso en todo momento.

Carrére, hijo biológico de una alta intelectualidad francesa, tanto paternal como maternal, deja huella en sus escritos de una vasta documentación, de vivencias que él mismo afirma plasmar en fichas y cuadernos, que luego ordena en sus escritos. De ahí, su facilidad descriptiva y el esbozo exterior e interior que hace de sus personajes nada ficticios.

Reconoce que hace 20 años que no escribe novela de ficción, que se ha anclado en la frialdad del acta notarial de la actualidad, aunque no niega dotar a sus personajes de un muy dúctil barniz ficticio, pero insiste, hasta rozar la exageración, en la fotografía sin apenas photoshop de sus protagonistas. Conviene tener un Sitio Adonde Ir, son continuas radiografías en alta definición de los mismos.

En su literatura está muy presente su otra gran pasión: el cine. Fundamentalmente en la especialidad del documental, donde la exigencia de la certidumbre en los guiones no deja márgenes a fabulaciones propias. Ya se ha dicho que tengo a Carrére por un seguidor del Nuevo Periodismo Americano, caracterizado por estrujar las historias, pero sin prescindir de una realidad de trescientos sesenta grados. Las cosas como son, y punto.

Entre los escritos de Conviene…., destacan el llamado Caso Romand, una crónica negra del más fiel estilo atribuido al género, acerca de un hombre que engañó durante veinte años a padres, esposa, hijos, amistades y conocidos con una profesión que nunca obtuvo, un trabajo que jamás existió y una supervivencia basada en estafas a sus más próximos, hasta que empezó a olerse el pastel. Temeroso de ser descubierto, antes que el suicido o los pies en polvorosa, opta por asesinar a sus seres más cercanos (padres, esposa e hijos), porque puede en él más la vergüenza por la ignominia que la desesperación sin posible retorno. Destila, pese al cúmulo de atrocidades, una cierta empatía con el personaje, como si fuera víctima de una especie de síndrome de Estocolmo con el tal Romand. Quizás por ello, sirva de núcleo argumental para su ¿novela? El Adversario, con la que se da a conocer en España.

Otro relato de la recopilación es El Último de los Demonios, en el que conjuga el ambiente de la Rusia post URSS, con una personaje atrabiliario, más para allá que para acá, fundador del Partido Nacional Bolchevique, en el que confluyen militancias de ornamento filonazi o skin con nostálgicos del estalinismo. Intenta formar una coalición, frente al omnímodo poder de Putin, con el excampeón mundial de ajedrez Gary Kasparov y con un antiguo primer ministro de la era Yeltsin. Un pisto difícil de digerir en las bases y en la cúpula. La historia da lugar a la semblanza Limonov, escrito en esa clave de no ficción que adopta como escuela narrativa, y que resulta un poco asfixiante por su retahíla de disparates, por mucho que se camuflen en la incoherencia de la casi nación sin estado que por entonces era Rusia.

Cuatro Días en Davos es una crónica desternillante sobre como la aristocracia del dinero, mejor, del muchísimo dinero, busca las autocomplacencias en esa veleidad tan neoliberal de oír sin escuchar a los más desfavorecidos.

Demuestra autocrítica didáctica en la explicación de cómo malogró una entrevista con Catherine Deneuve, en lo más alto de su esplendor estético y artístico. Se autoinculpa por no haber sabido abordar esa conversación amigable y rutinaria que pretendía con la más rutilante estrella del siempre sobrevalorado cine francés. Uno pude imaginarse, porque Carrére no lo dice, que aquella melena rubia en el envoltorio del idioma del juego del amor, era mezcla altamente explosiva y paralizante de recursos para cualquier intento de objetividad. Otro interrogante consiste en despejar la opinión subjetiva del autor sobre esta diosa del celuloide, pues las ambigüedades en la narración son de una ambivalencia muy gala.

Carrére es un escritor lleno de interés. Un buen intermediario para adentrarse en una literatura culta, pero, al mismo tiempo, entretenida. Creo que su estilo refleja un halo de honradez que, a veces, se hace complicado de conciliar con la endémica vanidad de los literatos.

ÁNGEL ALONSO

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