Los amores de Ámbar y Guadalupe, cap. 29, «Siete pilares»

XXIX

Siete pilares

1

Siete pilares. Siete. Guadalupe repetía esas dos palabras con vehemencia, aunque penando. Siete pilares y los repetía uno por uno, no porque no los hubiera olvidado o ya no se identificara con ellos. Desde que aquella mujer entre humos de cigarrillos rubios y palabras encendidas le hablara del Encuentro.
Guadalupe. Siete pilares. Ámbar. Un conjuro contra sus penas, un exorcismo para sus males.
Ámbar, el nombre del amor volvía a los labios y se pronunciaba por sí mismo del mismo modo que Guadalupe lo hacía despierta o en sueños. Ámbar. Oro y naranja. Rojo, cuando encendía. Propósito del misterio, sanación de toda pena. Magia y enigma. El talismán que la cuidaba desde que unieron sus manos a la orilla del río.
Ámbar era siete pilares. Ámbar era Ámbar y María y Juana y Micaela y Dolores y Bartolina y Guadalupe y todas. Ámbar, siete pilares, allí se sostenía para no desfallecer.
La arenosa voz de Goyeneche le dijo desde una lágrima, “la lucha es cruel y es mucha”. No sabía Guadalupe si era el mejor tango que podía escuchar en ese momento. La lucha era cruel, ¿y la pena? La pena también era cruel y mucha. “Uno va arrastrándose entre espinas”.
No podía dejar de pensar en Ámbar. Ella le hubiera dicho que volviera a la orilla del río, al toque de la piedra, a la mano en el agua del río, al movimiento del viento como una espiga. Volver al lugar del amor porque de ese modo el mundo se hacía propio, perdía esa condición ajena que desconsolaba. El amor se hacía permanencia y no pesar. Luego que hiciera lo que debía hacer.
“Uno va arrastrándose entre espinas y en su afán de dar su amor”. Goyeneche desde la misma lágrima cantó porque un bullicio de notas así lo reclamaba.
Guadalupe dejó el sillón en donde estaba y apagó la radio. Obedeció a Ámbar, e hizo lo que se esperaba de ella, se dedicó a la lucha. Aunque a veces fuera cruel y mucha.
Reservó los micros, los lugares en las escuelas, planificó el viaje. Los encuentros y los desencuentros. Llamó a unas y a otras. A Trelew, a Madryn, a Comodoro.

Dolores la observaba desde una pequeña distancia. Pronto llegaría Sarmiza con su nube de nicotina a cuestas, su traje azul, su pollera azul y sus zapatos de taco agujas también de dolor azul. Avisó que el “excelentísimo señor fiscal federal de la nación”, así dijo, quería conversar con ella cuando ella se viera librada de tantas obligaciones como tenía. Sarmiza padecía la invitación. “Quiere meterse entre mis piernas”, decía, “nada de amor, puro interés”. Dolores le replicaba “no solo de amor se vive”. Entonces vestiría de rojo. Chaqueta roja, pollera roja, camisa roja, zapatos taco aguja, rojos, furiosos. Un fuego humano ante los desorientados ojos del fiscal. Gillespie le pondría una elegancia sincopada desde su corva trompeta.
Pero Sarmiza insistía a quien deseara oírla que era mucho más excitante pasar la noche junto a un expediente, que tener entre las piernas a una fiscal federal.
Aburridos, estereotipados, indiferentes, interesados. Eso era todo.
Cuando Guadalupe escuchaba estas definiciones sobre la capacidad seductora del fiscal Iniustitiam​ podía volver a sonreír. Eso estimulaba a las compañeras. Las heridas no desaparecen, solo cicatrizan. ¿Las cicatrices duelen? Casi siempre. Y si son el alma, siempre.
Dolores dejó su lugar y se aproximó a la radio. La encendió. Amaba a Goyeneche. ¡Garganta con arena! Cacho no pudo definirlo mejor. Guadalupe la observó, pero sin reproches. No se podía vivir sin música y menos, sin el “Polaco”.
Dolores se acercó a ella, tomó unos papeles que estaban apilados a un lado del cuaderno en el que Guadalupe escribía algunas notas y le dijo sin mirarla:
—En una hora viene una periodista española que quiere hablar del Encuentro. Atendela, por favor. Nosotros nos vamos a la reunión de la Campaña.
Guadalupe la miró sin comprender de qué le hablaba “La D”.
—Disculpá Dolores, no entendí.
—¿Qué no entendiste?
—¿Qué viene una periodista española?
—Entonces entendiste.
—La segunda parte.
—A ver, digo: “En una hora viene una periodista española que quiere hablar del Encuentro. Atendela, por favor. Nosotras nos vamos a la reunión de la Campaña” ¿Qué no se entiende?
—¿Qué yo la atienda?
—Sí, vos. Que haga la nota con vos.
—¿Conmigo?
Dolores volvió a la radio y subió el volumen. Cacho cantaba: Canta garganta con arena, / tu voz tiene la pena que Malena no cantó. / Canta, que Juárez te condena / al lastimar tu pena con su blanco bandoneón. / Canta, la gente está aplaudiendo,

y aunque te estés muriendo no conocen tu dolor. / Canta que Troilo desde el cielo, / debajo de tu almohada un verso te dejó.
—Canta, canta, Guadalupe. La gente está aplaudiendo y aunque te estés muriendo no conocen tu dolor.
Guadalupe bajó la mirada y volvió a escribir unas notas en su cuaderno. “Siete pilares” se dijo. Y los repasó en vos baja uno por uno.

2

Alta, morena y distinguida, la española se sentía cómoda en la Asociación. Guadalupe la seducía con ese modito delicado y su dulce voz que se melificaba de una manera indescriptible. Su aire juvenil y al mismo tiempo maduro le daban una fisonomía poco común. Se mostraba segura y no dejó traslucir en ningún momento sus padecimientos, los que supo encubrir apelando a esa máscara juvenil y esa formar de tratar a la reportera.
—¿Tu nombre? –preguntó la española.
—Guadalupe.
—Oye, oye. Tu nombre significa “mucho amor”. Yo lo tengo asociado al amor y a la cercanía. Has de ser una mujer muy cariñosa que transmites lo positivo. ¿Sabes que tu nombre viene del árabe?
—Sí, lo sabía.
—¿Solo Guadalupe te llamas?
—Guadalupe Encarnación.
—¡Acabáramos! Más española que yo. –Guadalupe sonríe, hacía tiempo que no volvía la sonrisa a sus labios.
—Tus nombres son pura sensualidad. Guadalupe, mucho amor, Encarnación, dentro de la carne y no quiero pasar por voluptuosa. El verbo divino tomó forma humana en ti. Me agradas sobremanera.
—¿Su nombre?
—¿Su? No, nada de “usté”. Tú, por favor, tutéame. Con confianza.
—¿Tu nombre?
—Pilar.
—El soporte de la vida.
—Vaya, vaya. También sabes descubrir lo que hay en la otra. Como diría mi madre, que Dios la tenga en su gloria, “te gustas a ti misma y gustas a los demás”.
—Tu nombre va con tu personalidad.
—A ver, a ver. ¿Y cómo describirías mi personalidad si apenas hemos cruzado miradas?
—Estás muy segura de ti misma, te importa poco lo que los demás hablen de ti. La seducción y la simpatía son dos rasgos característicos que te caracterizan. Estás convencida de que no hay nada que se te resista.
—Me has impresionado. Nada mejor que un buen comienzo. ¿Hay algo que quieras decir antes de que comencemos el reportaje?
—Sí. Mi pareja, Ámbar, fue baleada, ahora está desaparecida. Temo que esté muerta. Es el peor momento de mi vida, peor de cuando mi padre me violó siendo niña.
—Me disculpo.
—¿Por qué?
—Por mi atrevimiento.
—Yo te lo agradezco. Hacía días que no podía sonreír. Tu trato ha sido benéfico. Tu aproximación al cariño.
—Me siento como una Ainadamar.
—La fuente de las lágrimas. En ese caso yo sería una Ainadamar.
—Allí donde asesinaron a Federico.
—Allí mismo.
—En España, cuando asesinaron a Federico, nos mataron un poco a todos.
—Cuando estoy muy triste recuerdo a mis abuelos, Juan e Inocencia. Ellos llegaron a la casa de mis padres sustitutos una noche de lluvias torrenciales. Estaban los dos empapados. El abuelo me recitó un poema mientras tiritaba de frío mirándome a los ojos. Yo estaba deslumbrada. Nunca pude olvidar ese poema: “La lluvia tiene un vago secreto de ternura, / algo de somnolencia resignada y amable, / una música humilde se despierta con ella / que hace vibrar el alma dormida del paisaje.”

—Es un besar azul que recibe la Tierra, / el mito primitivo que vuelve a realizarse. / El contacto ya frío de cielo y tierra viejos / con una mansedumbre de atardecer constante.
—Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores / y nos unge de espíritu santo de los mares. / La que derrama vida sobre las sementeras / y en el alma tristeza de lo que no se sabe.
—La nostalgia terrible de una vida perdida, / el fatal sentimiento de haber nacido tarde, / o la ilusión inquieta de un mañana imposible / con la inquietud cercana del color de la carne.
—El amor se despierta en el gris de su ritmo, / nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre, / pero nuestro optimismo se convierte en tristeza / al contemplar las gotas muertas en los cristales.
—Y son las gotas: ojos de infinito que miran / al infinito blanco que les sirvió de madre. / Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio / y le dejan divinas heridas de diamante. / Son poetas del agua que han visto y que meditan / lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.
—¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos, / lluvia mansa y serena de esquila y luz suave, / lluvia buena y pacifica que eres la verdadera, / la que llorosa y triste sobre las cosas caes!
—¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas / almas de fuentes claras y humildes manantiales! / Cuando sobre los campos desciendes lentamente / las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.
—El canto primitivo que dices al silencio / y la historia sonora que cuentas al ramaje / los comenta llorando mi corazón desierto / en un negro y profundo pentagrama sin clave.
—Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena, / tristeza resignada de cosa irrealizable, / tengo en el horizonte un lucero encendido / y el corazón me impide que corra a contemplarte.
—¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman / y eres sobre el piano dulzura emocionante; / das al alma las mismas nieblas y resonancias. –Un silencio amoroso siguió al recitado–. ¿Un café? –Guadalupe preguntó sólo por volver del silencio.
—Qué sean dos, uno para cada penante.

3

El ambiente se tornó íntimo.
—¿Quieres hablar o dejamos esto para una ocasión diferente? –Pilar no sabía cómo comportarse.
—No. Sigamos, por favor. Esto me hace bien.
—Correcto, Guadalupe. Entonces te pido me hables de la experiencia de vuestro Encuentro Nacional de Mujeres, algo que es único en el mundo. ¿Cómo ha surgido, pues? ¿Cómo ha sido posible su continuidad luego de tantos años? ¿Treinta o me equivoco?
—Con este próximo de Trelew serán treinta y tres.
—¡Increíble! ¡Pero cómo han logrado semejante maravilla! Dime la historia de vuestros Encuentros.
Guadalupe acomodó algunos papeles, fotos y publicaciones que tenía sobre su escritorio y con los que pensaba ilustrar a la española sobre los Encuentros.
—¿La historia de todos los Encuentros? Tendrás tiempo de sobra, porque con este serán treinta y tres. Son treinta y dos años de historia.
—Bueno, es que podríamos encontrarnos en otras oportunidades e ir haciendo varias entrevistas, no agotar el tema en una. ¿Qué os parece? Yo lo haría con gusto. No sé tú.
—Como vos prefieras, yo también lo haría con gusto.
—“Vos”, “vos” el vos argentino. No hay nada como vuestro “vos”, salvo “El Che”.
—Claro el “che”. Pero “El Che” se lo conoce por Ernesto, Guevara, el revolucionario.
—¡Qué figura! ¿Verdad? Deberíamos pensar en algo sobre “El Che”, pero incluyendo a Dolores que es maoísta. –Guadalupe bebió un serbo del café negro, amargo, caliente que estaba bebiendo junto a la española que lo prefirió dulce y con un suave toque de canela–. ¿Seguimos?
—Sigamos.
—¿Entonces?
