La vida secreta de Anne Gunness

El público estaba inquieto, la expectación perduraba a pesar de que se sabía que la talentosa Anne Gunness aparecería en escena. La gente quería confirmar que la afamada actriz era inocente y que realmente la habían dejado en libertad. Habían corrido mares de tinta sobre el juicio y los amantes del teatro habían padecido, junto con la fascinante artista, su acusación de asesinato por parte del terrible fiscal. Anne soportó bajezas y agresiones por parte del juez. Habían salido a la luz los más conmovedores pasajes de la vida secreta de Anne. Se supo que la habían dejado en un orfanato cuando era pequeña, que había pedido limosna en las calles y que su falsa biografía era una máscara que usaba para no causar lástima y encontrarse a la altura de las otras estrellas que sí pertenecían a la alta sociedad.

En el proceso la obligaron a exhumar una vida ya enterrada. Reconoció que un día, amenazada por los chicos más crueles del hospicio, había arrojado gatos al río para que se ahogaran, también aceptó su complicidad en el homicidio de la directora del orfelinato. Con gran dificultad reconstruyó ese episodio que ya había logrado borrar de su memoria. Nadie valoró sus esfuerzos, el trabajo de muchos años y los sufrimientos y abusos de varios dramaturgos y directores de teatro. Tampoco se le reconoció su gran carrera y las mil interpretaciones de Blanche en “Un tranvía llamado deseo”. Pidieron como mínimo veinte años por la muerte del actor Stanley Warhol, pero nadie podía demostrar que Anne lo había envenenado en su camerino. El día fatídico, la mejor Blanche de todos los tiempos, había estado rodeada de los actores y empleados del teatro. Nadie la vio entrar en el templo sagrado del vanidoso Stanley a donde, por cierto, era casi imposible entrar sin un motivo de suma importancia. Era verdad, Anne no se llevaba muy bien con él, pero de eso a tomar la determinación de matarlo, había una distancia enorme.

Todo mundo era feliz hasta que salió la foto de la actriz en los periódicos. Luego vinieron los reportajes y los extensos suplementos en los que se describía el lado oculto de la Diva. Se le tildó de asesina, de arpía, de psicópata, pero su magnífico abogado, a base de trabajo y sensatez, la liberó. Fue lo mejor que le pudo suceder al mundo del espectáculo porque los teatros recibieron un nuevo impulso y aumentó la cantidad de aficionados, además se montaron obras nuevas y versiones modernas de los trabajos clásicos de Chejov y Tennessy Williams. La única obra que conservó su estilo clásico fue la que contaba con Anne en su reparto. Decidieron llamar a Brandon Wayne para el papel de Stanley Kowalski y a Emilia Kazantskaya para el papel de Stella, ya que Mary Lee, quien interpretaba ese papel y era amante de Stanley Wahrol, se negó a participar en la obra.

De la noche a la mañana se olvidaron las injurias. Anne ya no era esa maléfica dama que entró al camerino de Stanley para envenenarlo oculta bajo un albornoz sacado del vestuario; ni la niña mala de orfanato arrojando cachorritos al agua; ni esa adolescente incorregible que había perpetrado el homicidio de la directora de su asilo; ni la mujer que había degollado a tres hombres cuando trabajó de prostituta; era simplemente Anne Gunness, la esplendorosa. No, nada había sucedido nunca, eran patrañas, recursos desesperados de sus enemigos para hundirla, pero estaba ahí detrás del telón y la gente quería verla de nuevo, deseaban que llorara de verdad, con sus sufrimientos reales de persona y los falsos de Blanche.

Se dio la tercera llamada, se apagaron las luces y la gente ocupó sus butacas. Algunos sacaron sus binóculos para ver a su querida Anne de cerca, se les ordenó a los muchachos que no hicieran ruido ni comentarios. Se oía la agitada respiración de las señoras apretujadas en sus vestidos de satén y los hombres, de pie, se estiraron las solapas del frac y los puños de las camisas. Algunos se acomodaron la pajarita y, como si fueran a ejecutar un movimiento solemne, se dispusieron a aplaudir. El telón comenzó a descorrerse despacio y apareció la escena con una mesa y cuatro sillas, un gran baúl, las famosas escaleras y la habitación de Blanche. La gente empezó a ovacionar en espera de su amada Anne, pero esta no salió, se anunció que a última hora se la había llevado la policía. Se desvanecieron los aplausos.

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