Siete veces domingo.

Siete veces domingo.

Lucho Mantova

08/10/2018

Tanto me había salido del control de mi visión del universo cuando pisé una estrella. Febrero recién despertó de su letargo gregoriano que le había tocado vivir. Mi barrio no se enteró. Dios tampoco. Todo cambió en menos de dos semanas. Hoy era domingo, y pisé una estrella.
Encontré barro en mis rodillas, parecía haber conquistado el sur de mi cuerpo, pero a mi no me molestó. Aún con el lodo en mi pilcha de vestir, mi deidad me dejaría sentir la dura madera de algarrobo que salía a caminar y esperar en el arroyo. No sabia cuántos años tenía. Se me ocurrió preguntarle. Vi que las ramas se movían, pero no entendí lo que querían decir. Capaz que me estaban regañando. Creo que al volver vi mas de un pecado. Tardé un rato en darme cuenta que ése no era el problema, sino algo más de raíz.
Ame todo elemento de esta tierra, creo haberlo amado bien, creí haberlos amado a todos, y aún así faltaba más. Siempre falta más. Peregriné cinco lustros enteros hasta poder llegar. Lamento tener que lamentarme esto. Estaba soldado. Demasiado. Mucho calor sentí en mis arterias. Así estuvo el clima por siete días, pero hoy era domingo, y arruiné mi reunión.
Calcé entre mi dedo meñique y mi dedo anular una vela dorada como un palacio. Se prendió sola. Te juro que yo no la prendí. Estaba muy cerca de mi destino. Una puerta de madera separaba al mundo real del mundo más real. Mi vela sudaba de los nervios, o a lo mejor lloraba de la emoción. Miré los rayos UV para comprobar que en verdad fuera domingo. Creo que vi bien. Alargué el brazo libre hasta el cobre del picaporte. No llegué a tocarlo, no pude. Dios no me dejó. Dios sabía que había pisado una estrella. No me dejó sentirlo nunca más. Lo menos que pude hacer fue meterme entre las manos un rosario de cadáveres. Olvidé donde puse mi vela dorada…

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