La otra noche,
hace muchas noches,
a los tiempos,
se dejo ver uno de ellos,
no sé si en sueños…
Iba descalzo,
midiendo con sus pasos firmes
la distancia que separa los surcos de los bloques de cemento
en las veredas de la gran ciudad,
la misma que quiso enajenarlo
y que solo logró volverlo más lúcido.
Durante años anduvo así,
los pies se le habían ensanchado
de tanto no usar zapatos en el asfalto quemante
y le había crecido su propia suela
más impenetrable que botas de soldado.
Todo en el era gris…
grises sus ojos idos,
grises sus greñas enredadas,
sus andrajos de otrora casimir
que dejaban ver nalgas escuálidas también grises,
sus enfermedades oscurecidas
y sus menajes arrastrados por una cola de cometa
en su trineo de cartón…
eran grises también.
Las lenguas chismosas
dicen que fue estudiante de filosofía.
Eso no importa,
podía haber sido profesor,
obrero o empleado público,
lo único cierto es que era un jubilado temprano…
¡pero no del oficio de francotirador!
A su tiempo,
fue otro símbolo de dignidad.
De filósofo le quedaron entre otras virtudes,
los fondos de botella de sus lentes
y el hábito de leer y releer
y adentrarse en la profundidad de su ser
y de otros seres
con su lupa enfocada al enemigo
y a cualquier papel escrito que caiga en sus manos,
el tesoro más preciado de su casa de caracol.
Pero qué puntería tuvo este tuerto francotirador,
solitario, pudo más que muchos
y les anduvo atinando a todos sus objetivos,
aunque estos se hicieran los pendejos.
Sus frases eran demoledoras…
en decenas de paredes,
con un pedazo de carbón
y unas cuantas letras cuadradas,
seguramente,
rezago de alguna desviación ideológica de antaño, decía:
Señor alcalde no le pido caridad ni compasión: solo le pido me rente un cuarto cómodo y con vista a un parque o una gran avenida tengo cuatro reales que es todo mi capital ofrezco pagarle puntual cada mes»
Hoy, como fantasma… desde el silencio,
ha vuelto a renacer ese profeta solitario,
se ha reunido con cientos de otros
francotiradores anónimos de antaño,
juntos han logrado lo que no han podido
las dirigencias de movimientos con nombres aquilatados,
ni las viejas ni las nuevas izquierdas,
retomar con fuerza la dignidad en las luchas de los pueblos,
aun a costa de sus vidas,
en ellos han renacido
los justos y los inocentes de este mundo.
Con sus fusiles oxidados pero bien engrasados
ya han atinado certeros tiros
en las cabezas de los entontecidos por el poder,
porque estos viejos y estas viejas luchan…
no por su sobrevivencia,
que va,
al fin y al cabo, no es lo que más importa.
Ya entregaron en tributo
a la paz del futuro
muchas de sus almas,
y siguen haciéndolo,
privándose del descanso merecido,
del alimento y las medicinas,
por los que vendrán…
Arrurrú viejos y viejas lindos,
berracos, berracas, heroicos,
¡ejemplos de dignidad!
OPINIONES Y COMENTARIOS