Me pesa tu mirada

Buenos días tristeza, ese era el nombre de una película francesa y es la frase con la que Almudena se levantaba cada día. Siempre se recordaba triste y en lucha contra ese sentimiento. No se sentía querida por sus padres. Hasta un día llegó a pensar que podría ser adoptada. Esa tristeza hacía de ella una niña con carácter fuerte, que se revelaba ante todo y que explotaba cuando menos la gente lo esperaba. Su sentimiento de orfandad y de falta de cariño la hacía una niña seria e introspectiva ante los demás. La vestían de una forma que a ella no la gustaba y que dejaba a la vista de los demás su gran defecto, una quemadura en el brazo derecho que se hizo a los dos años. Ella intentaba siempre ocultarla para que la gente no la mirara, pero su madre se empeñaba en ponerla vestidos sin manga en verano y en cortarle el pelo corto, de manera que no había forma de esconderla.

Y así creció, con esa profunda tristeza grabada siempre en su mirada y con la rebeldía por montera. Sus padres no tenían la culpa de que cuando sólo tenía dos años se tirara por encima un cazo de agua caliente. Hicieron por ella todo cuanto pudieron y trataron de «darle normalidad al asunto» como se dice ahora. Pero esa normalidad, ese ir siempre por la vida enseñando una inmensa cicatriz en el brazo derecho, que a veces repugnaba un poco a la vista, a ella la dolía en lo más profundo de su corazón y nunca olvidaría cuando a los diez u once años en una reunión de amigos, éstos preguntaron a sus padres ¿esa es la quemada?. Son de esos recuerdos amargos que se quedan impregnando tu piel y martillando tu cabeza por el resto de tus días.

Ella nunca se quejó y jamás mostró su dolor por esa marca indeleble en su pequeño cuerpo. Pero eso, ese pequeño detalle, la hizo desarrollar un carácter fuerte y se enfadaba con todo y con todos. En las pocas fotos que hay de ella a esa edad, se la ve triste e incluso en varias escapando enfurecida de las fotos por el ángulo derecho o el ángulo izquierdo de la cartulina.

Cuando ya tuvo más edad ella elegía su ropa e intentaba siempre ir con manga larga. Además se dejó crecer el pelo y cuando iba a la playa lo usaba también para esconder su cicatriz, pero la verdadera herida la llevaba en el corazón y esa también la escondió ante el mundo entero y forjó para protegerse un carácter fuerte y una mirada triste.

Ahora con el tiempo, Almudena comprende que tenía la obligación de buscar las fotos de esa niña y consolarla, abrazarla e intentar comprenderla. Y además se ve en la obligación de hablarla e intentar convencerla de que ha sufrido en balde, porque hoy en día hay tantos niños y adultos con grandes discapacidades que no ocultan a nadie y sin embargo son tan felices y sonríen, sonríen a la vida.

Y Almudena, a sus sesenta años sonríe con lágrimas en los ojos.

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