Lo veía partir desde la ventana del dormitorio que tenía vista hacia una angosta y larga calle. Se iba perdiendo lentamente, hasta desdibujarse por completo en la lejanía, mientras se apoyaba en su viejo bastón de madera, con su traje de rayas finas tan bien planchado, sus zapatos de piel relucientes, y su sombrero de fieltro oscuro.

Otra vez la misma punzada de culpa cuando no iba con él, el arrepentimiento tardío que la hacía desear salir corriendo a darle el encuentro, y decirle que sí, que lo acompañaba, que lo sentía; pero en realidad eso no pasaba.

Era su tío Tato, vivía en una casa en donde por diferentes circunstancias, se encontraban también viviendo dos de sus hermanas menores, Adela y Alicia con sus respectivos hijos. 

Adela, o Adelita como le gustaba que la llamen, tenía a Ana y César y Alicia a Martha. 

En esa casa no faltaba nada ni nadie, era una familia para ella completa; no la convencional, pero familia al fin y al cabo. Así pues, su tío hacía de tío-padre-abuelo dependiendo del momento, su tía un poco de madre estricta, ejemplo de saber estar y la que imponía las normas más duras y el orden, aunque tenía un corazón más bueno que el pan. Su prima ejercía de prima-hermana-idolo, y su hermano pues eso, y a veces hasta buen amigo, si no se le cruzaba alguna mala idea o broma pesada que siempre recaía sobre ella, la menor de la casa…y por supuesto su madre…experta en camuflar los problemas y las penas, hacerla reír hasta que le doliera la panza, compartir juegos por más absurdos que parecieran, y curar heridas, las de fuera y las de dentro…las suyas y las de quien lo necesitara.

Nunca dejó de escucharse música sonando en la vieja radiola del amplio salón, sobre todo los sábados por la mañana, cuando no había clases y los más jóvenes se encontraban en casa. Tampoco faltaban los olores que salían de la cocina prometiendo una comida especial y de mantel largo. La luz natural iluminaba todos los ambientes y favorecía a que se creara esa atmósfera tan positiva, que era imposible estar de mal humor.

Bueno…casi imposible.

El tío era un poco cascarrabias es cierto, pero el sábado daba un respiro cuando se iba bien arreglado a hacer una visita impostergable dentro de su agenda, y entonces le pedía que lo acompañara. A veces aceptaba ir con él de buena gana, otras a regañadientes si eso significaba perderse de la compañia y juegos de su hermano. y algunas como aquellas (pocas), directamente le decía que no quería ir.

Y entonces subía a su dormitorio a verlo perderse a lo lejos, deseando correr a darle el encuentro arrepentida, pero ya era tarde, y se conformaba con esperar su regreso para darle un beso cariñoso, y recibir su mirada de aprobación sin una pizca de reproche que la tranquilizaba, y todo volvía a la normalidad.

Quien retrocediera en el tiempo a algunos momentos del pasado sin tener que conformarse con recurrir a los recuerdos, para envasar aquellos olores, colores, risas y sensaciones tan entrañables…quien pudiera.

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