-Memorias Corrompidas

-Memorias Corrompidas

Lucho Mantova

08/10/2018

Esta historia no es mía. Le pertenece a Felicitas, y le pertenece a alguien más. Dentro del tren, antes de partir y al mismo momento en el que el inspector controlaba que todos los pasajeros hayan pagado como bien corresponde en sociedad, una mujer le ofrece el boleto para que se lo marque. Al costado de ella, su cartera, y se ve su rostro reflejado en un oscuro espejo en donde sólo se podía ver el hermoso gesto de una sincera humanidad. Sin mucho maquillaje y sin poesías burdas, la cara de Felicitas era la princesa del tren, aunque no se notara. Las puertas se cerraron. Las alas de hierro se cerraron para que el blindado transporte trotara lejos del último paraje. Felicitas se revisaba el lápiz labial untado sobre ella. Sus gafas oscuras no escondían los ojos de su clase social, sino que atesoraban los días de su pasado. El pesado peso del matrimonio es ancha ancla para una simple balsa. Amar no sale como Felicitas esperaba. Su sorbete cambiaba de blanco a marrón con sólo hacer no sé que cosa con sus labios color miel. Se limpió una lágrima antes de que se arruinara las pinturas de su cara. Escondía con una pizca de maquillaje la oscura vida de su Felicitas querida. Aun así, el tren había partido con todos sus problemas arriba. Ella pensaba en el dia en el que vendrá. Mas allá del grueso de las nubes que profetizaban una fuerte tormenta, y las radios de Londres que gritaban en coros las noticia terrible del descarrilamiento de un tren de pasajeros con rumbo a Manchester, que dejó un legado de 12 vidas que ahora son muertes. A Felicitas le habían enseñado ciertas cosas. No le cedas a cualquiera tus mejores sedas. Hay cosas que la guerra puede hacer de lejos. Felicitas iba a visitar a su hija, pero la catástrofe le arruinó todas las visitas de su vida. Sobrevivió, pero falleció luego de una larga enfermedad. Felicitas a pesar de que acompañe la luna, siempre se esconderá en una orquídea que la homenajea cada vez que su hija memoriza el trauma de su madre. Su hija, acariciaba el dulce cuero de su auto nuevo un tiempo antes de ir a su funeral. Igual casi ni se notan en sus ojos tristeza de nubosidad parcial. Hay tango en el fondo del salón. Lo que no sonaba bien en ése cortejo fúnebre seria el traje azul que se aproximaba hacia la hija de 29 años. Su cara políticamente incorrecta sonrió al momento de darle unos papeles con letras por todos lados. Ciertas maldades son dulces como un café con leche. Es difícil descifrar si Felicitas había ofrecido su corazón en vano. En la muerte todos estaremos cerca y lejos. -«Memorias corrompidas»

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