Los amores de Ámbar y Guadalupe, cap. 25 «La misma estrella»

XXV

La misma estrella

1

Sarmiza no tuvo medias palabras para hablar con Guadalupe. ¿Decir, mucho, algo, poco? Lo meditó hasta que se convenció de que lo mejor era ser brutalmente franca. Guadalupe se llevaría mejor con la verdad que con cualesquiera medias palabras.
Apenas estuvieron frente a frente le relató su visita al hospital, las mentiras de la jefa de Admisiones, el pánico del cirujano, el miedo del enfermero. Luego le dio a leer el papel que la mujer le entregó en la calle.
Guadalupe lo leyó conmovida. Pero no estaba sorprendida. Desde que recibió el primer llamado se convenció de que Ámbar fue baleada y que estuvo en ese hospital. La nota, sobre la que Dolores pidió cierta reserva, así lo aseguraba.
—También fui a la comisaría –Sarmiza siguió poniéndola al tanto de las novedades. Luego preguntaría por la excursión a Liniers y esas dieciséis páginas manuscritas.
—¿Y qué te dijeron ahí?
—Que no recibieron ninguna denuncia de una mujer que haya sido baleada.
—¿Qué más?
—Que no sabían nada de un secuestro o detención ilegal.
—¿Y la chica que estaba conmigo en el calabozo?
—No saben nada.
—Lo inventé.
—Fantaseadora. Una chica que fantasea, delira. Algo así
—Te quieren hacer pasar por loca. –Dijo Dolores.
—Pero yo no estoy loca.
—Ni qué decirlo –sostuvo Sarmiza–, pero la carga va a estar invertida. Ellos nos van a obligar a demostrar que estás cuerda.
—¿Cómo es el fiscal que me citó?
—Un hijo de yuta. ¿Esperabas otra cosa?
—Ya no sé qué esperar.
—Va a argumentar que estás loca y que además sos un poquito degenerada. –Guadalupe la miró confundida.
—¿Degenerada?
—“Desviadita”. La palabra es “desviadita”. Vos sos “desviadita” y Ámbar es otra “desviadita”. Otra loca. Pero esa es de las peores loquitas, porque se rajó, porque las lesbianas siempre se rajan de todos lados, porque son locas, loquitas, rayadas. “Desviaditas”. Argumento simple, pero en la justicia federal, efectivo. Dijo que tiene fotos de Ámbar en su fuga hacia el norte.
—¿En serio? ¿Las tenés?
—Me las tiene que mandar junto con un artículo de un periódico.
—¿Sobre Ámbar?
—No, sobre la muerte de tu padre.
Dolores intervino.
—Quieren silenciarte, Guadalupe, quieren que no lo denunciés. ¿Era un tipo muy importante?
—No lo sé, yo era una nena, estaba aterrada, no podía apreciar qué era él realmente. Siempre encerrada, sola con mamá, el Ama de llaves, rodeada de soldados.
Guadalupe aspiró profundo el aire de la habitación. Parecía serena a pesar de todo.
—Sarmiza y yo creemos que quieren silenciarte, que no hablés de él, que todo esto es para que desistas de denunciarlo.
—Solo una lesbiana de mierda como yo puede acusar a un prócer de la patria de violarla cuando era una nena.
—Más o menos ese va a ser el argumento. –Sarmiza acompañó sus palabras con un movimiento de su mano.
— Y ahora que recibí estos manuscritos, no sé si también mató a mi madre.
Dolores y Sarmiza se miraron.
—¿Sabés algo de qué pasó con el tipo? –Preguntó Sarmiza.
—Después que me entregó a la familia sustituta nunca más supe de él, por suerte.
—¿Y de tu familia sustituta tenés noticias?
—Mamá murió hace un año. Papá un poco antes. El tío adivinador murió primero, poquito antes que papá. Ellos eran los únicos que sabían de las violaciones.
Estaban las monjas de donde estuve pupila, pero con ellas no volví a tener contacto desde que salí del pupilaje. De la familia quedan todos los primos, primas, tíos, tías, pero ellos nunca supieron nada. Mamá nunca les quiso decir y a mí no me daba el cuero.
—Bien. ¿Y esas fotocopias? –Sarmiza esperaba una explicación.
—¿Estas fotocopias? Aparecieron en un sobre que dejaron por debajo de la puerta del departamento del encargado.
—¿Vos qué creés? ¿Son truchas, son verdaderas?
—Verdaderas. No tengo dudas.
—¿Por qué crees que son verdadera?
—La Hoja N.º 2 relata mi nacimiento. La tres la compra del piano que hizo Amanda, mi relación con la música y de la música entre mamá y yo. La hoja cinco me indica que Amanda sabía de los abusos, “Asumo esas babas de diablo como propias”. Otras hojas tienen más referencias sobre mamá y sobre mí. Son muy precisas, solo pudieron ser escritas por alguien que estuvo dentro de la casona. Las recuerdo tal y como están escritas. No puedo estar tan equivocada.
La Orden del día N.º 5 es el único escrito que no fue hecho por Amanda. Parece un formulario oficial o de alguna dependencia militar. Nunca había visto otro igual. Pero lo que está escrito en él es terrible. Léelo Sarmiza, es horrible. Lo leo y empiezo a temblar. “Se autoriza castigo físico… para inducir a la susodicha a comportarse de manera sensata y armoniosa”. Yo lo recuerdo, no tengo opción de no recordar.
Lo recuerdo encima de mí, penetrándome, babeándome, diciéndome con su voz ronca y el olor a mierda del cigarro “amor, amor mío”. Yo, su hija, “amor mío”. Recuerdo su fuerza, sus manos entre mis piernas, apretándome el sexo, o el vientre, o los pechos, o el cuello, como si fuera a asfixiarme.
Ahora pienso en el cuerpo de mamá, apenas una nada, una pluma, una espuma, un poco de carne, un poco de piel. Huesos, recuerdo sus huesos, huesos resecos, frágiles. Y siempre con el zapatito en la mano tratando de hacer un boquete en la pared por dónde huir.
Él escribió: “Se autoriza castigo físico, para inducir a la susodicha a comportarse de manera sensata y armoniosa”. ¿Cómo mamá hubiera podido comportarse de una manera diferente, sabiendo que ese hombre, su esposo, el padre de sus hijos, el propio padre de su hija, abusaba de ella cada vez que se hacía presente en la casa? Allí encerrada, prisionera, sin poder salir sin poder escapar salvo por ese boquete que no podía terminar nunca, golpeando con el taco de su zapatito. ¿Cómo? ¿Alguien me lo quiere explicar? ¿Vos, Sarmiza? ¿Vos, Dolores?
Sarmiza no quería hablar y no podía hacerlo. ¿Qué podría decir? Dolores conocía la historia y lo que debió decir lo dijo cuando la escuchó por primera vez. No volvería a hablar de ese asunto jamás.
Guadalupe quedó pensativa. Su mirada era todo lo que tenía en ese momento.
—Mamá estaba muy enferma. El monstruo la acosaba. Vivía encerrada en su habitación golpeando con su zapato la pared para hacer ese hueco imposible. Horrible. Nunca pude saber cómo había muerto mamá. Cuando él me lo dijo solo usó dos palabras. “Mamá murió”, fue todo lo que me dijo. Nunca supe cómo, por qué, cuándo. Ese poema, el de la única página que tiene título…
—Enigma –dijo Sarmiza.
—No tengo dudas que se refiere a mamá. Pero todavía no tuve tiempo de comprender todas sus palabras.
Sarmiza leyó la Hoja N.º 12, “El enigma” y volvió la mirada a Guadalupe.
—Hasta donde pude leer esos manuscritos no pudieron haber sido escrito por otra persona más que por el ama de llaves que estaba en la casa desde que tuve memoria. La que me vio nacer. La que cuidaba a mamá. La que cosió el sobre de seda azul para que pudiera guardar mis secretos.
Con las compañeras de la Asociación fuimos hasta la dirección que está escrita en este papelito –Guadalupe se lo dio a leer a Sarmiza–. Una vecina nos dijo que en ese lugar funcionó un asilo hasta que se suicidó una internada arrojándose al paso del tren en la estación de Liniers. Cuando le preguntamos si sabía su nombre nos dijo que sí, que la anciana se llamaba “Amanda” y no recordaba si el apellido era Silva o Da Silva”. Amanda se llamaba Da Silva. Ese era el nombre de mi ama de llaves. Ahí comprendí la otra parte de la amenaza.
—Cuando dicen “saca boleto de tren para tu último viaje”.
—Exacto. “Sobrecito azul de seda azul”, el sobre que cosió Amanda para mí. “Saca boleto de tren para tu último viaje”, porque se refieren a cómo murió Amanda. Bajo las ruedas del tren, en Liniers.
—¿Y quién te dejó este sobre?
—No lo sé. Alguien que conoció a Amanda, seguramente. Pudo haber ocurrido que ella le haya encargado a alguien de su confianza que me lo hiciera llegar. Encontrar mi dirección no es difícil. No soy un misterio para nadie.

