¡Solitaria! en este mundo sanguinario,

única quien posee un desmembrado corazón,

así he quedado postrada por los años,

apagado mi fuego, silenciada mi voz,

yazco aquí, evocando con mi alma el antaño,

y caídas quedan las cenizas de nuestro amor,

erizada mi piel y humedecidos mis párpados,

cuando recuerdo la felicidad que hicimos los dos.


Pues tú, por causa de la venganza,

fuiste a la urbe donde viví martirio,

y una vez allí, anduviste por malandanza,

y en ejemplar combate, ¡cruento delirio!

con Mines luchaste, en sanguinaria matanza,

arrastrándolo por las gramíneas, pegeas y lirios,

y portaste su cadáver hasta mi lecho perturbado,

donde vi arruinarse la felicidad que hicimos ambos.


Quedé aquí sola, como en pena, sola,

arrastrada por mi peso hacia las corrientes,

donde me llevaron y trajeron las olas,

é insertados fueron del destino los dientes,

a la merced inclemente é implacable suya,

donde las creaturas se mueren entre las nieves,

donde los inviernos de mi corazón son perennes

y el canto de mi garganta es ahogado para siempre.


Y luego por tal causa, fuiste muerto,

por las sagitales armas del paisano

de quien tú mataste, primo mío, ¡Héctor!

él, su hermano ¡Paris! el pastor troyano,

y tu alma desgajándose en tercios,

corrió por el mundo que hoy lloro tanto,

quedaste en la inconstante memoria de los hombres,

quedaste en el cielo, y por desgracia, en mi nombre.


Así te escribe Briseida, tú última mujer amada,

el día en el cual termina su vejez callada,

é inicia la transición a las obscuras aguas

del río Estigia, donde posadas quedan mis palabras,

ungidas en lágrimas de dolor é inequidad malarcana,

esperando a que desciendas del abismo de espadas,

y las recojas reflexivo con las manos dulces y tiernas

con las cuales acariciaste desde mi rostro hasta mis piernas.

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