EL TITIRITEADO (Un absurdo narrado en letras y tinta)

EL TITIRITEADO (Un absurdo narrado en letras y tinta)

Cuentan las largas lenguas, esas que memorizan hasta diez historias al día… Que en el pueblo más contaminado de Morfeo, el cual tenía como nombre Fresquiño. Existió un ser lleno de sombras al cual le gustaba ir todas las noches a teatro, gozaba de una fascinación por las puestas en escena y se gastada todo el dinero que lograba recaudar en su trabajo de barrendero, en obras. Las veía todas y se sentaba en la silla más central posible, pues le gustaba pensar que el espectáculo estaba hecho para él.

Un día se sentó a su lado alguien grande, inquieto y agitado, tenía sus manos llenas de comida. La obra se llamaba «La cruda y la cocción». Esa persona empezó a incomodarlo de manera tal que consideró cambiarse de lugar, pero no quería perder el protagonismo en su historia, por lo tanto empezó a pensar en las diferentes maneras de hacerlo cambiar de puesto.

Primero optó por toser encima de su comida, pero solo logró conseguir un pañuelo brindado por su vecino, ni una sola palabra, pero un dialogo se desarrolló de ahí en adelante. Iban y venían movimientos, cambios de postura, fruncido de gestos, quejidos, pero ninguno de los dos entendía lo que el otro quería decir.

Se concentraron tanto en su interacción que no notaron que la obra ya había terminado y todas las personas estaban saliendo. El sombrío se sintió tan enojado que agarró al grande de la cola de caballo que llevaba y lo tiró hacia atrás, fue fácil perder el equilibrio para el grande por sus dimensiones desbordantes y su silla no logró ofrecerle el apoyo que necesitaba, los tornillos salieron volando, el espaldar se soltó ocasionando su caída, quien para su mala suerte se golpeó tan fuerte el cráneo con el suelo que emitió un sonido hueco y dejó de respirar. El sombrío normalmente no establecía relaciones sociales, no le interesaba hablar con los demás, Pero aquella interacción y lo ocurrido lo dejó tan excitado que sonrió y le dio las gracias a su vecino roto.

Una semana después del accidente del grande, el sombrío ya sentía bastante ansiedad, pues no había querido salir de su escondite (Una habitación en un motel) y anhelaba observar un escenario, era tanta su desesperación que parecía abstinencia a una droga, en las noches dormitaba y desvariaba; Aparecían en su mente artistas haciendo la coreografía de una obra muda y delante de ellos se posaba el grande, se inflaba como un globo y no lo dejaba ver, decía:

… Pobres aquellos que creen no pertenecer al escenario, son los más movidos en su obra, se desplazan según los hilos que los eligen… A la señora que llora en las noches porque no tiene la nariz diferente la mueve el hilo fabricado por las marcas de belleza, al joven que no duerme pensando en el viaje de sus sueños lo mueven los hilos fabricados por las aerolíneas… Pobres los que van al teatro y se duermen, no imaginan el filo de aquellas obras, la libertad que ofrecen…

Cuando despertó de su decimoquinta noche decidió salir, se puso un sombrero negro que lo acompañaba desde su juventud, su abrigo desgastado por la contaminación y las lluvias grises y salió. Se sorprendió de inmediato, puesto que en el camino polvoriento de esa mañana se encontró un puesto de periódicos y notó la mediocridad de los investigadores del pueblo. En la portada de los periódicos narraban la historia de la muerte del grande como falta de mantenimiento de las salas de teatro, por lo tanto, las habían cerrado todas hasta revisión exhaustiva. Fue tanto su desconcierto que pensó en ir a contar la verdadera historia para que dejarán en paz a sus amadas salas, pero pronto reaccionó y supo que el desenlace de aquella decisión sería contraproducente. Lo que lo llevó a buscar la solución más rápida, se fue para las calles más coloridas del pueblo, para su suerte estaban en festival, teatro callejero, «justo lo que necesitaba» pensó.

Habían muchas personas en ese lugar y el movimiento era continuo, todos fascinados por el desfile, artistas en zancos representaban a las élites, llenos de extravagantes adornos, todos muy brillantes, sus caras perfectamente delineadas por el maquillaje, por otro lado estaban los artistas agachados con trajes rotos y manchas en sus caras representando a los ciudadanos promedio, todos trataban de alcanzar un canasto que estaba colgado de una pequeña grúa, la cual tenía una plataforma lo suficientemente alta para la representación, pues solo quienes estaban en los zancos podían alcanzarla y de ella sacaban comida, cuadernos, entre otras cosas, mientras que los agachados rogaban por un poco, de vez en cuando se caía algo de la canasta y los agachados luchaban por eso, era una hermosa coreografía. Y el sombrío perdió los estribos, se tiró al suelo a llorar, ya que había notado que en ese lugar no podía ser protagonista, no había un angulo central, no había un proscenio establecido en la quietud… Justo en medio de su berrinche fue que se dio cuenta;

En realidad nunca le interesó el teatro, las obras o el esfuerzo de los artistas por transmitir un mensaje, lo único que lo movía era su necesidad de verse a sí mismo viéndolos. Era un observador sin lentes, pues todo aquello que estuviera a más de un metro de distancia no le interesaba, solo lo relacionaba con sigo mismo. Se movía por la vida con la firme aspiración de satisfacer a su observador (él mismo). Aunque era un trabajo desgastante, lo cumplía porque su observador era exigente e insaciable…

El suelo estaba tan cerca de su cara que por un momento quiso suplicarle a su observador que lo dejara en paz y entonces… Pensó en el grande, en sus sueños y en las obras. Fin.

Ilustración:

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