—Entonces… –Guadalupe toma aire para darse un tiempo de serenidad–. En nuestro país nadie tenía experiencia para organizar un evento de características tan plurales, tan diversos.
—Ustedes venían de la dictadura.
—Es verdad.
—¿Cómo fue lo tuyo durante la dictadura? Eras muy joven, aunque no sabría decir qué edad tienes realmente.
—Mi historia personal en ese período es algo extraña, no tiene que ver con lo que le pasó a la inmensa mayoría de nuestra gente. O tal vez sí, pero de otro modo. De uno muy diferente. Tal vez cuando nos volvamos a encontrar hablemos algo sobre ese período de mi vida.
—Qué buena noticia has acabado de darme.
—¿Buena noticia? –Guadalupe se sorprendió por la afirmación de la española– ¿Cuál noticia?
—Que hemos de encontrarnos nuevamente, para hablar de ese pasado tuyo.
—De acuerdo –Guadalupe consintió tímidamente.
—Entonces, me decías, venían de la dictadura, pero no me has dicho tu edad.
—Veníamos de la dictadura. Miles de desaparecidos, muertos, torturados… Horrible.
—¿Y con ese síndrome ya pensaron en un Encuentro como el que realizasteis durante estos últimos treinta y dos años?
—Fueron cuarenta mujeres de quienes muy pocas personas saben sus nombres.
—¿Podrías decírmelos o entregarme la lista para conocerlos?
—Puedo decirlos.
—¿Puedes decirlos?
—Seguro. Delia Agüero, Katy Amar, Liliana Azaraf, Margarita Bellotti –Pilar alzó una mano para pedirle a Guadalupe que se detenga.
—¿Qué ocurre? ¿Qué está mal?
—¿No tienes una anotación, un ayudamemoria, un “machete” como decís vosotros?
—No lo necesito.
—¿Tu memoria es así extraordinaria?
—Más o menos.
—No seas humilde conmigo, ¡por Dios!
—Mi memoria está vinculada a mi pasado. Mi madre me enseño música cuando era apenas una niña…
—¿De qué edad?
—La primera vez que me senté al piano tenía tres años.
—¡Una niña prodigio! ¡Tú me molas!
Guadalupe rio sorprendida.
—Ningún prodigio. Cuando se es tan niño, uno puede entrenar la memoria con facilidad. Si ya has crecido el asunto es muy diferente. Aprender la música de memoria fue un juego para mí, luego, al conocer el modo de escribir la música no tuve inconvenientes en recordar las partituras. También era un mecanismo de protección que teníamos establecido con mi madre. Mi padre, que era un coronel de inteligencia, era capaz de destruirlas en un arranque de furia. Mamá y yo las guardábamos en nuestra memoria para siempre, de ese modo nunca nos faltaría la música. No se puede vivir sin música. No sabría vivir sin música.
—Que interesante esa idea. Eres devota de Nietzsche, “la vida sin música sería un error”, dice el bigotudo.
—En eso estoy de acuerdo con él, pero debe de ser lo único.
—¿El nombre de tu madre?
—Encarnación Mercedes.
—Así que llevas el nombre de ella.
—En segundo término.
—Volvamos a tú memoria, entonces y los nombres de las pioneras.
—Volvamos desde el principio.
—De acuerdo.
—Delia Agüero, Katy Amar, Liliana Azaraff, Margarita Bellotti, María Celia Bidon-Chanal, Ángela Boitano, Rosario Busacchio, Amalia Cánovas, Adriana Carrasco, Nelly Casas, Elsa Cola Arena, Nora Cortiñas, Mariana Delbúe, Ethel Susana Díaz, Lucía Fernández, Clara Fontana, Marta A. Fontenla, Susana Gamba, Dinora Gebennini, Aleida González, Ruth González, Lucía Guerrieri, Mirta Henault, Clelia Iscaro, Belkys Karlem, Teresa P. Larrea, María Luz Martí, Marta Miguelez, Lorena Musso, Lidia Nélida Otero, Margarita Paredes, Electra Pérez Roa, María Luján Piñeyro, Susana Pontiggia, María Dolores Robles, Beatriz Rodríguez Ivusich, María José Rouco Pérez, Esther Rudatti, Marian Saettone, Lilia Saralegui, Matilde Scaletzky, Amanda Sívori, Elena Tchalidy, Aída Vidal y Martha G. Villafañe.