Pero el que dejó el sobre no lo echó sobre bajo mi puerta, sino del encargado. Es una especulación, desde ya, pero si lo hubieran dejado en casa, los tipos que entraron a mi departamento seguramente se lo hubieran llevado.
—¿Y si es una maniobra de los mismos tipos que te quieren callar?
—No lo creo. Sinceramente, creo que quienes me amenazan son un grupo. Llámenlo cómo quieran. Y quien me hizo llegar este sobre no tiene nada que ven con esos. Cuando pueda descifrar este poema íntegro, creo que voy a entender algo más de mi pasado y de todo esto que nos está pasando.
Sarmiza repasaba la Hoja N.º 12, la del poema “El enigma”.
—Acá anotaste algo, ¿qué escribiste?
—Piano.
—¿Piano? –Sarmiza miró a Guadalupe esperando su explicación.
—Mamá fue pianista, concertista. Yo aprendí con ella a tocarlo. Todo lo aprendí con ella. Luego Amanda me regaló un piano para que tocáramos juntas, a cuatro manos. Interpretábamos muchas composiciones. “Campanella”1 era la que más amábamos.
El verso del poema “entre marfiles repiqueteando / como cascabeles blancos, / como cascabeles negros, / corcheas, semicorcheas, / silencios expectantes, se refiere al piano, no tengo dudas. Las teclas de nuestros pianos eran de marfil, blancas y negras. Corcheas, semicorcheas y silencios, son símbolos musicales.
No pude leer bien todos los versos, ni siquiera esos que mencioné, porque estaba nerviosa. Otro verso hace referencia a los acordes, es el que dice “ave en vertiginosas torres / de sonido sobre sonido / en un enigma de cúpulas de cantos”, si no lo recuerdo mal. Sonidos sobre sonidos es un acorde. Como una torre de sonido. “En un enigma de cúpulas de cantos” no sé a qué se refiere. Mamá cantaba. Cuando yo estaba aterrada me cantaba Nessun Dorma, un aria de una ópera. Eso lo supe mucho después, pero el aria la recuerdo perfectamente, pude cantarla desde entonces.
La referencia a los acordes para mí es inequívoca. Solo alguien que la hubiera conocido realmente habría escrito esos versos. Cuando ella desvariaba, tocaba acordes imposibles. Era una especie de obsesión que aparecía repentinamente y que ella no podía ni sabía controlar. Ejecutaba acordes mayores, menores, escalas de acordes o arpegios increíbles, todo sin poder detenerse. Tocaba y tocaba hasta que se desmayaba extenuada. Insisto, eso únicamente lo pudo saber alguien que estuvo con ella, que la vio, que la asistió cuando caía contra el teclado o al piso, desde su taburete. Nunca otra persona. Es un recuerdo muy íntimo de mamá.
—El degenerado de tu padre pudo haber sido.
—No, cuando él estaba mamá no tocaba el piano. Gritaba, lloraba. Pero no tocaba el piano. Él no entendía nada de música. No amaba la música. No amaba nada. No amaba.
—¿Y la tal Amanda sí?
—Nunca demostró saber algo de música. Pero no es descabellado pensar que si fue destinada a servir en esa casona supiera música, o algo de música, o tuviera cierto grado de cultura. Ahora juzgo de otro modo las razones por las que me regaló el piano, que compró con su dinero. Jamás hubiera pensado que era capaz de escribir algo semejante, pero estoy casi segura que ella pudo escribirlo. Si no, tuvo que haberlo dictado a alguien que le dio esta forma de diario personal y de poema en el caso de la Hoja N.º 12.
—Vos estás casi segura que fue ella quien escribió estas hojas.
—Estoy casi segura, aunque, claro, no puede afirmarlo por completo. Querría haberla encontrado. Lo bien que me hubiera hecho. Otro desencuentro y van…
Guadalupe quedó mirando a un recuerdo. Cerró sus ojos profundos. La soledad de súbito se hizo potente. Movió su cabeza de un lado al otro. Frotó sus manos y mordió sus labios.
—Necesito tanto a Ámbar –dijo luego sin sucumbir a la tristeza–. ¡La extraño tanto! Ya no puedo ni llorar. Ella y yo somos mucho más que amantes. Somos aliadas, vamos juntas siempre bajo la misma estrella. ¿Qué voy a hacer sin ella? ¿Qué voy a hacer? En su nombre está todo lo que tengo.
Dolores y Sarmiza prefirieron el silencio. Cuando dos personas marchan juntas bajo la misma estrella, si falta una, no hay brillo nuevo que sirva de consuelo.

2

—Está bueno que preparés la entrevista con el fiscal, pero después querida, tenés que meterte en otra cosa, si no te vas a rechiflar en serio. Agarrá lo del Encuentro. Trelew nos espera y vos tenés que trabajar para viajar. Hay que inscribirnos, reservar escuela, buscar micro, todo. No quiero que sigas pensando solo en toda esta mierda. No hacer nada no te va a devolver a Ámbar ni te va a ayudar a entender todo lo que te está pasando.
Guadalupe asintió con un leve movimiento de su cabeza.
—Está bien.
—¿Está bien?
—Está bien, Dolores, está bien. Voy a hacer lo que me decís.
—Qué bueno. Resiliencia, ¿te acordás?
—Claro. Algo de eso tengo.
—Por eso sorora. Hacete cargo del Encuentro.
—Hay que preparar la denuncia pública –dijo Sarmiza–. No es que quiera distraerlas de sus preocupaciones por el Encuentro de Trelew.
—Alguna vez tenés que venir, sacate un poco el lastre de machirulo que tenés.
—Justo yo, machirulo que me la paso lidiando con cuanto boludo camina por Tribunales.
—Tenés que venir a Trelew, querida. Así la acompañas de Guadalupe.
—Mañana me anoto. Ahora lo que me preocupa es que la denuncia jurídica está complicada, todo nos juega en contra. Niegan todo. No balearon a nadie, no internaron a nadie, no secuestraron a nadie. No desapareció nadie. Nada por aquí, nada por allá. Nada de nada. Magia del sistema estatal de represión. Nunca saben nada, nunca ven nada, nunca hicieron nada. Ya la conocemos de memoria.
Sarmiza las señaló a todas con su cigarrillo que echaba rulos grises a medida que iba señalando a cada mujer.
—Apuesto dos asados, uno por cada cámara, a que cuando pida las grabaciones de las cámaras del hospital y de la comisaría, me van a responder que todas dejaron de funcionar al mismo tiempo. Apuesto lo que quieran. ¡No arruguen! ¡Apuesten, feministas!
—Nunca juego a perdedor –dijo Dolores.
—Lo mejor que podemos hacer es preparar una buena denuncia pública. Medios, muchos medios, gacetillas, conferencia de prensa. Todo. Hay que hacerles ¡un flor de quilombo! A propósito de quilombo. Dolores…
—Qué…
—La periodista amiga tuya, ¿te consiguió la otra foto?
—La iba a conseguir.
Guadalupe preguntó de qué foto se trataba.
—Del cadáver de una mujer que apareció flotando en el río por la costa norte. Sin cabeza, sin manos.
—¿Saben quién es? –Guadalupe quería saber si había algún dato de esa mujer.
—Todavía no –dijo Sarmiza–. Pero quiero que veas una foto porque tengo la sospecha que ese cadáver es de la chica que estuvo en el pozo con vos.
—No te puedo creer… –Guadalupe estaba realmente impresionada.
—Vos sabés que yo soy una bestia, que no tengo adorno cuando debo decir algo. Si te jode, puteame con confianza. Si vos me puteás no me ofendo. Yo me ofendo si el que me putea es otro abogado. Detesto que los abogados me puteen, aunque no tanto como cuando me putean las “boquitas pintadas de rubias de plástico”.
—Eso de “boquitas pintadas de rubias de plástico” está lindo para un cuento.
—Me falta escribir cuentos.
Dolores le señaló que el fiscal no había mandado ni las fotocopias del artículo del diario sobre el fulano muerto ni las supuestas fotos de Ámbar en su fuga en dirección al norte.
Sarmiza se puso de pie y se dirigió al teléfono.
—Tenés razón –aceptó Sarmiza–. Lo voy a llamar para reclamárselos. El que no llora no mama, dice el tango.

