Los homúnculos de Elaine Sturtevant

Los homúnculos de Elaine Sturtevant

Toda la realidad es ahora una realidad virtual.

Elaine Sturtevant

–Bueno ¿y ahora qué hacemos? Ahora que Sturtevant ha muerto.

Todos se miran. Más de veinte réplicas de Sturtevant se miran en silencio. La creadora se ha ido. El autor ha muerto. Una vez más. ¿Qué sentido puede tener el después?

–Seguiremos haciendo lo mismo –dijo la réplica 11 y todas siguieron haciendo lo mismo. Era, en definitiva, lo que mejor sabían hacer: copiar. Todas las réplicas replicaban con exactitud, como ellas mismas, todos los detalles de la imagen sobre la que trabajaban. Todas eran idénticas, como sus pinturas. Todas eran copias de Elaine Sturtevant. Todas tenían 89 años, todas de idéntica identidad, todas queridas por Lichtenstein, Beuys, Warhol. Todas entendían mejor que los originales sus originales. Tanto que cuando a Warhol le preguntaban por algo de sus obras desviaba la pregunta a Elaine: No se. Pregúntale a Elaine. Lichtenstein, Beuys y Warhol copiaban y repetían tebeos y anuncios publicitarios y Elaine los copiaba a ellos. Todas eran la “creadora” apropiacionista de la antología Dibujando el cambio de roles en doble direcciónque alcanzó la fama y recibió la medalla de oro de la Bienal de Venecia por su aportación al arte del siglo XX.

Sólo tienen que seguir haciendo lo mismo. Lichtenstein, Beuys y Warhol ya estaban muertos muchos antes que Elaine, la original, la cotizada, la primera postmoderna,la radical banalizadora del arte, y sin embargo siguieron copiando. Todo el mundo, después de 50 años haciendo lo mismo, lo entendía así. No habían razones suficientes para cambiar. Copiar hasta la muerte de la última Elaine era, es y seguirá siendo la misión de cada Elaine.

Un día un ladrón entró de noche al estudio mientras cada Elaine dormía con su pareja en su casa y robó, entre otras cosas, la bandera de los EE UU de Jasper Johns de 1991; la original. Johns tenía muchas, le gustaba pintar banderas de EE UU. Muchos museos las exponían y ésta, la sustraída, era el auténtico original que exponía un reconocido, emblemático y prestigioso museo de arte contemporáneo. El ladrón no era un ladrón de obras de arte. No. Era un ladrón vulgar que se llevó la bandera porque le gustó y no abultaba demasiado. Le recordaba las banderas que pintaba cuando de niño quería ser marine y pelear en Vietnam o en donde fuera por su patria y no tenía entre sus planes ser un vulgar ladrón de pacotilla.

Cuando las Elaine regresaron al trabajo se encontraron el desastre, la tragedia, el infortunio. ¡Falta FLAG 1991! ¡¿Ahora qué hacemos?! La réplica 2 la había pintado 4 veces y también la réplica 6 un par de veces. Pero todas las copias se habían vendido. FLAG 1991había desaparecido para siempre. La del museo reconocido, emblemático y prestigioso sólo era una copia. ¿Qué hacemos? Se preguntaron todas. Seguir –se contestaron–. Es nuestra razón de ser. Tenemos que seguir hasta la muerte.

La réplica 2, la más experimentada en FLAG 1991, fue la elegida para intentarlo. Había recelo. No todas estaban de acuerdo. Sin original la copia sería ilegítima; sería más original que copia. No sería una Sturtevant original. ¡Qué desastre! No obstante la réplica 2 pintó su primer FLAG 1991y recibió la aprobación de todas menos de la réplica 6, con la que no las tenía todas. –La distancia entre las líneas de la cuadrícula no es la misma, tampoco la degradación de la última mancha de azul de abajo. Demasiadas pegas. La réplica 8 se excedió bastante y contagió al resto. Todas las Elaine se pusieron muy nerviosas. Gritaban, lloraban, se arrancaban los pelos. ¡Qué desastre! La réplica 6 cogió el pincel y confundida se lo clavó en el ojo a la réplica 2. Lo hundió hasta tocar el cráneo. Le salió un chorro de sangre y luego materia gris. Se desplomó al suelo arrastrando a la réplica 7 que le agarraba por el pelo. Esta se partió el cuello con una silla. Todas se pusieron histéricas. El pánico las hacía hacer cosas que no querían hacer. La réplica 5 metió un bote de pintura azul en la boca de la réplica 17 y lo empujó con una fuerza inusitada hasta que se ahogó. La réplica 13 derramó al suelo un bote de diluyente y prendió fuego. Unas ardieron, otras se ahogaron por el humo. Otras se clavaron espátulas en el cuello y en la barriga en una especie de ritual harakiri. A otra le dio un infarto después de unas terribles convulsiones que le forzaban a lanzar espumarajos por la boca como si fuera un lanzallamas. Al final no quedó una réplica. Ni de ellas, ni de las obras, ni de ninguna réplica vista alguna vez. Y se hizo el silencio.

Una semana después del suceso un atentado sacudió la tranquilidad de París. Nadie estaba seguro. Un comando radical islámico ametralló un grupo de personas que comían en un tranquilo restaurante. Una mujer se inmoló desintegrándose en el aire en medio de una plaza. Segundos después todos los muertos perdieron su nombre. La ciudad de la luz se apagó un segundo. El amor ardió unos minutos. Todo se hizo gris.

Después de la primera gran confusión la ciudad se blindó. Treinta horas después los artificieros recibieron un chivatazo. Al parecer los yihadistas huidos se ocultaban en el barrio de Sturtevant. Un gendarme vestido de paisano fue a echar una ojeada pero todo estaba tranquilo. Incluso el estudio de Sturtevant parecía inalterado: las paredes blancas, los suelos inmaculados. Todo en la más absoluta normalidad. Allí no había pasado nada. El inmueble estaba en venta y era visitado más por curiosos que por compradores. Ni un solo rasgo de evidencia.

Nadie ha vuelto a ver nunca más a ninguna Sturtevant. Pero muchas obras de Lichtenstein, Beuys y Warhol siguen multiplicándose en colecciones privadas y llegando a las colecciones públicas. Todas son originales. No hay manera de distinguirlas como no hay manera de distinguir los homúnculos de Sturtevant. Nadie sabe de dónde salen. Policía, restauradores y científicos investigan sin descanso mientras las flores de Warhol, los personajes de tebeo de Lichtenstein y las banderas de Johns se multiplican.

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