—Guadalupe. ¿Me has recitado estos nombres por orden alfabético o estoy equivocada?
—Por orden alfabético.
—De memoria y en orden alfabético.
—Soy un tanto obsesiva. Las cosas deben tener cierto orden. La música es matemática. Es física. Aprendí a ordenar todos mis recuerdos. ¿Suena muy ridículo?
—Para nada. Eres TOC.
—Me temo que sí.
—Como yo. Toc. Toc. Difícil, difícil. Qué vamos a hacerle. Adelante, pues.
—El Primer Encuentro Nacional de Mujeres, Pilar, fue el resultado de numerosas y diferentes experiencias en la lucha por los derechos de nosotras las mujeres. Quienes han sido protagonistas de esas luchas afirman que muchos de los grupos feministas que impulsaron formas superiores de organización de las mujeres surgieron en la década del setenta en distintos lugares del mundo. Así ocurrió en Latinoamérica y en Argentina. Aquí, las feministas nos agrupamos en diferentes organizaciones.
—¿Recuerdas alguna de ella? –Pilar carcajeó fuertemente– ¡Qué pregunta más tonta la mía! ¡Cómo no has de recordar si tienes una memoria prodigiosa!
—Recuerdo sólo algunas. La Unión Feminista Argentina, el Movimiento de Liberación Femenina, la Asociación para la Liberación de las Mujeres Argentinas. Pero hubo muchas más. Si te es necesario, hay un archivo con todas ellas.
—Ya veremos si nos hace falta. Continúa, por favor.
—En esas organizaciones las mujeres participamos en igualdad de condiciones, no hay jerarquías. Las jerarquías están muy identificadas con el orden que impone el patriarcado. Para decirlo como lo pienso, la jerarquía que padecemos es patriarcal, ciento por ciento. Al no haber jerarquías patriarcales, se logra el intercambio de experiencias personales en condiciones de absoluta igualdad y eso nos permite aprender de cada una y de cada lucha ante todos los padecimientos de la opresión cotidiana que sufrimos las mujeres.
—Entiendo que son organizaciones horizontales y para nada verticales.
—Horizontales, por supuesto. El verticalismo es patriarcal. “Yo mando, tú obedeces, yo digo, tú, haces”. La horizontalidad es el modo de vincularnos en los Encuentros. Por eso decimos que los Encuentros son horizontales y sin jerarquías. Todas expresamos en igualdad nuestras distintas opiniones y experiencias frente a la doble opresión que sufrimos las mujeres.
—Guadalupe, ¿podrías explayarte sobre el tema de la doble opresión?
—¿Por qué decimos que las mujeres sufrimos una doble opresión? Porque hablamos de una opresión de clase y una de género. Hay que zambullirse en la historia de la humanidad para encontrar las raíces de este fenómeno. Porque vos debés saber, Pilar, que en las comunidades que podríamos definir como de un comunismo primitivo, la consideración social de las mujeres era altísima, su rol social era clave para la supervivencia y la organización de esas comunidades. Por otra parte, por las formas que tenía por entonces la organización familiar, la filiación de los hijos sólo se podía establecer por la vía materna. Luego, en la evolución de la humanidad, en un complejo desarrollo de la propiedad que no sabría explicar brevemente, se produjo un hecho extraordinario, una verdadera revolución que fue el sometimiento de las mujeres al hombre y la consolidación de la familia monogámica basada en el patriarcado, en la que el hombre podía asegurar su paternidad para que los hijos fueran efectivamente de su descendencia. De ese modo su propiedad, sus riquezas, las que fueran, pasaron a manos de sus hijos y eso permitiría consolidar el orden social y económico establecido.
—Tu visión me remonta a Engels.
—Digamos que sí, pero no sólo a él.
—Y luego, ¿cómo siguió ese proceso?
