En algún momento, llegué a sentirme devastada, insuficiente, asolada y vacía. No encontraba motivo o explicación alguna del por qué la existencia de esas emociones. Sólo eran esos sentimientos imperando en mí y, yo.

Con el pasar del tiempo, me fui dando cuenta que llegué a sentirme de esa manera, por no poder cumplir, por más que lo intentaba, con las expectativas que los demás, por distintos motivos, emplazaban en mí; por llegar a compararme con otras personas física e intelectualmente; por seguir modelos y prototipos; por un constante “¿Por qué ella y yo no?” “¿Por qué a ella sí y a mí no?”; por cuantificar, idolatrar y reverenciar las virtudes y los éxitos de los demás y, por el contrario, excluir, ennegrecer y aislar los míos, casi como si fuesen inexistentes.

Llegué a creer que no era lo suficientemente buena en nada, lo suficientemente alegre, honesta, amable, linda y demás adjetivos positivos que se me ocurren en este momento. Presumo que sobrepasó ese nivel en el que lo comencé a proyectar y por ende, me comenzaron a catalogar con esa típica y cliché frase de ahora: “persona tóxica”.

Llegué a discutir fuertemente conmigo, a decirme cosas pavorosas, hirientes y vejatorias, a reprocharme constantemente. Pero nunca a felicitarme, a mostrarme de acuerdo y alegre con mis logros. Llegué a dejar de hacer cosas que me deleitaban y entusiasmaban o que simplemente quería hacer en el instante, para que los demás se sintieran cómodos; para complacer y consentir, pero siempre a los demás y nunca a mí.

Dejé de escucharme para abrazar las tormentas ajenas y terminé olvidando mi calma; me terminé olvidando, me terminé dejando de lado y perdiendo. Me perdono por eso.

Me costó entender que por más que lo intente y ansíe, nunca seré suficiente con relación a las expectativas que los demás colocan en mí y es que ¿Quién dijo que de eso se trataba la vida? ¡Vaya error! Básica y sencillamente, se trata de consumar mis propias perspectivas, esperanzas e intereses. De sentirme satisfecha, íntegra y completa con lo que soy y siento, aunque medio mundo esté en desacuerdo. Se trata de complacerme constantemente, de dejar de someterme a cánones sociales impuestos y comenzar a ser genuinamente libre y feliz como soy, con lo que siento, con lo que me gusta y con lo que quiero ser.

Y es que… se vale equivocarme, no saber cómo actuar en algunas circunstancias, se vale tomar decisiones equivocadas, se vale alejarme de algunas cosas para atender otras; se vale alejarme de personas que me subestiman y minimizan; se vale trabajar en mí, invertir en mí, en sanar, soltar y ser mi propio motivo de felicidad, seguridad y bienestar.

Se vale sobre todo, entender que estoy hecha de caídas que me impulsan a volar, que soy la suma de un montón de errores que luego se convierten en experiencias.

Y es justo ahí cuando me doy cuenta que no soy un manual donde aparecen las respuestas o las indicaciones adecuadas de cómo poder vivir, ya que la vida no se basa en eso, solo radica en vivirla, como mejor me parezca y como mejor me sienta. Sin ataduras, sin controles, sin estereotipos.

En algún momento me sentí desolada, pero hoy no. Hoy es uno de esos días donde me abrazo diciéndome “lo estás haciendo bien”.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS