Teo llora frente al espejo del baño, creía haber hecho lo correcto en su momento pero los reproches de Luisa lo estaban volviendo loco.

Un poco miraba su rostro humedecido y otro poco el frasco de pastillas que serían la salida a aquella vida de torturas y lamentos que Luisa le estaba dando desde el accidente. De repente, mirando la jabonera se ríe recordando cuando se mudaron a esa casa.

Luisa amaba la decoración y la jardinería, y esa jabonera había sido su elección. Teo estudiaba ingeniería robótica, ella soñaba poner un vivero. Se habían conocido en el cumpleaños de la hermana de Teo y no se separaron más.

Él le explicaba que el futuro era tecnológico, que ahora mismo estábamos entrando en una era que él llamaría la era tecnológica, y que seguramente la siguiente sería la era robótica.

Ella, amante de las plantas que nunca faltaban en su decoración, discrepaba siempre diciendo que lo natural era más bonito y mejor, pero él alegaba que era imperfecto. Después de siete meses saliendo y aprendiendo uno del otro decidieron mudarse juntos y la jabonera fue uno de los primeros objetos colocados en la casa.

Teo escucha a Luisa sollozar en el dormitorio mientras él sigue mirándose en el espejo, niega con la cabeza y se lava la cara, se sienta en el piso y vuelve a romper en llanto.

En ese piso donde ahora se sienta, hace cinco años también se sentaba a esperar a que Luisa le diera el resultado de los test de embarazo, pero uno tras otro resultaban negativos y frustraban a una Luisa joven y enamorada, llena de ilusiones.

Cuando al fin consiguieron un test positivo la alegría y la ilusión de ambos se borró a los dos meses cuando el embarazo espontáneamente se terminó. Luisa entró en un estado de depresión impresionante, ni los robotitos simpáticos que su marido le creaba, ni las plantas la sacaban de aquel agujero negro de dolor.

Teo grita desde el baño —¡Igual nunca iba a pasar amor!—. Ella no responde.

La noche en que todo pasó Luisa recibió la noticia de que serían tíos, la hermana de Teo, quien los había presentado, estaba embarazada. Luisa salió al frente de la casa y corrió hacia el auto. Teo intentó detenerla pero ella sólo repetía que necesitaba estar un rato en paz. Subió al auto y salió.

Teo no tenía cómo seguirla así que sólo esperó un rato intentando llamarla, ella jamás respondió. Entonces fue al fondo de su casa y buscó una bicicleta vieja que hacía años no utilizaba. A los quince minutos, por el camino que él imaginó encontrarla, lo hizo.

El auto estaba chocado contra un árbol y en llamas.

Volvió a la casa sin solicitar ningún tipo de ayuda y cargó un extintor, como pudo apagó las llamas. Luisa estaba dentro, quemada, probablemente sin posibilidades de salvarse, la sacó del auto que casi se fusionaba con ella y cuando creyó que todo lo que podía hacer era llorar, ella tosió.

La llevó a rastras, entre lágrimas y la dificultad de cargar lo poco que quedaba de su mujer hizo algo que jamás hubiera hecho en su vida: rezó, pidió que esos quince minutos de viaje no la mataran.

Al llegar a la casa la llevó a su área de trabajo. La mantuvo dormida cuatro meses mientras trabajaba en ella y se aseguraba de alimentarla y que respirara. A los vecinos les dijo que viajó por depresión y que les robaron el auto que luego apareció incendiado. Estos desconfiaban que él la hubiera matado y lograron tras varios meses enviar a la policía a averiguar del paradero de Luisa, pero para sorpresa de todos ella misma atendió. Sana y salva, contó una historia inventada sobre un viaje que la había ayudado anímicamente en camioneta con unas amigas, eso terminó la investigación.

En sólo cuatro meses Teo había ideado un cuerpo robotizado para meter dentro lo que quedaba de Luisa, no había podido salvar sus brazos, sus piernas ni su rostro, pero si sus órganos vitales. Creó un cuerpo idéntico y cuando ella se miró al espejo simplemente se sintió como siempre.

Sus intentos de ser madre no cesaron, pero siguieron sin éxito. Comenzó a idear una paranoia donde la culpa era de su nuevo cuerpo que había sido creado por Teo. Esto hacía que él fuera el culpable de todos sus males. Fue así que comenzaron las peleas y los reproches diarios.

—Ni siquiera sé si puedo morir, ¿cómo saber si puedo tener hijos? —le reclamaba a Teo.
Este siempre respondía —Tus órganos internos son los mismos, tu cuerpo es una especie de forro y sabes bien que puedes morir porque tu cerebro y corazón, como todo lo demás están vivos.

Los reclamos, las peleas, los llantos ya eran a diario. Teo se cuestionaba si había sido correcto torcer su destino salvándola.

Sentado en el piso del baño con la cara mojada y abriendo el frasco de pastillas, escucha los pasos de Luisa que aparece para quitarle el frasco volcando el contenido en el inodoro y tomando la jabonera.

—Teo, no hagas tonterías, intentémoslo de nuevo, al final lo más importante es que seguimos vivos.
— No vamos a tener hijos, Luisa.
—Intentemos ser como antes, sin niños o adoptándolos, con mis plantas y tus robots, pero juntos. No voy a pelear más por eso, te lo juro, pero tengamos otra oportunidad. Como antes

Luisa se sentó junto a él, le secó las lágrimas sonriendo y puso la jabonera en la mano de Teo.


(Cuento seleccionado en el 2018 para ser publicado en enciclopedia literaria mexicana el ojo de UK)

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