Con los cinco sentidos…

Con los cinco sentidos…

karina laguzzi

23/11/2018

Una tarde, de un día, ella sólo salió a respirar un poco de aire. Caminaba sin pensar, con la vista un tanto perdida, Sin enfocar o más bien sin querer hacerlo.

Un estruendo con sabor a velocidad llamó su atención. Buscó con la mirada eso que se iba aproximando y registró…

Lo primero que vió fue un casco de moto, negro, opaco, intrigante. Y le siguió la máquina, como venida del futuro, imponente, potente y hasta cierto grado intimidante.

Se le pegó la vista y se sumaron los sentidos. Siempre le generó fantasía ese combo tan varonil de poder encubierto, ese uniforme que invitaba a la mente a perderse quizás en un sueño de deseo, de erotismo promovedor de placer y elucubraciones que solo ella sabía imaginar.

Se quedó quieta, como perdida en su propio viaje mental. Imposible frenar lo que se le venía a su mente. Preguntas, inquietudes… ¿Como será de verdad el portador de ese uniforme casi galáctico? ¿Como serán sus ojos, su mirada? ¿Será tan penetrante como su aparición? ¿Y sus manos? ¿Será consecuente su traje con su interior?

De golpe, reparó que hacía ya un rato que la aparición estaba quieta, el casco enfocando aparentemente hacia su dirección.

Dudó, pero se mantuvo ahí, Como si una fuerza extraña le impidiera moverse y a eso se le sumaba la curiosidad ya enormemente decretada.

Sintió cierta intensidad en su propia mirada, Ella sabía su significado.

Un guante, negro y decidido levantó la visera. Se asomaron como desafiantes e intensos, unos ojos oscuros, penetrantes, seductores.

No pudo desviar la mirada. Quedó pegada sintiendo esa inquietud en la piel que sólo podía llevarla a un solo lugar, el placer. Imaginario o no, El siguió desvirgándole el iris. La conexión fue instantánea desde lo más salvaje.

Se bajó de la moto y se fue acercando más y más. Una leve llovizna acompañó la escena. Ella sentía como las gotas que se deslizaban por su mejilla hasta llegar a su escote, se evaporaban y desaparecían intentando bajar la temperatura de su piel.

Ya a unos centímetros de distancia sólo pudo decir algo, «No hables por favor…»

Él entendió el mensaje automáticamente y guardó silencio, Pasó sus dedos todavía enguantados por sus labios sin dejar de mirarla a los ojos. Siguió por su cuello y de ahí a su mano sabiendo que la invitación ya había sido aceptada. Ella lo siguió. Subió a su moto y sin poder contenerse le bajó el cierre de la campera, sintiendo como asomaba la piel varonil, segura, de su pecho. El darse cuenta que su piel y el cuero eran amantes, hizo que sus sensaciones aumentaran aún más.

Se dejó llevar sin siquiera cuestionarse su propia seguridad. Era una invitación a volar que no estaba dispuesta a dejar pasar.

La ruta pasaba en cámara lenta, rectas y curvas dictando una sentencia aceptada inevitablemente por ambos.

Se cruzaban por sus mentes infinidad de pensamientos que se paralizaban ante la ansiedad del descubrimiento posible.

El viento que generaba la velocidad, la obligaba a respirar bocanadas llenas de su perfume, un aroma varonil, penetrante, donde se perdía el limite entre lo hormonal y lo que no lo era.

Él frenó. La invitó a bajarse y pudo observar el lugar. Un conjunto de departamentos inundados de vistas azules. El mar protegiendo y sumando al momento.

La tomó por la cintura, cada roce desprendía un chispazo de energía nueva.

Entraron. Sin mediar palabra. La mirada de él seguía siendo intensa y ahora se llenaba de una sensación entre admiración, seguridad y promesas.

Un ambiente lleno de blancos, espacios vírgenes y con un gran ventanal donde se hacía obligatorio perderse. Sola y en el medio, una cama, enorme, De a poco la música, tenue y desconocida, acompañaba las miradas.

Uno parado frente al otro. Sólo observándose. Fue ahí que ella pudo apreciar su boca, entreabierta, sensual y segura.

Lo comprobó casi sin darse cuenta cuando él rozaba con magnifica precisión su cuello, lentamente, tomándose todo el tiempo del mundo. Ella sólo pudo respirar entrecortadamente y sin poder detener la respuesta de su piel.

Era increíble como dominaba el arte de la mirada, la acción de su boca, a las que ahora también se sumaban sus manos.

Manos intencionadas pero calmas, suaves y áridas. Seguras, firmes, libres.

La recorrida de las caricias en todo su cuerpo no tardó en llegar. Supo en ese mismo instante que no sólo había piel, sino también el fuego necesario para opacar la mente.

No se dió cuenta en que momento las ropas desaparecieron. Tampoco cómo fue que era ella ahora la dominante.

Él recostado entre intrigado y expectante y ella sobre él, sentada, con la mirada inyectada y con un solo propósito, llenarse de todo el placer posible.

Le sujetó las manos, le rozaba con el cabello cada centímetro de su cara, de su pecho, y con sus labios iba recorriendo el camino que sabía la llevaría al premio mayor.

Los aromas seguían apareciendo. La temperatura de la piel se eclipsaba con la de su boca. Fue bajando… Sintiendo como él dejaba de ser dueño de su propio deseo. Cada tanto levantaba la vista para decirle sólo con los ojos que no había vuelta atrás. Iba a seguir hasta donde los límites se entregaran por sí solos.

Un boxer negro y seductor cambiaba su fisonomía, Lo fue mordiendo, bajando, hasta notar que la invitación a saborear ya era un hecho.

Lo hizo. El palpitar junto al temblor le aseguraron que el vuelo ya había comenzado. Se tomó su tiempo. Ya no había manera de parar. Él quiso zafar sus manos. No pudo, y la respiración tomó forma de jadeo. Ella volvió a levantar su mirada encontrándose con la de él tratando de transmitir que ese cuerpo varonil había cambiado de dueño. Notó la temperatura de su propia piel, y como sus manos bailaban al mismo ritmo que su boca, él también lo sentía. Las humedades marcaban que iban por buen camino.

Los movimientos se aceleraron y él quiso frenar, Fue solo la fuerza la que congeló el momento.

La miró como pidiendo piedad, Ella recibió el mensaje.

De pronto las posiciones se invirtieron,

Ahora, la expuesta era ella. Primero, él detuvo la mirada en sus ojos, en su boca, en su cuello y la iba dibujando en su propia retina.

La tensión iba en aumento. No había forma de sentir calma. Él la dio vuelta, los segundos pasaban en silencio y con gritos mudos de excitación.

También él necesitó sentir su piel en sus labios, Al detenerse en el cuello supo que ahí se concentraban gran cantidad de sensores de placer y concentró su energía en ese paradisíaco lugar, plagado de respuestas.

Ella no pudo contener los gemidos, la tensión de sus músculos, y se giró.

Los ojos negros sólo le decían una cosa: no terminé…

La volvió a mirar. Le fue acercando la boca con lentitud desesperante y las lenguas húmedas y calientes se entrelazaron bailando su propia y única danza. Era más que un beso, era la comunión del encuentro.

Él con suavidad desprendió su boca y se concentró en no perderse de saborear un milímetro de piel. A medida que avanzaba también reconoció su propio placer, Descubrió sus pechos, erguidos, tensos. Los besó con los ojos cerrados para no perderse la mas mínima reacción al estímulo.

Siguió bajando… Dibujando con saliva el camino hasta llegar a la planicie de su abdomen, suave, nervioso.

Se detuvo en la concavidad del ombligo, obra maestra y perfecta que marcaba el límite a zonas mas reaccionarias todavía.

Y no volvió a detenerse impulsado por el hambre de probar los jugos más preciosos e intensos de esa fuente natural que prometía saciar su sed más oculta.

La maravillosa humedad, latente y hambrienta, lo esperó receptiva.

Mientras degustaba la poderosa esencia, podía sentir como todo el cuerpo de ella reaccionaba a la adrenalina. Irrumpió el clímax. Un espasmo infinito le contó entre susurros que ella había despegado su vuelo. Ahora ya no había tiempo de espera. Con frenesí y ternura se introdujo en su ser.

Todo era cálido, atrapante y frenético. Los movimientos se conjugaron. Las miradas ya eran casi insostenibles, y se avecinaba en el sentir ese descontrol de energía contenido sólo por las ansias de los propios cuerpos al transitar el horizonte desdibujado del placer y entrega.

Ambos fueron concientes de su inconciencia, Ambos permitieron que sus almas jugaran libres el juego de los cuerpos.

Como un limbo desconocido flotaron en un lugar propio, inundado de seguridad en las sensaciones.Volaron alto, mucho más que lo hasta ahora conocido.

El aterrizaje fue lento y relajante. No notaron que las pieles seguían unidas, ahora casi pacificas, alimentadas.

Se quedaron mirando un punto fijo, obligándose a no preguntarse nada.

De a poco fueron volviendo, un regreso no querido pero necesario.

Ella se levantó… El mar la miraba calmo. Él también.

Las ropas, rebeldes, no querían volver con sus dueños, hipnotizadas de presenciar tan alucinante danza.

Se vistieron queriendo dejar las huellas en la piel. En silencio.

Hubo un signo de interrogación en las miradas, descartado automáticamente por la realidad.

Él se acercó con una copa de algo. Ella la tomó, con necesidad de hidratar el momento.

Se volvieron a clavar la mirada, y él simplemente la tomó de la mano con una contradictoria invitación a seguirlo. Como si aletargar el tiempo hiciera perder lo especial del momento y su mundo.

Ella accedió, sabiendo que el viaje al descontrol ya había finalizado. Y entregada, dió el paso que los separaría de la eternidad de la detención de espacio y tiempo.

Salieron juntos. Él puso a cantar el motor de su moto y ella subió. Ahora el abrazo era mas intenso, mas real. La velocidad estaba en pausa.

Llegaron. Ella se bajó, se miraron. Él estuvo a punto de hablar. Ella lo frenó.

«No…» le dijo con su mirada.

El entendió.

Fantasía, que debe quedar en eso. En el mismo instante que dieran otro paso, la magia desaparecería.

Él arrancó. Ella comenzó a caminar sin saber el rumbo.

Todavía tenía su sabor en su boca, su perfume en la piel, las células alborotadas, sin embargo, plasmó esa experiencia en su ADN.

Una media sonrisa se le dibujó en su boca, salió sorpresivo un suspiro, y grabó a fuego ese regalo mágico en su mente.

Se felicitó por seguir sus instintos y se prometió guardarlo bajo llave, la misma llave que usó él para abrir el armario donde se guarda el arma que mata el prejuicio.

Y es ese prejuicio el que nos limita a seguir el deseo, Para ellos fue mágico. Y la magia no se cuestiona,

El deseo, el seguirlo, el dejarse, les dejó la impronta de la vida.

Y la vida solo pide animarse a jugar, a descubrir, a sentir, a vivir……

k.

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