3

El mismo Iniustitiam atendió el llamado. Su vos sonó clara y hasta agradable por el auricular.
—¡Doctora Sarmiza! ¡Dichoso los oídos que la escuchan! ¿En qué puedo servirle?
—Usted, doctor, me debe algo. Me corrijo, tiene dos deudas conmigo.
—¿Yo, doctora? ¿Dos deudas, no una?
—Algo que me prometió durante nuestra primera entrevista.
—Recuérdemelo, porque no lo tengo presente.
—Un artículo sobre la muerte del padre de mi clienta, la que acaba de llamar a declarar. Y unas supuestas fotos sobre la pareja de mi clienta tomadas durante su maratónica fuga.
—¿No le enviaron las dos cosas? No se puede confiar en nadie. Ya mismo doctora se las hago. Le ruego me disculpe. –Melifluo lanzó su invitación–. Si alguna vez le sobra un momento, la invito un café para conversar de tantas cosas. Algunas de ellas podrían interesarle.
—Muy amable doctor, No faltará oportunidad. Espero su envío.
—Mi invitación es seria, espero que la tenga en cuenta. Que tenga muy buen día, doctora. Siempre es un honor tratar con usted. Con ánimo espero que siga siendo tan placentero. Nos vemos durante la citación de su clienta. Adiós.
Sarmiza terminó su llamada con una amplia sonrisa.
—En la reputísima vida voy a ir a tomar un café con vos, hijo de yuta.
—¡Eh! ¿Qué pasó? –Dolores preguntó entre risas.
—¡Qué sorete de tipo! Nada más asqueroso que un fiscal que te quiere coger para sacarte información. Debo tener cara de calentona, con seguridad.
—¿Tan pronto se dio cuenta? Debés de irradiar mucho calor, debe ser por eso que se avivó tan rápido. Decile que te lo pida por cédula judicial.
—Ya sabés lo que puede hacer con la cédula.
—¿Te tiró los galgos?
—“La invito un café para conversar de tantas cosas. Algunas de ellas podrían interesarle.” Con esa voz de chanta.
—¿Y si el tipo te está avisando algo? –Dolores preguntó solo por aportar un punto de vista diferente.
—¿Ta parece?
—No sé, yo no lo conozco. Pero un café no es un polvo, podés tomarlo tranquila.
—Lo voy a pensar.
—¿Y tu fotocopia? ¿Y tus fotos? ¿Te dijo algo?
—“Ahora mismo mando todo.”
—¿Está bueno el chabón?
—Parece un peceto. Tiene la misma gracia.
—Con lo que vale un peceto ahora.
Llamó a Guadalupe para que se acercara.
—Vení conmigo. Voy a ponerte al tanto de las porquerías que te va a hacer y decir este fiscalito. Tenés que prepararte. –Guadalupe la siguió.
—Vayan a la oficina de atrás –Dolores les dijo que ahí estarían cómodas y tranquilas para hablar.
—Cuando lleguen las fotocopias y las fotos, avísenme. Si no llegan en media hora lo llamo de nuevo y lo puteo.
—Dejá de putear, vos, que bastante enemigos tenemos. Para qué te vas a pelear con un peceto.
4

Una de las compañeras de la Asociación recibió los envíos de Iniustitiam. En un sobre blanco en el que estaba escrito en fina caligrafía el nombre de Dra. Sarmiza, el fiscal envió las fotos y el artículo prometidos.
Todas las mujeres se reunieron a ver, en primer lugar, las fotos. Guadalupe apenas la vio, no dudó un segundo.
—¡Esa no es Ámbar!
—¿No se parece ni un poco? –Sarmiza la advirtió que iba a ponerse en difícil porque no quería errores.
—No para mí. Yo la conozco de memoria. Ámbar tiene el cabello más largo, su cuerpo es más bonito, sus piernas más largas. Esta es otra mujer. Si no la conocés y te dicen que la foto de esta rubia es de una fulana que se llama Ámbar, puede ser que las confundas. Pero no yo. Esta no es Ámbar.
—Segura.
—Completamente.
Sarmiza dejó las fotos sobre el escritorio.
—¿Quién va a leer este artículo?
Guadalupe exigió leerlo ella. Necesitaba hacerlo para procesarlo en su cerebro y dejarlo grabado tal y como se veía impreso en el papel de diario.
La nota llevaba por título “Hombre se suicida a la orilla del Riachuelo.” Pertenecía a la sección de policiales de ese matutino. Había una foto de personal policial a orillas del Riachuelo y un poco más atrás, lo que parecía un cuerpo cubierto con una manta.
Con voz fuerte y de manera pausada, Guadalupe leyó toda esa crónica policial.
—Un hombre de entre cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años de edad, de identidad aún no establecida, apareció muerto de un disparo en la cabeza a la orilla del Riachuelo, a la altura del viejo puente, en la jurisdicción de esta ciudad autónoma.
Las autoridades judiciales presentes en el lugar tomaron declaración al único testigo, un ciudadano en situación de calle, quien pudo apreciar el lamentable suceso.
Refiere el testigo, de quien se preservan los datos de filiación por estar todavía establecido el secreto de sumario por el fiscal actuante, que el hombre llegó hasta la ribera del río, extrajo un arma y la apoyó sobre la sien derecha para terminar con su vida.
Al apreciar el testigo la situación, corrió hasta el lugar en donde se hallaba el sujeto en cuestión y trató de impedir su acción suicida. Sin embargo, el hombre tomó a golpes a quien concurrió en su ayuda, y lo derribó a culatazos, dejándolo semiinconsciente y lastimado, a escasos metros de donde, finalmente, se quitó la vida. El testigo debió ser hospitalizado y todavía se halla en observación por los médicos del nosocomio.
En la escena del crimen se encontró una pistola que se presume fue la que usó el suicida, y un casquillo de bala que se correspondería con el arma usada. El fiscal actuante ordenó las pericias correspondientes. Solicitó para ello el concurso del laboratorio de criminalística de una institución federal.
En fuentes judiciales se descarta que se trate de un homicidio, dado que todos los elementos recogidos en el lugar y la declaración del único testigo, sugieren un suicidio.
El cadáver se encuentra en la morgue judicial y mañana se realizará la correspondiente autopsia.
Fuentes vinculadas a la investigación, hicieron saber en forma reservada, que el cadáver aparecido a la vera del río podría pertenecer a un hombre que era intensamente buscado por las autoridades policiales, sindicado como el responsable del asesinato de un oficial de las fuerzas armadas, quien pereció víctima en confusas circunstancias semanas atrás.
Las mencionadas fuentes confiaron que el oficial asesinado, que se hallaba retirado del servicio activo, lideraba una comisión investigadora que trabajaba para esclarecer el asesinato de una religiosa extranjera, a la que se le sustrajo una joya preciosa de gran valor histórico y material. La responsabilidad de los delitos se atribuyó en su oportunidad a personal en actividad de las fuerzas armadas. La investigación que encabezaba el militar asesinado, se mantuvo bajo el más estricto secreto, para evitar que alguna información se filtrara y permitiera al o los imputados, eludir el accionar de la justicia. De ahí que no haya trascendidos los nombres de ninguno de sus protagonistas.
El crimen y el robo fueron objeto de una compleja, aunque silenciosa disputa diplomática, que las actuales autoridades esperaban saldar definitivamente.
Por resolución del anterior jefe de la fuerza, comprometido con la más firme defensa de los derechos humanos, la comisión recobró impulso a fin del año pasado, y ratificó en la conducción de la investigación al oficial que siempre la condujo, quien finalmente habría podido establecer el autor y el móvil del crimen, y se hallaba próximo a girar a la Justicia todos los antecedentes para la detención del autor de los ilícitos. Este habría sido el móvil del asesinato del alto oficial investigador.
La información conmovió al ambiente castrense y de seguridad, que estaba pendiente de cualquier novedad que se vinculara al esclarecimiento del asesinato del uniformado”.
Sarmiza esperó un comentario, una palabra de Guadalupe.
—¿Y? ¿Qué tal?
—¿Qué querés que te diga? –Guadalupe no creía una letra de lo que había leído.
—Todo mentira.
—¿Alguna duda? El tipo es un prócer de los derechos humanos. Qué tipos retorcidos.
—¿Alguien sabe algo de la monja asesinada, de ese rosario?
—Nunca había oído hablar de ninguno de esos hechos. –Dijo Dolores, que tenía una excelente memoria.
—Todo mentira, Sarmiza, esto es todo mentira.
—¿Habrá alguien que pudiera ayudarnos con esto?
Sí, había. Pero estaba todavía a prudente distancia de Guadalupe. Esperaría su oportunidad para presentarse. Los tiempos que iban llegando eran un porvenir que no sería desperdiciado. “Algo más de justicia y menos de dolor.”2


[1] Franz Liszt

[2] Juan L. Ortíz

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