Los amores de Ámbar y Guadalupe, cap. 26 «Capucha, capucha»

XXVI

Capucha, capucha

1

—¡Capucha! ¡Capucha! ¡Caperucita negra! ¡Ponete la capucha que viene el lobo! –El matón rio desaforado. Ámbar se despertó de golpe. Tenía frío, mucho frío.
—¿Listo? No te hagas la viva porque lo último que vas a ver en tu vida es mi horrible geta.
—Listo –respondió temblando.
—Baratito, baratito, lo tuyo. Estás viva, nadie te cogió, nadie te torturó. ¿Sabés flaquita? Estuve haciendo bien las cuentas de cuántas vidas tenés. Contá conmigo: dos tiros, uno te pasó de lado a lado, dos paros cardíacos y un nuevo secuestro. Este, claro. Discusión: qué si va al prostíbulo, qué si no va al prostíbulo. “No va” dijo el jefe. Donde manda capitán, no manda marinero. Zafaste. ¡Qué país generoso!
Cinco. Número sagrado. Contá bien. Cinco. Una, dos, tres, cuatro, cinco. Te quedan dos. –el verdugo puso sus dedos en “v” aunque ella no lo podía ver–. No las desperdicies porque después se acaban y listo, te vas a contar angelitos como la chabona del trébol negro. Hay gente que no tiene suerte.
¡Flaca! ¿Me oís? –Ámbar movió su cabeza afirmativamente–. Si salís de esta, hablá bien de nosotros, no andés diciendo cualquier mierda. Decí la verdad. Acordate lo que te dice este cabrón: naciste cinco veces y cinco es un número mágico, el número del que viene a lograr la libertad. Por eso no mientas, no me defraudes, decí la verdad.

¿La verdad? Si digo la verdad entonces no deberé olvidar y si no olvido hablaré de esto. Y hablaré de aquello. Hablaré de todo. De la herida en la bala. Del dolor en el ojo y el sabor de la sangre. Hablaré de este calabozo. También del otro. Este negro, el otro blanco. Diré de cómo entraba la luz por la rendija y el frío estaba siempre a cada lado. Después repetiré tu nombre para que no se pierda. El tuyo y el mío a cada rato. Colgaré una guirnalda en tu sonrisa y en la mía para que sea una fiesta ese momento. Me pondré la chaqueta más roja y la camisa más blanca para lucir mi corazón a puros besos.
La verdad estará en los labios y en las lunas en suspenso. Labios y más labios verdaderos y ardor de puro amor en las mejillas.
¿La verdad? ¿Al verdugo le gusta la verdad o la decapitará de un solo golpe? El verdugo está apurado, siempre, la muerte es impaciente. Pero la verdad no tiene apuro, es paciente como ninguna otra cosa. La mentira tiene prisa, como el verdugo, corre para que no la descubran, como el verdugo que oculta su rostro tras la máscara.
¿La verdad? Diré la verdad de todas formas.
No sé si eso es lo que se espera de mí.

Pero Ámbar se mantuvo en silencio. No confraternizar. ¡Nunca! Nada que decir, nada que firmar, nada que compartir. El verdugo no es mi amigo, es el verdugo. Nadie confraterniza con el filo del hacha, el azote del látigo, ni el plomo caliente de la bala.
El carcelero le dijo que tenía que comer.
—Morirse de hambre no tiene sentido.
Ámbar trató de encontrarle sentido a todo eso. Pero no pudo.
No tenía hambre, solo sed. Mucha sed. Y frío, mucho frío.
—No será un lujo, pero este chupadero es mejor que los otros. Tenés cama, baño privado, letrina, bueno. Podés bañarte. Será agua fría, pero tenés jabón. Hasta una ventanita por donde entra la luz del día.
Ni te digo la mierda que son los otros. Todos meados, cagados, con cucaracha por todos lados. Un asco.
No sé por qué, pero a vos te cuidan. A las otras las tienen para la mierda.
Si te mandan al sur, la pasás maso porque el frío ayuda. Pocos bichos. ¡Pero en el norte! Entre el calor, las moscas, los mosquitos. Mejor ni hablar. Lleno de borrachos pendencieros. Flaca, mejor el sur. Nada como el sur.
Mar del Plata es lujo. Marineros, narcos, jugadores. Buenas propinas. Falopa cara. Y el top diez, Puerto Madero. Pero eso es para exclusivas. Ahí no te jode nadie. Salir, no salís, pero joder, no te jode nadie. Todos bacanes. Empresarios, funcionarios, diplomáticos, actores. Bacanes todos. Peces gordos. Un lujo.
Bueno flaquita. Comé, haceme caso. Lavate, aunque te dé frío. Y dormí. Dormí mucho. Dormir acá hace bien, te olvidás de la toda mierda. Dormir, soñar, ya lo dijo yaquespeare.
Cuando salga contá hasta veinte.

2

Carta al amor de mi vida.

Guadalupe: no sé si mis pensamientos llegaran a los tuyos. Mis sentimientos sí, porque nunca te abandonaron, ni los tuyos a mí que aquí me abrazan. Tal vez percibas esta que te estoy enviando desde mi corazón.
¿Recuerdas nuestros versos? Los recité una vez, entre lágrimas:

Amor mío: late tu corazón, selva encendida,
y tu calor me envuelve como un anhelo rojo.

Siento aquí, a mi lado, tus latidos, tu calor. ¡Cuánto me reconfortan! ¡Qué bien me hacen!
Sé por qué nos está pasando esto. Y estoy segura de que vos también lo sabés.
No reniego de nada. ¿Cómo podría hacerlo? A tu lado conocí la dicha y esa dicha fue tanta y tan intensa que nada de lo que hoy ocurre puede amargarla.
No puedo escribir los versos más tristes este día. No lo deseo. Por el contrario.
Recupero para mí cada día de este cautiverio, el momento que nos conocimos. Miró la luz del día que entra por la pequeña ventanita de esta celda, allá arriba, casi pegada al techo, y por esa luz llego a vos y nos imagino juntas en la ribera del río donde nos abrazamos por primera vez. Esa es mi fuerza. Mi fuerza es tu amor, tu infinito amor y tu coraje.
Parafraseo a Wilde muchas veces al día. Podría hacerlo con Celan, el último que me regalaste. Pero no quiero. La leche negra del alba, la leche negra del día, el de los ojos celestes y su víbora de ira, el que silba a los perros y a los judíos que cavan sus tumbas y Margarete y su cabello de ceniza Sulamita, no puedo, no puedo. No puedo. Queda Celan en otras manos que no serán las mías. Vivimos para el amor, nunca para el dolor; vivimos para la alegría.
Como te dije, parafraseo a Wilde muchas veces al día. Ejercito mi memoria y eso impide que comparezcan mis debilidades. ¡Rara forma de contener mis emociones!
Estoy dentro de la Balada de la Cárcel de Reading. Llegué aquí por ser quienes somos. Como Wilde fue condenado por ser quién era, por ser diferente. ¡Él tenía tanto amor! ¡Tanta soledad!
Todavía me repite cada tanto la voz hombruna antes del disparo “lesbiana de mierda”, y me depositó aquí, donde no hay ningún convicto con quien intercambiar miradas. No tengo un traje gris, ni una gorrita gris, ni tengo cómo mirar con tanto anhelo como aquel convicto la pequeña carpa azul que otros condenados llaman cielo.
Como aquel de la balada, contemplo estos muros que tienen temblores negros, ira de hierro rojos. No hay cielos que me protejan. Ni uno de quemante acero.
Admiro lo que queda del día cuando un minúsculo rayo del sol se filtra por el capricho de una rendija que pasó desapercibida.
No ruego con labios de barro que acaba esta pena honda. Ruego por vos, amor.
¿Matar lo que amamos? No es cierto que todos matamos lo que amamos. Ni con mirada torva, ni con palabras halagüeñas, ni con cobardes besos, ni con el filo de un puñal artero.
No todos matamos lo que amamos. Ni vos ni yo haríamos tal crimen.
Yo te protejo amor aquí en silencio. Tu amor me protege luchando, lo siento. Nos protegemos así, como lo hicimos desde el momento en que nos reconocimos.
A pesar de que hombres silenciosos me vigilan noche y día, celebro nuestras vidas. A esa celebración no pueden ingresar, no lo permito. Y eso los llena de rabia porque sus poderes no pueden con mi magia.
Ellos esperan mi llanto y quieren auscultar mis plegarias para saber qué pienso y en qué pienso. Me vigilan. Es inútil. Aunque mañana entrara aquí el aterido capellán con su hipocresía colgando del cuello con forma de rosario, aunque llegara aquí quien manda, vestido con su traje negro y bebiendo su leche negra de la mañana, del mediodía, de la tarde, aunque llegara aquí el verdugo de ojos celestes con sus guantes de jardín, con su víbora, y traspase la puerta para amarrar mi garganta a sus correas mientras silba a su jauría y ordena a los condenados que caven de prisa mi tumba, no tendrán una lágrima ni una palabra mía. Esa será nuestra victoria. El poder del silencio y el poder de tu lucha.
No retuerzo mis manos de amargura, ni lloro furtivamente, ni soy un alma en pena con un asombro torpe por la muerte. Bailo en mi sustancia vital, bailo. Nos gusta bailar. ¡Bailemos amor, toda la tarde! ¡Bailemos! Al ritmo dulce de violines, al ritmo dulce de guitarras. Los pies en el aire, flotando livianas como dos hojas que el viento quiere llevar a su refugio.
Dice Wilde que, en la cárcel de Reading, en la ciudad de Reading, se encuentra un pozo de vergüenza en la que yace un desgraciado devorado por dientes de fuego. Donde esté, porque no tengo conciencia de dónde estoy, me siento dentro de la Balada de Wilde, junto a él, porque somos lo que somos y no podemos dejar de serlo y nos alegramos de ellos.
Ni lágrimas necias, ni suspiros profundos. Defendemos lo que amamos. Por ello daremos lo que nos reclamen.
Te ama, por siempre, Ámbar.

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