Capítulo 1.

Destino: Tunel entre sueños.

Desperté de aquel extraño sueño, estaba en una habitación oscura y fría, las cobijas de siempre y el viento que soplaba con su aire pútrido desde atrás me recordaba que estaba en casa, levanté mi torso para quedar sentado, limpié mis ojos y cuando los abrí vi a lo lejos una bandera color gris que ondeaba en la punta de una asta negra de metal. En aquél entonces tenía yo 6 años y 274 días de haber nacido, mi padre tomaba mis pequeñas manos, y miraba directamente tras la bandera, señalando la octava ventana a la derecha y con los ojos perdidos incluso más atrás de ello, en dónde no había nada, algún día ese lugar sería nuestro. Mientras tanto mi madre tomaba en sus manos a una bebé que reía tranquila.

La risa de aquel bebé desapareció y me vi de nuevo en la habitación, las aspas de un helicóptero me quitaban la calma, besé a la muerte como se besa en forma de humo y dejé un poco de brea en mis pulmones para recordar su beso. Usé el cenicero habitual de bronce que había llegado a mí desde mi abuelo paterno. Mientras tarareaba nuestra canción abrí el estante junto al camastro y tomé una botella amarilla con una tapa roja que parecía veneno pero decía “Wisky” escrito en bastardilla y marcador negro, parecía tu letra, tomé un sorbo, su sabor peculiar a licor adulterado pero de buena calidad me hizo recordar como siempre a Traitre y sus besos, recostada sobre mi hombro con los ojos perdidos en las estrellas y los pies sumergidos en la oscuridad del risco, yo me había perdido en aquella bruma para traerle un peluche que, relleno con arroz le recordaría siempre a Verdad, ella me miraba con los ojos de una diosa confundida y en parte ofendida por actos de un mortal, pero, su sonrisa delataba que estaba alagada por el regalo inhabitual, ella sabía que la quería, a pesar de que no podíamos entendernos.

Espabilé de aquel sueño, a mi alrededor un armario de madera oscura con espejo en la puerta de en frente, me levanté de la cama y fui a buscar vestido, al finalizar cerré la pesada puerta y el espejo en su frente me delató moreno, de camisa blanca y tirantes, con una boina de cuero y lentes redondos de hilo plateado, miré al suelo y comenzaron a brotar hongos rojizos con motas blancas, setas que parecían manar encantos en cantos y visiones, levanto la mirada y miro de nuevo mis ojos, negros en toda su superficie, tras aquel reflejo la habitación era de repente un túnel.

La forma de un cono iluminado que finalizaba en una puerta de madera unas 10 veces más grande que el comienzo del pasillo, con siete lamparas de neón puestas a nivel las cuales manaban una luz azulada, miré recto, por debajo de aquella barrera de madera manaba un brillo que dejaría ciego a quien lo mirara de frente, las paredes grises y el suelo de madera estaban tibios como por un astro cercano, el camastro de madera se iba quedando atrás y el sonido de unos zapatos de tacón como marcando un reloj de péndulo delataba mis pasos por aquél amplio corredor, empujé con ambas manos en el centro de la puerta; A mis ojos les tomó 7 segundos en poder siquiera dilucidar algo y al sentir el suelo que pisaba, escuché el paso apretado como de un reloj de bolsillo a la derecha de mi pantalón pero que sonaba directo en mi oído derecho, marcaba un tiempo sin sentido, metí mi mano entre las prendas y al buscar encontré un cacharro de bronce, me quedé a observarlo.

Estando de pie y un paso adelante de la puerta, mirando el aparato que sostenía en mi mano, encontré lo que parecía un reloj de bolsillo con cadena, al abrir su tapa mis ojos se sumergen en un barómetro forjado con un aplaca de fondo negra y número romanos puestos unos más abajo que otros formando dos hileras desordenadas, tenía dos manecillas triangulares de color rojo que giraban por separado y dando saltos de un número a otro con velocidad; pude percatarme de que las dos flechas rojas en la maquinita señalaban cambios de presión provenientes de todas las direcciones, como pequeñas manos incorpóreas que empujaban o halaban mis carnes… A la derecha de aquel fondo negro, también un reloj convencional pero que marcaba el paso en sentido contrario, ¿Qué marcaba aquella máquina?.