— Desde que se produjo esa extraordinaria revolución que consistió en esclavizar a las mujeres a los hombres, a la consolidación de la familia monogámica patriarcal, se ha conservado el papel subordinado de la mujer en la sociedad y en la familia. La familia se mantiene como una unidad económica de la sociedad, con funciones políticas y funciones ideológicas.
Las mujeres tenemos a nuestro cargo las tareas domésticas, lavar la ropa, preparar la comida, asear la vivienda, etc. A la vez, somos las responsables de la crianza de los hijos, de transmitir la cultura dominante –por supuesto–, la religión, los valores de la sociedad que exigen en el “respeto” a la autoridad y al orden establecido. Si ese “respeto” no es el que esperan, si las mujeres no acatamos el orden establecido, como ocurre en la actualidad, se multiplican los femicidios que son cada vez más violentos. Cuando nosotras callábamos y aceptábamos nuestra subordinación sin chistar, golpe más, golpe menos, las cosas marchaban de una manera. No se trata de que no hubiera femicidios por entonces. Los había, pero se los podía encubrir de otro modo, pasaban, digamos, desapercibidos. Pero desde que han crecido nuestros reclamos, los asesinatos han adquirido una violencia extraordinaria. Y eso se basa en la creencia de que el “respeto” exigido a las mujeres en aceptar su rol, se corresponde con el respeto a una ley natural, divina, inmutable, que no puede ni debe ser cambiada. Si violás la ley mereces un castigo extraordinario. Un castigo ejemplar.
—Eres sólo una propiedad del amo y el amo con su propiedad hace lo que se le venga en ganas.
—Así es. Somos consideradas como propiedad privada, “señora de…”, más claro ¡imposible! Somos una mercancía más. Somos víctimas de acoso, abuso sexual y violencia. A la par crece la prostitución, el comercio de niñas y la pornografía. Las trabajadoras no tenemos igual salario por igual trabajo, ni las mismas oportunidades laborales que los varones, y cumplimos, como ya expresé, una doble jornada, una fuera y otra dentro del hogar.
—Volvamos, si te parece, al tema del Encuentro Nacional.
—Horizontal, sin jerarquías como he dicho, desde el yo, desde la individualidad, para que la mujer pueda fortalecerse como sujeto, recuperar la autoestima, comprender el valor del autosostenimiento y retomar el sentido de las propias decisiones en lo que hace a su proyecto de vida presente y futuro.
—¿Y crees que eso es posible con mujeres procedentes de tan distintos lugares, estratos sociales, experiencias culturales tan diversas?
—Completamente. Las mujeres que participamos de los Encuentros Nacionales tenemos orígenes diversos, de clase, de nivel educativo, laboral, económico, etc.
—¿Antecedentes del Encuentro? ¿Podrías citar algunos?
—Los antecedentes más inmediatos de la organización del primer Encuentro Nacional fueron la conformación del “Nucleamiento de las Mujeres Políticas” y la «Multisectorial de la Mujer».
—¿Cómo es eso de una “multisectorial” de mujeres?
—La Multisectorial de la Mujer se organizó por el año mil novecientos ochenta y tres, reuniendo a sindicalistas, feministas, políticas, amas de casa, independientes. Esta organización no podía prosperar si no fuera extraordinariamente democrática, desprejuiciada en cuanto a saber escuchar diversas opiniones y puntos de vista hasta enfrentados. Ese fue un gran ejercicio de la horizontalidad y de la eliminación de las jerarquías para que esos debates pudieran expresarse en toda su riqueza.
—Hay también, Guadalupe, si la memoria no me traiciona, muchos antecedentes en el orden internacional, sobre la lucha por los derechos de las mujeres.
—Muchos, es cierto. ¿Pero no nos excederíamos en esta oportunidad al hablar de ellos?
—Sí. Dejémoslo para otra conversación, así, de paso, tengo el placer de volver a verte. Pero yo diría que fue muy significativo el proceso que va desde que las Naciones Unidas declararon a la década entre 1975 y 1985 la «Década de la Mujer» y que culminó en Kenia, en Nairobi, con la Tercera Conferencia Mundial de la Mujer, a fin de evaluar los obstáculos y los logros obtenidos en ese decenio en lo que hace a las condiciones de vida de las mujeres de todo el mundo.
