Se acabaron los cigarrillos. Estamos sentados frente a la barra del bar, detrás de nosotros hay una escalera que conduce a la salida. Es lunes y hace frio.

–Quiero fumar –dijo Espinoza, mirando directamente la cajetilla vacía de los cigarrillos.

Yo imaginaba a una vieja gorda con grandes tetas paseándose por la sala de su casa, mientras su hijo tecleaba en el ordenador empezando un mal relato.

–Mesera, un paquete de Marlboro, por favor –dijo Espinoza.

La mesera abrió las gavetas y sacó los cigarrillos, luego, con despreocupación, los lanzó hacia las manos de Espinoza. “Gracias, perra hija de puta”, murmuró Espinoza.

Yo seguía imaginando a la vieja gorda con su hijo:

–sentí este pedo, qué rico –decía la vieja.

–No jodas, mamá, anda pélate el culo al solar –decía el hijo.

Espinoza sacó un cigarrillo y se lo dio a Beatriz, luego se colocó uno en sus labios y empezó a fumar.

–¿Vas a fumar? –me preguntó.

–Simón –le dije

Estábamos fumando. Se veía que Espinoza quería coger con Beatriz. La miraba directamente a los ojos y le preguntaba por el nuevo libro de un tal periodista de apellido Medina que ni ella ni él habían comprado, pero que aun así dijeron que lo tenían en su biblioteca.

–Muy bueno para venir de un machista –dijo Beatriz.

–Muchos de los grandes escritores fueron machistas –dijo Espinoza

Pensé que sería bueno que el hijo de la vieja fuera homosexual y que el cuento que escribía podría ser sobre tres personas que se sientan en un bar a hablar y fumar.

–Menciona uno –dijo Beatriz.

–Yo –dijo Espinoza.

Beatriz soltó su escandalosa carcajada y el humo la hizo toser. Le pedí un vaso con agua a la mesera para Beatriz.

–Aquí tiene –dijo la mesera.

–Gracias –contesté.

La mesera regresó a la barra murmurando “qué joden estos hijueputas”. Me sacó una sonrisa.

–Mira, Beatriz, todos los grandes escritores han sido hombres. ¿Qué mierda han escrito ustedes las mujeres? –dijo Espinoza

–¿Ahora empezaras a ser un pedazo de mierda? –preguntó Beatriz.

Me pregunté si sería buena idea que el joven fuera por un vaso con agua y luego a cagar, para después sentarse a escribir. Y, claro, la vieja gorda siguiera tirándose pedos delante de su hijo. “Eres una mierda de escritor”, me dije.

–Una mujer no puede escribir una mierda sin mostrárselo a su madre, amigos, esposo. Por favor, nosotros los hombres morimos por el arte, en cambio, ustedes dicen ser artistas para ser cogidas por nosotros.

–Me voy –dijo Beatriz.

–No, por favor –dijo Espinoza.

–¿Te vas a disculpar? –Preguntó Beatriz.

–No. pensé que podíamos coger –respondió Espinoza.

–Por favor, cállense. Tengo un cuento vagado por mi cabeza –dije

Beatriz se sentó. Espinoza me veía interesado. Beatriz pidió tres cervezas. La mesera caminó hacia nosotros viendo a Espinoza, llegó a la mesa, colocó las jarras y escupió cerca del pie izquierdo de Espinoza. “Tu madre, perra mal parida. No te voy a dejar ni un peso”, murmuró Espinoza.

–¿Argumento? –preguntó Beatriz

–Un joven que escribe, mientras su madre se tira pedos, un mal relato de tres personas que hablan en un bar y una de esas personas imagina que un chavalo de su misma edad escribe exactamente la misma historia.

–Te pica el vicho y no te han dicho –dijo Espinoza.

Nos reímos. La mesera se rio.

–Deberías dedicarte a escribir chistes, Espinoza –dijo Beatriz

–Ya lo hago, Beatriz. Acá está uno bueno: ¿Sabes qué es la mujer? El motor de la escoba –dijo Espinoza.

Los dos hombres de la mesa de al lado se rieron. La mesera se agachó detrás de la barra. Beatriz se removió en su asiento. Yo pensaba en qué final le daría aquel muchacho a una historia como aquella que él escribía.

–Espinoza, detente –le dije

–Espera, Espera. Hay más. ¿Por qué las mujeres se casan de blanco? Porque así hacen juego con la cocina, la lavadora y refrigerador –dijo Espinoza riéndose mientras soltaba bocanadas de humo –. Uno más: ¿Qué hace una mujer fuera de la cocina? Turismo.

–¡Sos un hijueputa, Maldito! –gritó Beatriz. Se levantó y tiró lo que quedaba de su cerveza a Espinoza.

–Sos mierda –le dije a Espinoza.

–Y vos un maricón –me contestó.

–Voy al baño –dije

Entré pensando todavía en la vieja pedorra y su hijo. Me alegró el estar circuncidado. “me ahorro mucho tiempo al orinar, no tengo que pelármela”, me dije.

Al salir escuché la detonación de una Escopeta. Me tiré detrás de la barra, los tipos de la mesa continua huyeron. Espere diez segundos para asomarme: la mesera sostenía una escopeta recortada calibre 12 mm. Tirado en el piso estaba Espinoza sin su cabeza.

La mesera me miró.

–Igual no la necesitaba –me dijo –. Ahora ándate a la verga, Chavalito.

No miré el cadáver. bajé las escaleras sosteniéndome del barandal. No creía lo que me estaba pasando, sentía, de verdad, que así debería terminar todo: Espinoza sin su cabeza, la mesera limpiando la masa encefálica en el piso del bar, Beatriz en alguna gasolinera y yo yendo a mi casa pensando en el chico y en su madre pedorra.

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