Caminé de frente y las manecillas se quedaron fijas apuntando una estrella del norte en un cielo de repente nocturno, espabilé de la máquina, el suelo debajo había dejado de brillar, pero las estrellas y la luna como discos de luz daban la impresión de lámparas sobre la ciudad, hoy la luna era roja.
La puerta tras de mí era ahora una cabina de teléfono de color azul que pertenecía a una acera concurrida y se alejaba de mi espalda a cada paso, caminé unas cuadras sintiendo el cuerpo sumamente ligero, entre las callejuelas y los edificios, entre en una muchedumbre que parecía ir a algún sitio concreto, ver sus pálidas caras me dejó pasmado, parecían humanos a simple vista, pero en dónde un ser normal tendría sus ojos, estos, poseían una extensión de piel estirada y venosa, casi transparente y como si sus cuencas estuvieran por dentro vacías, aún así todos ellos giraban su cabeza hacia mí al momento de intentar profundizar en sus facciones, cosa que me hacía apartar la mirada, sus cabezas calvas rozaban con el viento nocturno y helado, ahora miles de pasos a des tiempo marcaban una extraña marcha, casi permití dejarme caer en el sueño de aquél blanco ruido como de hormigas.

El sonido de un tren subterráneo llamó mi atención y me llevó hasta la entrada de un sistema de túneles, caminé hasta ella y noté que desde abajo manaba un calor acogedor, me apoyé en la baranda color negro y comencé a bajar, en la esquina superior izquierda las lamparas comenzaban a verse cada vez más teñidas por el tiempo, polvorientas, algunas titilantes, algunas incluso rotas o caídas, 70 escalones en baldosa blanca y paredes silenciosas, caminé por un ala larga, todo de ese mismo material, todo retumbando brevemente con el sonido de los tacillos clásicos de cuero en mis pies.

Todas las ventanillas de tiquetes estaban cerradas, escrito con grafiti sobre las paredes había letras en rojo que decían algo irreconocible para mí, al frente, barrotes de buen grosor y una puerta giratoria también asegurada que sería inaccesible sin el correcto pasaporte, a su derecha lo que parecía la entrada a un corredor; fui allí a buscar accesos alternativos, giré por el fondo a la derecha y abrí una puerta de servicio verde (con chapa de puerta de acceso de emergencia) que tomaba una dirección distinta a la de los túneles, al entrar encontré un cuarto de dos metros cuadrados que contenía elementos de limpieza, una trapera sucia, una escoba de trapo larga desgastada y un sacudidor de polvo de varios colores apoyado de cabeza contra el suelo; perdí el interés y di media vuelta, desde las paredes escuché alaridos y arañazos, golpes que se hacían cada vez más fuertes, un olor a podrido inundó la sala y en flashes comencé a ver el infierno enrojecido de llamas y con vientos volcánicos y polvorientos que soplaban como si las paredes no afectasen en nada sus fuerzas, la reja que antes era verde, a mi lado, se tornaba amarillenta y oxidada, y tras ella se podía ver un sistema de cuevas inmenso iluminado por la luz de lagos de magma, sostenida apenas por pilares y estalactitas recubiertos de huesos de toda clase y desde los cuales el balar y el grito de un monstruo que quería parecer niño me hizo erizar la piel.

Volví sobre mis pasos para subir las escaleras de nuevo, asustado, ahora la luz de arriba me cegaba, tomé el centro de las escaleras, ciego, conté trecientos cincuenta y ocho escalones de madera que se elevaron a paso firme, mientras subía comencé a sentir un calor insoportable como de fricción en todos y cada uno de los centímetros de mi piel que se acrecentaba con cada paso, el dispositivo de mi bolsillo vibró con celeridad y me abalancé a la derecha en busca de algo de paz; rompí una pared, pisé en el vacío, desde esa altura caería unos 3 o 4 segundos antes de tocar el suelo, mientras caía recordé comprobar la relatividad de Einstein al sentir el primer beso de 4 segundos con ella como si fuese eterno y nuestro abrazo de despedida de la misma duración como lo más efímero en mi vida, me recibió una piscina lama tibia, era como nadar entre sopa podrida, aun así se me refrescó la piel.

Sonó la alarma para ir a la universidad, y así acaba la primera parte de la crónica.

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