—Es verdad, pero no fue el único evento internacional que estimuló la organización de nuestro Primer Encuentro Nacional de Mujeres. En paralelo se realizó también el Foro de Organizaciones No Gubernamentales, el Tercer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, en Bertioga, Brasil, etc.
—Ya llegamos al año 1986, año del primer Encuentro aquí, en Argentina.
—Cuarenta y cinco mujeres que ya nombré, confirmaron la Comisión Promotora del primer Encuentro Nacional de Mujeres. Ellas procedían de distintos ámbitos sociales y políticos, feministas, amas de casa, independientes, de derechos humanos, etc.
—¿Cómo se planteó la participación de las mujeres en ese Encuentro?
—A nivel individual, no como representación de organizaciones o instituciones sociales o políticas. Cómo se dijo por entonces “nadie representa a nadie más que a sí misma”.
—¿Cuántas mujeres participaron, Guadalupe, de ese primer Encuentro?
—Reunió a 1.000 mujeres.
—¿Y se hizo dónde?
—En el Centro Cultural General San Martín de la Ciudad de Buenos Aires, entre el 23 y el 25 de mayo de 1986. Es un centro cultural muy importante aquí, en Buenos Aires.
—¡Mil mujeres! Y ahora reúnen treinta mil, cuarenta mil.
—En Rosario fuimos sesenta mil y en Trelew esperamos cincuenta mil.
—¡Qué maravilla! No puedo dejar de aprender sorprenderme con vosotras. ¡Sesenta mil mujeres! ¡Extraordinario! ¿Cómo se organizó ese primer Encuentro?
—Fue autofinanciado e independiente. Para recolectar fondos se realizaron peñas, se hicieron aportes personales, rifas, bonos contribución, etc. El lugar se solicitó gratuitamente. El Banco Provincia de Buenos Aires donó las carpetas, y algunos sindicatos ayudaron con el alojamiento con las participantes del interior del país.
El Encuentro se desarrolló durante tres días consecutivos. En la primera jornada se realizó el acto de apertura y la inscripción en los talleres. En el segundo día, durante la mañana y la tarde, se continuó con el debate en los talleres y se elaboraron las conclusiones. El tercer día se realizó el plenario de cierre con lectura de las conclusiones.
—¿Podré acceder a ellas?
—Seguro, están publicadas. Luego te daré un ejemplar.
—¡Maravilloso!
—¿Y qué papel tuvieron las Madres de Plaza de Mayo en todo esto? O mejor dicho, ¿cómo fue su incidencia en la decisión de organizar el primer Encuentro?
—Los Encuentros de Mujeres surgieron luego del terror de la dictadura militar. El papel de las mujeres en la lucha contra la dictadura fue extraordinario. El ejemplo más notable y conocido a nivel mundial (aunque no el único, desde ya), fueron las Madres de Plaza de Mayo. Si vos querés establecer un parámetro para medir la importancia del movimiento de mujeres en la Argentina, tenés, necesariamente, que apreciar que las Madres de Plaza de Mayo son un movimiento formado exclusivamente por mujeres que provenían de ámbitos muy diferentes, la mayoría amas de casa a las que le arrebataron sus hijos. Así como en ningún otro país del mundo se han organizado treinta y dos Encuentros de mujeres masivos como en Argentina, tampoco hay un movimiento como las Madres de Plaza de Mayo. Esto me lleva a decir que la “revolucionarización” de la sociedad argentina corre por canales muy profundos. Siempre, si quieres medir el grado de progreso de una sociedad, debes apreciar el rol activo del movimiento de mujeres.
—Conversando fuera del reportaje me has dicho, Guadalupe, que estas pioneras fueron reconocidas no hace mucho tiempo.
—Así fue. La Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires otorgó una mención de honor a todas las integrantes de la comisión promotora de ese primer Encuentro Nacional de Mujeres.
Esas mujeres fueron premiadas por su decisión de unir a las mujeres, ayudar a que el debate fluya libremente, sin imposiciones, sin restricciones. El premio valora un liderazgo colectivo no de una, sino de muchas, de todas las mujeres.
—Los Encuentros de Mujeres, como sugieres, son una revolución.
—Sí, una verdadera revolución, son revolucionarios, sin duda. Y ese modo revolucionario de hacer política, pero política grande, y eso, Pilar, ponelo con mayúsculas, política GRANDE, no me refiero a la pequeña política de comité que padecemos a diario, tiene que ver con el modo, las formas que tiene el Encuentro.
—Tú te refieres a los siete pilares.
—Sí, por supuesto.
—Enuméralos, por favor, es importante que en todos lados sepan de ellos.
—Los Encuentros son plurales, porque se expresan todas las ideas y opiniones, ninguna está por encima de la otra. Son democráticos, porque asistimos mujeres de todos los orígenes y clase. Son horizontales, porque no existen títulos ni jerarquías. Son federales, porque la sede es una provincia distinta cada año, elegida por las mujeres. Son autónomos, porque no responde a ningún gobierno ni a ningún partido político. Son autosostenidos, porque se sostiene con el trabajo de todas. Y son autoconvocados, porque las mujeres nos organizamos en cada lugar para poder realizarlo.
—Entonces, resumiendo los Encuentros Nacionales que vosotras organizáis son: plurales, democráticos, horizontales, federales, autónomos, autosostenidos y autoconvocados.
—Exacto.
—¿Algo más que decir querida Guadalupe?
—¿Cuándo haremos la segunda entrevista?
—¡Pronto! ¡Lo más pronto que pueda! Primero debo procesar toda esta información. Alabo tu memoria. Eres una enciclopedia. Dale mis bendiciones a tu madre porque te ejercitó en la memoria. –Pilar captó un leve cambio en el gesto de Guadalupe.
—¿He dicho nuevamente algo fuera de lugar? Soy especialista en meter la pata.
—No, claro que no.
—Es sobre tu madre. ¿Vive ella?
—No, murió.
—Lo siento, en verdad lo lamento. ¿Era importante para ti?
—Sí, mucho. Pero yo tuve dos madres.
—¿Y cómo es eso?
—¿Para la próxima entrevista?
—Para la próxima. Como tú lo ordenes. Guadalupe.
—¿Algo más, Pilar?
—Quiero que tengas mi tarjeta. Aquí está mi celular en Buenos Aires y mi correo electrónico. Debajo la vivienda en Madrid y los teléfonos de España.
—Te agradezco, me serán muy útiles.
Guadalupe tomó una lapicera y un papel de anotaciones y escribió su número telefónico y dirección personal.
—Aquí tienes mi teléfono y la dirección de mi casa. Aunque por ahora, por razones que tal vez después hablemos, no estoy viviendo en ella.
—¿Es por lo de tu pareja desaparecida?
—Sí. Yo misma fue secuestrada una noche.
—Dios mío, qué horror. ¿Puedo hacer algo por ti?
—Sí, seguro. Cuando hagamos la conferencia de prensa por mi pareja desaparecida quisieras que estés presente.
—Cuenta con ello. No faltaré, os lo aseguro.
—Te lo voy a agradecer de corazón.
—No lo dudo. Tu corazón se manifiesta en tus ojos. Bellísimos.
—Gracias.
—Es hora de partir. Me has dado mucho material para la nota. De seguro vendremos para unas fotitos tuyas y de esta Asociación.
—Te esperamos.
—Te lo ruego.
Pilar y Guadalupe se dirigieron a la salida. Pilar dejó su mano en la cintura de Guadalupe, acompañaba su movimiento apenas con el roce de sus dedos.
—Guadalupe –Pilar se detuvo y la miró a los ojos–, no puedo irme sin confesarte algo.
—Te escucho.
Pilar debió tomarse un tiempo para hablar. Una pequeña sincinesia se organizaba en su boca.
—Esto que te voy a decir no quiero que lo tomes como una falta de respeto a tu dolor ni un desprecio a tus sufrimientos.
—De ninguna manera.
—Creo que me he enamorado de ti, apenas te he visto. Si necesitas irte de aquí yo te llevo conmigo a España. Allí te cuidaré. Te lo aseguro. Llámame cuando quieras. Cuenta conmigo para lo que necesites.
—Te lo agradezco.
—Cuenta conmigo.

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