Me desperté sobresaltado. Busqué a tientas para encender la luz del velador. Cuando uno duerme en muchos hoteles, tiene unos segundos de incertidumbre al despertar. La luz puede estar a la derecha o a la izquierda. El tipo que duerme siempre en la misma cama no tiene esa duda. Sabe que a la derecha o a la izquierda está la esposa o la novia. De memoria encuentra casi todo en la oscuridad y, así salga de un profundo sueño, no tropieza con nada. Esa noche, como decía, desperté perturbado. El suave ronroneo del aire acondicionado me trajo a la realidad. Prendí la luz y observé a mí alrededor. Segundos de silencio. De pronto un seco estampido en la calle, luego otros y otros. Parecían armas cortas o largas, fuegos artificiales, cañitas voladoras, bombas de estruendo. Se distinguir el sonido entre una 45 y un petardo. Escuché y distinguí esos siniestros sonidos en mi juventud, cuando las balas silbaban en cualquier calle de Argentina, de día o de noche. Presuroso corrí a la ventana. Me detuve en seco, estaba en un quinto piso. Con la luz a mis espaldas quedaría expuesto. Algún certero tirador me podía confundir con un francotirador. Apagué la luz y corrí las cortinas con cautela. Desde la ventana se observaban las luces próximas y distantes de la ciudad. Ese mar de luciérnagas que a veces no tiene fin. Miré hacia abajo porque mi ventana no tenía balcón. La calle estaba tranquila. Prendí la luz del baño. Los estampidos arreciaban. Busqué mi reloj. Apenas habían pasado diez minutos de las doce de la noche. Bajé la elegante tapa rosa del inodoro y me dispuse a pensar. A evaluar mi situación. Tenía vuelo a Buenos Aires al mediodía siguiente. Si era un golpe de estado estaba jodido. Cerrarían las fronteras por un día, dos o diez. Calculé que con plata y tarjetas de crédito no me podía desesperar. Me quedaría en el hotel como si fuese una embajada. En una de esas, las hordas revolucionarias no se interesarían en ese hotel. Pero, recordé, que era cuatro estrellas y como cuentan las crónicas periodísticas, todos los revolucionarios del mundo y especialmente de América Latina, desmantelan y destruyen los lugares lujosos. Además yo era extranjero y argentino por si fuera poco. «Malditos porteños», pensé. «En todas partes nos odian por su culpa, por esa soberbia del Obelisco, de la Selección, de Boca, de River, del dulce de leche». Me vino a la memoria que no podía escapar a mi destino. Dos años antes, había salido hacia Buenos Aires, veinticuatro horas antes de que derrocaran al Supremo Dictador. No salí porque algún parte de inteligencia me lo hubiese advertido. Salí de casualidad, porque el avión salía ese día. Pero ahora era distinto. El golpe estaba en marcha y yo allí, en el quinto piso del Hotel Chaco de Asunción, a cinco cuadras del Palacio de Gobierno. Me miré al espejo. Tendría que confiar en mi suerte y en la indulgencia de los rebeldes. Además yo no era periodista, ni funcionario, ni diplomático, ni artista famoso, ni escritor comprometido. Nada de nada. Era un simple vendedor de golosinas.

Los estruendos eran fuertes, tupidos. Prendí un Marlboro y agucé el oído. Ya estaba bien despierto. Había más ruidos de petardos que de fusiles.

¿Los golpistas intentaban derrocar al gobierno con petardos, con estrellitas y buscapiés? ¿Era posible? El cigarrillo me fue aclarando las ideas hacia el lado optimista. Debía ser un festejo. Pero, ¿de qué carajo? No jugaba Cerro Porteño, no jugaba Paraguay, no había cierre de campaña política.

Al fin, hice lo que debí hacer desde el principio. Levanté el auricular del teléfono en la mesa de luz, disqué el número de conserjería. Una voz como de ultratumba y dormida me respondió, «¿Sí?». «¿Qué está pasando, qué son esos tiros?», pregunté ansioso. La voz sonrió levemente y me tranquilizó. “Hoy es el cumpleaños del General Stroessner, hay mucha gente que todavía lo festeja». En ese instante me enteré que el Generalísimo cumplía años un tres de noviembre. El Dictador dormiría plácidamente en Brasilia y yo me había hecho la película. Prendí otro Marlboro, lancé una carcajada y me acosté satisfecho, en paz con mi conciencia.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS